Hay quienes opinan que no es necesario modificar la Ley de Partidos Políticos puesto que por ese camino, no se cambia la realidad. Más bien de lo que se trataría es de aguardar a que los partidos políticos se vayan adecuando paulatinamente al marco de esta norma, para esperar sus frutos. Las modificaciones vendrían desde fuera de los ajustes institucionales.
Otros consideran que en realidad hay un grupo de partidos inscritos de poca representación, pero que se ven beneficiados con una ley que no permite la renovación partidaria, por lo que no deben realizarse más ajustes sino, por el contrario, ser menos exigentes con el ingreso de nuevos partidos políticos, para permitir una competencia mayor y así oxigenar el sistema partidista.
Lo cierto es que la realidad de los partidos políticos en el Perú constituye un problema. Y es que no existe sistema político democrático que no se asiente en partidos y, en mucho, el resultado de su desempeño depende de su grado de institucionalización. Es cierto también que en sistemas presidencialistas latinoamericanos, el grado de autonomía sobre los partidos es mayor que en los sistemas parlamentarios. Es más, hemos visto cómo en las dos últimas décadas los presidentes de la República han gobernado con escasa presencia de sus propios partidos e incluso éstos les han sido incómodos para su propia gestión.
De esta manera, la alta o baja presencia de los partidos genera varios efectos en el sistema político, tanto en la canalización de intereses, la representación política, la intermediación entre la sociedad y el Estado, así como la construcción de los poderes Ejecutivo, Legislativo y de los gobiernos subnacionales.
Por el contrario, lo que se observa en nuestro país son partidos políticos altamente personalistas, de precaria organización, baja cohesión entre sus miembros y, en consecuencia, mínima disciplina. Estos partidos políticos no generan vida partidaria, por lo que su líder y fundador adquiere gran autonomía en relación a sus miembros. Nuestros partidos se ven así inclinados a la alta dependencia del líder, informalidad, deserción y transfuguismo, así como a una ausencia de relación con organizaciones y núcleos de poder y movimientos descentralizados.
En este contexto, cualquier modificación de la ley debe crear incentivos que apunten a reducir los efectos nocivos antes anotados. Señalamos al menos dos importantes. La ley debe privilegiar la organización, como condición de la legalidad de los partidos. Hoy es fácil advertir la presencia de cascarones partidarios. Por lo tanto, los partidos deben ir en búsqueda de militantes y no de firmas. Lo primero afirma la organización, lo segundo la ignora. En otras palabras, dejar que las firmas sean un requisito de inscripción, pero elevando las exigencias –con penalidad efectiva para aquellos que falsean documentación– de número de comités y militantes. Por lo demás, este listado se debe convertir, de manera inmediata, en el padrón electoral del partido inscrito y no como ahora, que se cambia por otro en el momento de las elecciones internas.
El segundo tema es el relativo a las organizaciones de nivel subnacional. Hoy los partidos nacionales no logran canalizar los intereses de las provincias y tan solo conquistan uno de cada cinco votos. Pero debido a las menores exigencias –por lo tanto mayores incentivos– se observa la proliferación de organizaciones de alcance departamental, provincial y distrital, lo que lleva a un altísimo fraccionamiento, reproduciéndose además, en escala, los males partidarios que se observan a nivel nacional.
El gobierno subnacional se convierte así en incapaz de ser partícipe eficaz de políticas nacionales e incluso regionales de mayor alcance. En consecuencia, deben existir partidos regionales, pero no de menor alcance. Se les debe permitir realizar alianzas electorales con los nacionales, así como la fusión de varios de ellos los debe llevar a convertirse en partidos nacionales. Es decir, pensar en la articulación entre ellos y no en esta suerte de alto fraccionamiento provinciano sin otros intereses, que reproducirse en sí mismos (La República, 15 de marzo del 2012).