Se ha escrito mucho sobre el tema que involucra a la PUCP con el Arzobispado, concretamente con el Cardenal Luis Cipriani. Algunos de esos artículos periodísticos se reproducen seguidamente:
Mi paso por la Católica
Por Francisco Miró Quesada Cantuarias
Como ha dicho Henry Pease, en un excelente artículo, conmemorando el hecho de que la Universidad Católica ha cumplido noventa años de existencia, la PUCP está considerada, de acuerdo con el último ránking de "Times", 2006, en el lugar 418 en el mundo. Considerando que en el mundo hay miles de universidades, la Católica ocupa una posición extraordinaria. Es imperativo escribir sobre este hecho notable. Pero no podría hacerlo mejor que Pease, ni siquiera igual, pues él está profundamente informado sobre el tema. De manera que considero preferible divertir un poco al lector, contando algunas anécdotas sobre la universidad.
Estudié en la Católica, en 1957 y 1958. Fueron dos años inolvidables. Hasta ahora recuerdo a algunos de sus buenos profesores: Guillermo Lohmann, Ernesto Alayza, el padre Rubén Vargas Ugarte, el padre Larson, el padre Lituma. Y recuerdo también a muchos condiscípulos:Carlos Gadea, Eduardo Fuller, Luis Landeo, Miguel Espinosa, Laura Bedoya, Lucho Lasarte, Tato Eléspuru y otros, que sería demasiado largo enumerar. Todos eran unos monstruos metiendo ‘vicio’. Tenían aún la mentalidad del colegio.
Cada profesor tenía su estilo y había que comprenderlo para poder dar un buen examen. Lohmann era claro, preciso y severo. No soportaba respuestas vagas en el examen. Quien no respondía con claridad, yendo directamente al grano, era desaprobado sin misericordia. Alayza era muy serio, y enseñaba a fondo. Pero no era tan inflexible como Lohmann, ‘jalaba’ bastante menos. Rubén Vargas Ugarte era el profesor más pesado de la universidad. Era un detallista atosigante. Eso sí, era una verdadera enciclopedia respecto de la historia nacional. Mas, entraba en detalles que no venían al caso para estudiantes de primero de Letras. Recuerdo que para establecer la fecha en que llegó el virrey Hurtado de Mendoza al Perú, se demoró cuatro meses, pues analizó toda la documentación existente. El padre Larson era chileno y exigía que el estudiante, al dar el examen, repitiera al pie de la letra lo que decía en su texto. Uno de mis mejores amigos de la promoción dio el examen con otras palabras y fue desaprobado.
El padre Lituma, profesor brillante y cultísimo, enseñaba Apologética, y era el ‘punto’ de la clase. Yo era el más tranquilo, porque sus clases eran interesantísimas. Un día, en que los estudiantes lo estaban fastidiando más que nunca, no pudo más y, a pesar de que tenía una paciencia de santo, exigió a gritos que se callaran la boca. Pero uno de los estudiantes, que era el que más ‘vicio’ metía, le espetó: "¡Cómo quieres que me calle, si tus clases son ridículas, y tú eres el personaje más ridículo que he conocido!". Entonces, el padre Lituma no pudo más y saltó del pupitre con la evidente intención de sacar al canalla a empellones de la clase. Pero con tan mala suerte que la sotana se le enganchó en un clavito que sobresalía en la madera del pupitre y quedó inmóvil, como una estatua. Entonces, levantando los ojos al cielo, exclamó: "Gracias Dios mío, por poner a prueba mi fe y mi paciencia".
Así era la Católica en aquellos días, ya tan lejanos. Era como un gran colegio, pero quien quería aprender aprendía de verdad. Con el tiempo fue progresando, incluyendo cada vez más facultades, hasta llegar a ser una de las mejores universidades del mundo. Por eso, todo lo que pueda hacerse para defender su autonomía será bienvenido.
(El Comercio, 3 de marzo del 2007)
Detrás de la sotana
Por Hugo Guerra
Sorprendido lector, es trágico que precisamente cuando cumple 90 años la Pontificia Universidad Católica del Perú entre en una grave crisis provocada por la propia Iglesia. Usted ya conoce el problema: el cardenal Cipriani reclama el derecho a supervisar la administración del legado del benefactor, don José de la Riva Agüero. Frente a eso, el Consejo Universitario precisa que cumplió siempre con el mandato testamentario y demuestra que cualquier pretensión prescribió después de 1994; y ahora todo pende de una acción de amparo.
Cipriani sostiene que esto no tiene nada que ver con su prelatura de origen, el Opus Dei, y que no pretende cuestionar la autonomía universitaria. Pero a desgaire del dicho oficial diversos voceros oficiosos lanzan necias críticas sosteniendo que la PUCP está "infiltrada" por marxistas y hasta que es "nido de terroristas".
Esas estupideces patentizan la intención de convertir a la universidad en bastión de una derecha reaccionaria y ultramontana so pretexto de su ‘catolización’, si cabe el término. En justificada respuesta miles de estudiantes, egresados y graduados venimos protestando. Jurídicamente nada podrá desvirtuar la voluntad de Riva Agüero de dar en propiedad sus bienes a la universidad, no al clero. Entre tanto, es incuestionable que la PUCP ha formado multitud de valiosos profesionales, intelectuales, académicos, artistas, políticos, militares y sindicalistas inscritos en todo el espectro ideológico y partidario. Ellos han hecho, hacen y seguirán haciendo historia en el Perú por su calidad; la cual obedece a que en las aulas fueron formados por maestros que no permitieron la censura en los textos, que respetaron la libertad de cátedra y cumplieron con lo más excelso de una auténtica universidad: la libertad de pensamiento y la universalidad del conocimiento.
Los laicos damos testimonio de que el fundamentalismo, fuese o no católico, jamás ha tenido cabida en las aulas y reconocemos que siempre ha primado la sensibilidad social y el compromiso con el país, la cultura y la academia. Además, siempre ha sido notable el respeto por otras confesiones, los no creyentes, la diversidad de géneros, las minorías, los pobres y todas las razas.
La PUCP, entonces, ha sido primero universidad y luego entidad adscrita a una confesión, como de verdad correspondía. Por tanto, tal vez deberá prescindir del adjetivo de Pontificia para que ni remotamente haya sujeción al derecho canónico, pero el sustantivo de católica será inamovible en tanto esa fe la viven sus creyentes desde diversas interpretaciones y no solo en la más conservadora.
Por lo demás, inmoralmente quienes hoy atacan a la PUCP aprovechan para manchar la honra de diversas personalidades, en particular del ex rector Salomón Lerner. Esta oportunidad es, entonces, especialmente oportuna para reiterar lo que peruanos de buena fe venimos afirmando desde hace mucho: Salomón es un filósofo valioso, honesto y ético. Su participación en la presidencia de la CVR –al margen de cualquiera discrepancia con sus conclusiones-, solo merece reconocimiento y gratitud. ¿No es así, querido lector?.
(El Comercio, 3 de marzo del 2007)
Solo una escaramuza
Por Baldo Kresalja
El debate público sobre la administración de los bienes dejados en herencia por José de la Riva Agüero, entre la PUCP y el señor Cardenal, no debería desviar la atención de uno mucho más trascendente para la vida de todos los peruanos, debate postergado y ocultado por intereses y temores, una asignatura pendiente desde el siglo XIX: la declaración política y la conducta práctica y cotidiana del Estado laico. La repercusión que públicamente ha adquirido el tema hace que el fallo que finalmente recaiga en el recurso de amparo interpuesto por la PUCP, sea solo la punta del iceberg de una controversia que tiene que ver con el rol de la Iglesia Católica, de cualquier religión, en los asuntos del Estado.
Hay dos temas que deben ir por delante: el primero, es el referente al reconocimiento del aporte histórico de la Iglesia en la conformación de la nacionalidad peruana, aporte lleno de luces y de sombras, tarea propia de los historiadores, sobre el que ella tiene todo el derecho de intervenir en defensa de su papel. Pero sobre el que los ciudadanos tienen también el derecho de plantear su poco ejemplar comportamiento en el ámbito de las libertades, democracia y respeto al pluralismo.
El segundo tema es aclarar que el Estado laico no es, ni debe ser jamás, un perseguidor de la religión. Esta es de gran importancia para millones de seres, pero en la felizmente secularizada sociedad occidental de nuestros tiempos, se trata de un asunto privado, sobre el que el Estado sólo se "pronuncia" indirectamente: permite el establecimiento, promoción y práctica de las religiones, siempre y cuando respeten los derechos fundamentales, y que esa actuación la hagan con sus recursos.
Fue el Papa Gregorio XVI, en 1864, el que calificó como "error pestilente" la libertad de conciencia en asuntos religiosos, la primera de todas las libertades, ligada en forma indisoluble con la dignidad humana. El Estado laico es una manifestación posterior, jurídica y práctica, de la separación entre Iglesia y Estado, derivada de esa libertad de conciencia, pero que persigue instaurar la libertad religiosa, esto es, la de permitir que los ciudadanos profesen la religión que desean o no profesen ninguna. Ha sido esa separación la que permitió detener y en algunos casos acabar con la persecución religiosa.
Quienes se oponen al Estado laico persiguen que una determinada concepción religiosa sea el marco que determine cuáles son los derechos y deberes de las personas, no respetando en consecuencia la libertad de conciencia. Debe advertirse que son muchos los cristianos y católicos que defienden la necesidad de un Estado laico, pero no todos lo hacen, pues no cabe duda de que su naturaleza se encuentra en conflicto con el poder temporal de cualquier Iglesia.
La dificultad del debate se acrecienta cuando se dice que tiene por objeto promover un humanismo materialista que oculta su carácter totalitario. Esta falsa afirmación busca impedir el reconocimiento de un principio democrático elemental: el poder no viene de Dios, sino reside en el pueblo. Y los poderes públicos gobiernan legitimados por la voluntad popular, no por los credos religiosos.
Podemos observar que parte importante de la jerarquía católica no desea serenar el debate y renunciar a sus caducos privilegios históricos, concretados en nuestro país en un Concordato ya insostenible, celebrado en 1980 con la Santa Sede, tratado sobre el que, hasta donde estoy informado, jamás se ha pronunciado parlamento alguno. Quizá de algo podría servir, lo que pongo en duda, decir a esa jerarquía que con su actitud está malversando su capital religioso de concordia, y que es preciso que deje de lado su carácter cada vez más intolerante.
La escaramuza sobre la administración de los bienes de Riva Agüero no puede ocultar que es otro el terreno principal de la batalla. El gobierno de una sociedad democrática, republicana y laica no está sujeto a ninguna condición supranatural, a ninguna intervención divina que cambie el curso de la historia; considera, más bien, que el ser humano es causa y solución de los problemas sociales. Gobernar de esta manera no tiene que ver tanto con quien tiene el poder sino a quien beneficia el poder. Espero que a la PUCP le vaya bien en el litigio, para que esta casa de estudios, la más importante del país, continúe su función proveedora de alimento intelectual con el mismo entusiasmo y libertad que he gozado en mis épocas de estudiante y profesor, y en donde estuvieron siempre presentes los valores cristianos de la solidaridad y el amor al prójimo. Pero tiene sobre su cabeza una espada de Damocles: su sumisión incondicionada al poder religioso católico, que ya ha sido motivo de compromiso en ocasión anterior. Y ello por algo que no puede olvidarse: su naturaleza "pontificia" hace muy difícil que continúe con esa conducta de tolerancia, abierta por igual a todas las manifestaciones del intelecto y del espíritu, pues esa calificación implica apego y obediencia al mandato de Roma, flexible siempre en lo político, pero dogmático e intransigente en lo demás. Lo dice la historia y lo sabe bien Cipriani.
(Tomado de La República, 29 de marzo del 2007)
Que se quite la P
Por Fernando Vivas
El juicio entablado por las autoridades de la PUCP al arzobispado para frenar sus pretensiones sobre la administración de los bienes de la universidad tiene para rato, pues apunta hasta al Tribunal Constitucional. Hay quienes sugieren un arbitraje que sería menos lento, pero la PUCP prefiere al Poder Judicial. El lío puede durar tanto como una carrera universitaria o, por lo menos, unos estudios generales al estilo PUCP, de dos años. Yo seguí los de Letras y fueron el comienzo de mis ‘años maravillosos’. Tuve de profesores a Henry Pease, Luis Jaime Cisneros, Heraclio Bonilla, Cecilia Bákula, Jorge Morelli, o sea, a rojos, verdes y amarillos, conocí la teología de la liberación, me topé con ultraizquierdistas y fascistas, asistí a polémicas entre apristas, comunistas y derechistas. La pasé muy bien y en recuerdo de todo ello apoyo la campaña del actual rectorado para librarse de la amenaza a la libertad de cátedra que supone la tesis del cardenal Juan Luis Cipriani. Con el abogado del arzobispado, Henry Bullard, insiste en que su pretensión es solo administrativa y se ciñe a la interpretación del testamento de José de la Riva Agüero, que legó el terreno y puso algunas condiciones. Pero correligionarios del Opus Dei como Rafael Rey y Martha Chávez ya han salido a denostar a la PUCP como formadora de rojos e iconoclastas, con lo que demuestran que el apetito cardenalicio sí es ideológico y amenazan el carácter laico del rigor académico. (Recuerdo un feo episodio de setiembre del 2002, cuando Cipriani, en su calidad de canciller de la PUCP, cargo honorífico no vinculante, se las ingenió para obligar al entonces rector Salomón Lerner a difundir al alumnado el folleto "Identidad sexual, ¿es posible escoger?", donde arremetía contra el feminismo y pedía castidad a medio mundo).
El modelo que Cipriani tiene para ofrecer es, además, incapaz de rivalizar con la PUCP. Con perdón de mis amigos y colegas egresados de la Universidad de Piura, administrada por el Opus Dei, tengo que deplorar las restricciones bibliográficas, tabúes académicos y homogeneidad de cátedra que allí se practican. Que la PUCP siga como está, fortaleciendo su pluralismo, proyectándose más y mejor a la comunidad, dialogando con todos. Es cierto que en algunas facultades y departamentos, como Sociología donde estudié en los años 80, hay corrientes dominantes, pero me consta que no degeneraron en dogmatismos y hubo preocupación por dar espacio a sílabos y profesores discrepantes.
Recojo, eso sí, un argumento sensato de Cipriani y de quienes lo apoyan. La universidad, en este juicio, contradice su denominación Pontificia. Este título le fue conferido por el Vaticano en 1942 y no la obliga formalmente a nada. Pero hay una corriente de alumnos y profesores que se animan a prescindir de ella. Una Asamblea Universitaria podría muy pronto discutir el asunto. Irónicamente, el muy católico Riva Agüero, en la cláusula séptima de su testamento de 1933, al legar la propiedad absoluta de sus bienes, a los 20 años de su muerte, dice "bastará que (la universidad) subsista en el vigésimo (año), cualquiera que sea el nombre con el cual continúe…".
(Tomado de El Comercio, 29 de marzo del 2007)
Noventa años de la PUCP: sin sombras, ni tinieblas
Por Francisco Eguiguren
La Pontificia Universidad Católica del Perú cumplió 90 años de labor académica, reconocida como una de las universidades de mayor prestigio en Latinoamérica. Llevo dos terceras partes de mi vida en ella, como estudiante, en la década del 70, y como docente, desde hace casi 25 años. Por ello, la alegría ante este acontecimiento es inmensa, tan grande como mi gratitud hacia esta casa de estudios a la que debo lo mejor de mi formación profesional y ética. Este sentimiento de pertenencia e identificación con la PUCP es motivo de orgullo y satisfacción personal. En un país como el nuestro, con tanta fragilidad institucional, que una institución privada cumpla 90 años, con una trayectoria de excelencia académica y contribución al desarrollo del Perú, es digno de destacarse.
Lamentablemente, esta celebración se ha visto perturbada, en el plano informativo, por el proceso judicial emprendido por la universidad contra la pretensión del representante del arzobispo de Lima y cardenal en la Junta de Administración de los Bienes de don José de la Riva Agüero, benefactor de la PUCP. No pienso entrar en el análisis jurídico del conflicto pues, a pesar de que siempre trato de ser objetivo en mis análisis, más de uno podría acusarme de falta de imparcialidad por mi corazón PUCP. Solo diré que nuestra universidad ha construido, en estas primeras nueve décadas, una sólida economía gracias a la eficiente y austera administración de sus recursos pero, sobre todo, una solvencia académica y ética que no es simple producto de la infraestructura material, sino el resultado de la labor de sus profesores, estudiantes, trabajadores y autoridades universitarias, quienes han hecho de la PUCP lo que es.
Siendo la PUCP una institución privada, sin fines de lucro, se caracteriza por una visión social que la aparta de opciones mercantilistas y pragmáticas, entendiendo la educación como un servicio y un apostolado. La identificación institucional con los principios de la fe católica no supone intolerancia ni dogmatismo, pues los principios y creencias se fortalecen en un clima de libertad y debate intelectual. En la PUCP se mantienen escalas de pensiones diferenciadas, en atención a la capacidad económica de las familias, por lo que una gran cantidad de alumnos se ubica en las escalas más bajas y paga menos de lo que se abona en colegios privados de ese nivel. Las pensiones no cubren más del 60% del presupuesto de la universidad, con el fin de no encarecer la educación y hacerla otro factor de exclusión.
La PUCP forma buenos profesionales, pero procura que estos adquieran una formación humanista, un sentido ético y un compromiso con el Perú y sus problemas. La libertad es una forma de vida que no ha afectado el orden institucional ni el rigor académico. La pluralidad y el diálogo han permitido cumplir el lema de la PUCP de ‘ser luz en las tinieblas’. Ello es lo relevante para la historia institucional, que no será ensombrecida por un incidente que quedará registrado como un suceso poco significativo, como quienes lo propician.
(Tomado de Peru21, 29 de marzo del 2007)