Hasta hace poco, quien quería conocer de ciencia política tenía que llevar cursos en las facultades de derecho. Eran por lo general pocos cursos de la malla curricular de la formación de los abogados. Exageradamente varias facultades se denominaban de Derecho y Ciencias Políticas. Así además, en plural. Era plural porque, se pensaba que era un campo multidisciplinario de varias ciencias, como el derecho, la filosofía, la historia, entre otras tantas que estudiaban la política, pero desde sus métodos, teorías y paradigmas. Era la herencia de la tradición europea mediterránea.
El proceso de autonomía académica se observó con la creación de la carrera profesional en las universidades públicas, como Villarreal y San Marcos, donde aún se encuentran en las facultades de derecho, a diferencia de las particulares como la Universidad Católica y la Ruiz de Montoya, que nacen en las ciencias sociales, lo que ha marcado también su desarrollo.
Pero si la especialidad de la ciencia política tiene más de un siglo en el mundo académico universitario, en nuestro país, salvo la primera de las antes nombradas, el resto de universidades no tienen ni una década de formadas. La comunidad de la ciencia política es pues pequeña, con un número de egresados bajo y el de titulados aún más bajo. Es pues una carrera en formación, que contrasta con el resto de países de la región.
Por eso, terminado el 6to. Congreso de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (ALACIP) y pronto a realizarse el XXII Congreso Internacional de Ciencia Política (IPSA), donde participan activamente varios peruanos, nos encontramos con la sorpresa de un proyecto de ley para la creación de un Colegio de Politólogos, que está por aprobarse en el Congreso.
El proyecto en cuestión busca crear un colegio profesional para los titulados en ciencia política. Este gremio, como otros que tienen origen medieval, pretende ser el organismo que supervisa la buena práctica profesional, de membresía obligatoria y requisito indispensable para el ejercicio de la profesión. El Colegio profesional funcionaría así como una acreditadora.
Ciertamente un egresado de Ciencia Política puede trabajar –y de hecho algunos ya trabajan– en la elaboración de políticas públicas, en empresas encuestadoras, en el Congreso, organismos electorales, organismos internacionales, empresas privadas, entre otros, compartiendo oficinas allí donde antes había solo abogados, sociólogos, economistas o comunicadores. Sin contar la docencia y la investigación. Su mejor crédito es y será su propia formación y no una membresía.
Es cierto que hay profesiones que por su naturaleza requieren casi exclusividad en su ejercicio, como un médico, un psicólogo, un ingeniero, un arquitecto o un abogado, aquellas denominadas en algún momento, carreras liberales. Pero el resto de cientos de carreras profesionales, comparten espacios laborales no exclusivos. Allí lo que prima es el criterio de quien demanda un profesional y el perfil que se requiere para acceder al puesto.
Por lo demás, ¿a cuántos beneficiaría esta ley? De seguro a unas pocas centenas de titulados. El rigor, por cierto, para licenciar no es el mismo en todas las universidades, así como la calidad en la formación que es el mejor instrumento para acceder al mercado laboral y destacar profesionalmente.
En el Perú, donde la inversión en educación es muy baja, las universidades, sobre todo públicas, son afectadas dramáticamente no solo en aspectos de la infraestructura, servicios básicos, como bibliotecas, sino en la propia formación del catedrático que, en un porcentaje alto, no investiga. Carencia que, en una disciplina como la ciencia política, es grave. Crear un Colegio de Politólogos solo creará la gran ilusión de un puesto de trabajo en la administración pública que por lo demás, nadie se sentirá obligado a ofertar. Sí formar asociaciones de ciencia política de participación voluntaria, que albergan una comunidad académica que sea exigente en la calidad de sus investigaciones y la creación del conocimiento. El Congreso debe impedir una temporada más, de la gran ilusión (La República, 21 de junio del 2012).