La presencia de ciertas candidaturas en los últimos días, particularmente la que proviene del partido oficialista, si bien sorprenden no deja de ser parte del legado de la perversa relación de Fujimori y los partidos políticos. Y es que al desmoronamiento del sistema de representación de los partidos políticos a fines de los 80, en el que ellos fueron plenamente los responsables, le sobrevino una campaña constante contra ellos.
Es claro que si bien Fujimori es hijo de la crisis de los partidos políticos, para crecer, debió convertirse en un parricida, matando a los partidos. Eso es lo que intentó hacer a lo largo de la década 90. Si los partidos requerían movilizar a los electores como ciudadanos, Fujimori necesitaba desmovilizarlos. Si los partidos requerían a los electores en tanto masas, Fujimori los necesitaba en tanto individuos. Si los partidos funcionaban con las masas en las calles, Fujimori funcionaba con ellas en sus casas. De esta manera, Fujimori y los partidos políticos fueron caras de la misma moneda. Entre ellos se desarrollaron vasos comunicantes, que explicaba que la fortaleza de uno, fuera la debilidad del otro. Fujimori fue la parte dominante de la relación, que contribuyó a generalizar la idea que la política, como actividad encaminada al poder, era reprobable; que aquellos que la practicaban, los políticos, eran de dudosa reputación; que los aparatos partidarios, eran corruptos y que los programas e ideologías eran inservibles. Ante eso se levantó la idea, exitosamente divulgada por Fujimori, que el individualismo y el pragmatismo, eran los vectores de la conducta pública y para ello era mejor ser independiente, organizándose lo menos posible, a la altura de sus débiles compromisos, un verdadero outsider. Esto fue facilitado por los propios partidos políticos cuyo desempeño y actuación públicas parecía darle la razón.
Por ello no es difícil entender a una opinión pública con una seria desconfianza en estas organizaciones que perdieron, miles de militantes y simpatizantes. Esta pérdida fue aprovechada por independientes u outsiders, que han hecho de la política el medio para conseguir un puesto de trabajo, del pragmatismo un estandarte, de la falta de compromiso con ideas, una ley y la devaluación del pensamiento y del discurso político, una práctica frecuente. Esta nueva forma de hacer política, no se tradujo por cierto en una mejor calidad de la democracia. Por el contrario, el remedio resultó siendo peor que la enfermedad.
Un sistema político puede vivir sin partidos políticos, pero una democracia se asfixia sin ellos. Hoy el mismo fujimorismo requiere de organización de apoyo, lo que no garantiza que los viejos partidos mejoren, ni que los nuevos sean más democráticos que los actuales. Presentar a los independientes u outsiders como una solución y mejora de la representación, es abonar a la idea que no solo los partidos son inservibles, sino que la política es un espacio de la improvisación. El resultado es mantener vivo el legado de Fujimori.
(El Comercio, 12 de diciembre 2005)