El problema se planteó cuando el reduccionismo académico y el periodismo deslumbrado por el nuevo instrumento, confundieron los estados de opinión con la opinión pública. De allí a llamar a las encuestas -que no son sino estados de opinión- encuestas de opinión pública, hubo un paso. Cuando esto ocurrió, no fue sorpresa que el empirismo fuera más allá al definir a la opinión pública, como aquella que miden las encuestas de opinión. Esta identificación entre encuesta de opinión y opinión pública ignoraba las implicancias políticas y de comunicación política que la asociación podía involucrar.
El profesor Hebert Blumer, el primer crítico sistemático de las encuestas, en la década del 40, sostenía que no es posible crear una ciencia sobre la opinión pública a base de resultados de encuesta. Esto porque la opinión pública es un concepto ‘genérico’, no cuantificado. Peor aún esta técnica obliga a considerar la sociedad como una mera colección de individuos aislados. Con el coinciden muchos críticos, para quienes no se puede tratar a la opinión pública como una sumatoria de opiniones individuales recogidas en una situación de aislamiento.
Y es que el empleo de la encuesta es muy útil para recoger conocimientos e informaciones del público, pero tiene problemas para abordar opiniones. En este campo las encuestas pueden parecerse, como irónicamente señalaba Barton, a “un molino de carne sociológico que arranca al individuo de su contexto social y garantiza que nadie en el estudio interactúe con nadie. Es algo así como un biólogo que pasase sus animales a través de una máquina de hacer hamburguesas y observase cada centésima de célula al microscopio: la anatomía y fisiología se pierden; la estructura y la función desaparece, y lo que le queda a uno es biología celular”.
Por lo tanto, las opiniones individuales y asiladas tienen distinta fuerza que agrupadas y reconocidas entre sí. Una encuesta del National Opinion Research Center (NORC) de la Universidad de Chicago, en 1964, arrojó como resultado que el 7 por ciento de los norteamericanos adultos consideraban que Hitler tuvo razón al querer matar a los judíos. Este 7 por ciento equivalía a unos 8 millones de individuos. No llamó a preocupación pues estos sentimientos se expresaron a un entrevistador de manera individual sin que ninguno de ellos se percatara de su fuerza colectiva. Igual preocuparía si ese 9% que señalan sus simpatías por el MRTA, según las encuestas del mes pasado, estarían agrupados y conocieran su poder. Por esto es necesario tener cuidado tanto en el uso como el análisis de las llamadas encuestas de opinión.
(El Peruano, 26 de Marzo de 1997)
¿Son confiables los instrumentos para medir la opinión pública?