El 28 de julio, Ollanta Humala reemplaza a Alan García, constituyéndose en un evento no solo de transmisión de mando presidencial, sino en una nueva oportunidad para los peruanos, para superar tres períodos presidenciales que nacen de legítimos procesos electorales. El último, en 1990, terminó con el llamado autogolpe de Alberto Fujimori, poco antes de cumplir dos años en el poder. Y es que la vida democrática en el Perú ha sido corta, lo que supone un déficit para la construcción de una cultura de reglas de convivencia, que transiten por instituciones sólidas.
Los esfuerzos que se han realizado en la última década, con los gobiernos de Alejandro Toledo y Alan García, han sido insuficientes para un país que si bien ha crecido de manera sostenida, lo ha sido también de manera desigual, en la distribución de los beneficios. Eso se ha expresado en las desaprobaciones a las gestiones presidenciales a lo largo de la década. Por eso el triunfo de Ollanta Humala, fijó su objetivo de gobierno en el crecimiento con inclusión social.
Sin embargo el nuevo gobierno de Gana Perú es de minoría, al igual que lo fueron los de Toledo y García que, a diferencia des los casos históricos parecidos (Bustamante, 1948 y Belaunde 1968), no terminaron en golpes de Estado. Por lo que una relación adecuada de gobierno (sin mayoría) con el Congreso se convierte en casi una condición de gobernabilidad. O si se quiere, evitar un Congreso con mayoría de oposición.
Eso lo sabe Ollanta Humala, por lo que ha buscado alianzas políticas, sobre todo con Perú Posible, para conseguir el control del Congreso. Por su lado, el partido de Alejandro Toledo ha ganado cargos ministeriales y seguramente otros en la Administración Pública. Es pues, de alguna manera, un gobierno compartido.
Constituir el primer gabinete ha sido parte del reconocimiento de un gobierno de minoría. Pero no es solo eso. Es un gobierno, sin partido. No existe un solo militante del Partido Nacionalista. No por que la opinión pública prefiere (desde Fujimori) ministros independientes y/o técnicos, sino por que el partido de Ollanta Humala, no es la fuente para poder nutrir de cuadros de alto nivel para conducir los destinos del gobierno.
De esta manera, las decisiones se han concentrado –y así será probablemente, en adelante- en círculos concéntricos, en los que están ubicados básicamente personas de confianza del presidente, encabezados por la esposa Nadine Heredia y no por líderes políticos del partido ganador. Esto le ha permitido a Humala constituir un gabinete de amplio espectro político, generando amplias adhesiones. La tarea es, por lo tanto, dotar a esa amplitud, cohesión política.
Se tiene así un gobierno con un plural gabinete de inicio, que debe gobernar un país donde vive un tercio en extrema pobreza, alta desigualdad, demandas no resueltas, altas expectativas y conflictos sociales latentes. No es poco reto, para un gobernante que resulta claro que es más pragmático que ideológico.