Es conocido que los medios de comunicación no sólo son vehículos de expresión sino también creadores de opinión pública. Por lo tanto, la publicación de las encuestas puede llegar a producir algún efecto.
Algunos sostienen, por ejemplo, que en épocas electorales puede reducir el número de sufragantes –EEUU, por ejemplo-, perjudicar a los perdedores, pues disminuye su moral, siendo ganados por el desánimo y fortalecer indebidamente a la mayoría, debido al efecto de arrastre de voto por el primero.
En realidad, el candidato que encabeza las encuestas pre-electorales ve, en muchas ocasiones, reforzada su posición cuando se publican los sondeos. Y es que el estudio de un fenómeno puede producir modificaciones en él. Si esto es válido en las ciencias naturales, el efecto será más poderoso en las ciencias sociales. Quiere decir, por ejemplo, que si se hace una predicción sobre algo que va a suceder, esta predicción pasa a formar parte del hecho mismo y afectará sus consecuencias finales. Esto produce, el efecto de imitación de grupo, también llamado efecto Panurgo. Es decir, la publicación del resultado de una encuesta, que muestra a la mayoría apoyando a un candidato, estimula la tendencia a incrementar deliberada e inconscientemente la intención de voto hacia él, quien al final será el ganador. Se desarrolla así la llamada profecía autocumplida. Eso pudo ocurrir en la abrumadora votación de Fujimori, en 1995, o quizá puede producirse este año.
En otras ocasiones, la publicación de encuestas favorece al más débil. Se produce, de esta manera, el llamado efecto David. Este efecto es menos frecuente y se produce cuando un candidato es tan poderoso que, a lo largo de la campaña, anima sentimientos de rechazo, produciendo una corrida de intención de voto al candidato que siendo débil, puede compensarlo con una característica particular destacada. Esto pudo haber ocurrido en el espectacular aumento y finalmente triunfo de Fujimori, en 1990.
Pero, lo que es claro, es que una cosa es la encuesta y otra el modo en que ésta es difundida. Es decir, el impacto sobre la opinión pública radica en el modo en que es publicada y no en la encuesta misma. Quizá por eso la prensa, particularmente la escrita, ha desarrollado en el Perú esta intensa batalla por publicar encuestas y ofrecerlas parcialmente, según el color del cristal con que observan la realidad. A tal punto es cierto esto, que muchas veces al comparar la empresa encuestadora su estudio con lo publicado, difícilmente reconoce su paternidad. No obstante, el efecto que produce en el electorado, la publicación de encuestas, es independiente si la encuesta es falsa o verdadera, si contiene errores o no, lo importante es que es publicada. Bajo este panorama, y respetando la libertad de expresión ¿ya no es hora que nuestro país se dote de una legislación moderna que proteja al elector de la veracidad y de la forma que se nos presenta el resultado de las encuestas? ¿o Ud. prefiere que todo siga igual?
(Canal N, Lima 17 de enero del 2000)