Una muestra más de nuestra precaria representación partidaria es su raíz corta. Vale decir, que los partidos políticos, los únicos que tienen representación en el Congreso, han ido perdiendo progresivamente el poder en los gobiernos regionales y en los municipios provinciales y distritales.
Es decir, al lado de la fragmentación partidaria, los partidos políticos no logran canalizar los variados y complejos intereses de las provincias. Si en la década del ochenta, entre AP, PPC, PAP e IU ganaban el 90% de los municipios, hoy el total de los partidos solo logran un voto de cada cinco. Por ejemplo, en las últimas elecciones regionales y municipales, los partidos políticos, solo ganaron 4 de 25 gobiernos regionales, 77 de 195 municipios provinciales y sólo 693 de 1605 municipios distritales. Es decir, los partidos son más limeños que antes. Son menos capaces de integrar el conjunto de las demandas de la sociedad peruana. Este fenómeno ha creado una ausencia partidaria, que se ha acrecentado claramente a lo largo de esta última década.
Estos espacios han sido cubiertos por organizaciones de menor alcance. Debido a las menores exigencias formales de inscripción y, por el contrario, mayores incentivos para su mantención a nivel sub nacional. Se observa la creciente proliferación de organizaciones de alcance regional (departamental), provincial y distrital, lo que lleva a una atomización partidaria extrema.
Sin embargo, si se observa con mayor detenimiento las listas locales, vale decir las de alcance provincial y distrital, también han decrecido. En el 2010, las listas locales provinciales tan solo ganaron 6 de 195 municipios provinciales y 37 de 1605 municipios distritales. Y las listas locales distritales solo ganaron, 35 municipios distritales, de un total de 1605.
Estas listas locales, que tienen la responsabilidad de desarrollar una gestión pública en provincias, están libradas a su suerte. Su inscripción desaparece, por ley, cuando finaliza el proceso electoral. Son listas electorales y no organizaciones partidarias, por lo que el poder se hiperconcentra en el alcalde. Al lado de tener mucha responsabilidad pública -varios municipios han visto crecer sus arcas gracias a las mayores transferencias del tesoro público y/o el canon, donde están presentes las industrias extractivas-, no reposan en una organización que sí está obligada a practicar la democracia interna y a mostrar el origen de su financiamiento.
Por el contrario, al lado del decrecimiento de los partidos nacionales, así como de las listas locales, el número de triunfos electorales de las organizaciones regionales ha crecido considerablemente. Hoy tienen el poder en 21 de los 25 gobiernos regionales y han conquistado 112 municipios provinciales y 845 municipios distritales. Es decir, la mayoría del poder y representación sub nacional.
Parte del éxito de estas organizaciones ha sido por su relación con las listas locales. Aquellas, ofrecen a estas listas intercambio de apoyos cruzados. Así todas compiten unificadas con los nombres de las organizaciones regionales, por lo que todas ganan. En consecuencia, la disminución de los triunfos de las listas locales es solo aparente, pues ahora lo hacen a través de las organizaciones. Esta estrategia no han podido desarrollarla los partidos nacionales, al momento de proponer alianzas y compromisos con las más importantes listas locales. En general, porque sienten que la imagen generalizada de los partidos no congrega votos y porque sienten la imposición de criterios y candidaturas, que las ahuyentan.
Es decir, al lado del debilitamiento de los partidos políticos se han fortalecido las organizaciones regionales. El problema es que la mayoría de éstas han tenido una vida efímera, desarrollan un alto personalismo en la organización, reproduciendo y potenciando muchos de los males que cargan los partidos nacionales. En consecuencia, lo que se está formando es un grupo de líderes regionales, sin organización, pero con recursos y poder. La pregunta: ¿Esto se debe quedar así? (La República, 31 de mayo del 2012).