En el Perú, la Constitución de 1993 ha sido sujeta de múltiples críticas y defensas acérrimas. El intento de modificación constitucional desarrollado entre el 2002 y 2003, si bien mostró importantes avances, no logró su propósito por el desacuerdo de las bancadas y el rechazo de quienes se encontraban fuera del Congreso, movilizando a la opinión pública. El proceso quedó trunco. El inmovilismo ha llevado a que todo propósito de reforma política que exija una reforma constitucional quede bloqueado. El camino parece ser la reforma parcial, pero reforma de todas maneras.
En el caso de la reforma política, se suele considerar que los grandes males de la representación política se deben al sistema electoral. La realidad muestra que se confunde frecuentemente la legitimidad de origen, que nace de elecciones, con la legitimidad de desempeño, que se libra en el cargo. De esta manera, ante un desempeño político desaprobatorio (por ejemplo, presidencias regionales), se intenta buscar la solución reformando el sistema electoral (segunda vuelta regional), cuando no existe relación de causalidad entre ellos.
Sin embargo, no considerar al sistema electoral como variable para diseñar reformas políticas es un error en la medida en que sí puede tener un efecto importante. Por lo tanto, no se trata de discutir la importancia del sistema electoral o no, sino de ubicar el aporte que éste pueda ofrecer a una reforma política que tenga como objetivo una mejora de la calidad de la democracia.
De lo anterior se desprende que un aspecto debe ser el referido al diagnóstico del sistema electoral. Esto quiere decir, ubicar los elementos que han sido los más cuestionados y aquellos de mayor aprobación. En otras palabras, sus debilidades y fortalezas. Sin embargo, no todo elemento del sistema que es popular, es necesariamente el mejor. En algunos países desean listas abiertas, pero puede ser contraproducente en un sistema de partidos débil.
Otro aspecto es el que tiene que ver con el contexto social-histórico de cada país. Por ejemplo, la introducción de un sistema proporcional personalizado, puede ser dificultoso en un país con bajo nivel educativo. En otro plano, en un país de variaciones culturales el sistema debe ser inclusivo, situación que el sistema mayoritario, por ejemplo, difícilmente resuelve.
Asimismo, el aspecto relativo a la importación de sistemas electorales. El tema es que lo que es adecuado en un país, no necesariamente lo es para otro. Esto debido a que existe una seducción por tratar de importar modelos, particularmente de países de democracias estables, cuando en realidad son sistemas que se desarrollan en contextos muy precisos.
Es necesario, por lo tanto, subrayar que no existe un sistema electoral perfecto. Y es que este es el producto de un proceso histórico en construcción, en cada país. Por lo que todo sistema electoral tiene particularidades, pocas veces repetibles. Esto hace que no siempre la fortaleza de uno de sus elementos se reproduzca de la misma manera en otro país. La eficacia y consistencia dependerá de otros factores.
Un proceso de reforma provoca la frecuente tentación de ser totalizador. Sin embargo, los extremos aquí también son contraproducentes. Reformas que no reparan las críticas al sistema, prolongan los problemas. Y reformas que quieren ser radicales y totalizadoras, sin tener las condiciones de un amplio acuerdo en el Parlamento, no pasan de ser documentos que dormirán en el archivo.
Una modificación constitucional exige un compromiso político amplio. En las actuales circunstancias de fraccionamiento partidario y dificultades de crear mayorías, parece muy difícil de lograr. Sin embargo, el Perú tiene un conjunto de retos en el ámbito económico y social sumamente serios, pero que difícilmente logrará superar si no se complementa con una reforma política integral (La República, 12 de julio del 2012).