Esto como producto de la publicación de las últimas encuestas. La influencia de éstas se encuentra determinadas por el nivel e interés de la campaña electoral. La actual, la más pobre de los últimos seis procesos electorales, no logra concitar el interés ciudadano; por el contrario, la apatía y la pasividad son las características del momento, por lo que las encuestas y la propaganda se convierten en los más grandes electores. En este tipo de campaña desmovilizadora hay, sin embargo, algunos que ganan y otros que pierden. Ganan candidatos como Del Castillo que no es orador, polemista y carece de un plan de gobierno municipal que no esté condicionado por el gobierno. Pero también gana Bedoya, campeón de la retórica, líder experimentado de la demagogia y ajeno a las multitudes y sus prácticas. Un consecuente elitista. Por el contrario, se estancan o pierden puntos candidatos de izquierda, en este caso Barrantes, porque está comprobado que el campo del que ahora se beneficia es el producto del trabajo cotidianamente en la organización y movilización de las clases populares a base de propuestas o programas sectoriales. Es decir, el pilar de la práctica de la izquierda es, y debe ser, lo colectivo y programático. La campaña, al no canalizarse decididamente en ese dinámica, ingresa a las reglas de juego de los medios de comunicación donde la pose reemplaza al discurso; la imagen, al programa; el slogan publicitario, a la consigna política. En este terreno candidatos como Bedoya y Del Castillo podrían (condicional) aumentar sus posibilidades de triunfo a base del poder económico que le permite dotarse de recursos, especialmente publicitarios, y de esta manera apelar persuasivamente al elector. La publicidad convierte a los candidatos en productos que requieren ser vendidos en un mercado potencial: se maximiza las virtudes y se minimiza los defectos. El spot publicitario se llena de color, imagen, música alrededor del producto (candidato) que puede ser colocado en distintos y distantes lugares: el candidato tiernamente cagando un niño, fielmente al lado de la esposa, vestido juvenil e informalmente al lado de un plano de Lima o conversando preocupadamente de los problemas que aquejan una campesina o a un taxista. Estos spots publicitarios transmitidos en pocos segundos, pero repetidos regularmente, van condicionando al elector e induciendo su voto. Se apela así a los sentimientos, prejuicios y costumbres, descartando toda posibilidad de interiorización consiente de las propuestas políticas y programáticas. ¿Esto quiere decir que las encuestas publicadas en los últimos días son confiables? No necesariamente. Por las diferencias entre sus resultados, los cambios bruscos de las tendencias sin haber mediado ningún elemento importante de corrida de votos, es legítimo dudar de ellas. Pero, lo importante es que por las características de la campaña, que hemos anotado anteriormente, el elector se convierte en un dúctil consumidor de encuestas. Por lo tanto, la gente acepta como válidos los resultados que se difunden por los medios masivos de comunicación porque, conjuntamente con la propaganda, son los canales que hoy los candidatos privilegian para relacionarse con los electores. Las compañías encuestadoras son empresas privadas y como tal buscan maximizar sus ganancias, uno de cuyos canales es reducir los costos. Una muestra estadística contiene siempre un margen de error. Los métodos de muestreo que utilizan, polietápico por lo general, son los menos costosos, pero con márgenes de error muy altos. Pero, a diferencia de cualquier encuesta de mercado, en la encuesta política cualquier error es grave por los efectos disuasivos en la conducta del votante. Dicho error, de inferir a una población total, disminuirá conforme se amplíe la muestra, pero este tiene su límite al ser antieconómico para la empresa. Lo que se tiene, entonces, es un rango y no un resultado puntual. Por ejemplo, en una encuesta con un margen de error del 5%, no es posible sostener enfáticamente que: “Bedoya está primero con 30% de los votos seguido por Barrantes que sólo tiene el 26%”. Por el margen de error del 5%, para arriba y para abajo, puede ocurrir el proceso inverso y ocultar la realidad, pudiendo dar como resultado que Bedoya tenga 5% menos, es decir 25% y Barrantes, por el contrario, 5% más y por lo tanto ser el ganador con el 31%. En resumen, no es posible inferir enfáticamente con una muestra determinada, con un margen de error tan alto, especialmente si las distancias entre los candidatos son tan estrechas. El margen de error puede aumentar según la calidad del trabajo de campo que siempre incorpora errores impredecibles. Lo peligroso de todo esto es que las encuestas pueden tener errores metodológicos y técnicos que, sin embargo, a fuerza de ser mostrados por los medios, que toman y muestran de ellas lo que les interesa, pueden terminar siendo válidos al convencer o persuadir al elector para votar o cambiar su voto. Sin embargo, todavía no está nada resuelto. Barrantes preso de sus propios límites, tiene la posibilidad de quebrar esta tendencia, como ocurrió en el año 83, con su intervención en Intercampus y las próximas presentaciones. En ellas deberá proponer su plan de gobierno municipal y una alternativa de oposición política que encarne las necesidades de amplios sectores de la población. (Amauta No.29, 30 de octubre de 1986)
Poder (e intención) de las encuestas
Al ingresar a la recta final del proceso municipal queda en el ambiente un desconcierto, en cuanto a las posibilidades de los candidatos. Esto como producto de la publicación de las últimas encuestas.
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