Se ha escrito mucho sobre el tema que involucra a la PUCP con el Arzobispado, concretamente con el Cardenal Luis Cipriani. Algunos de esos artículos periodísticos se reproducen seguidamente:
El legado de Riva Agüero
Por Beatriz Boza
¿Sabía que según Douglas North, premio Nobel de Economía 1993, la existencia de instituciones es determinante para el desarrollo de un país? ¿Sabía que, según los analistas, una de las principales barreras para el desarrollo del Perú es precisamente la inexistencia de instituciones? Según North las instituciones no son edificios, organizaciones ni entidades sino maneras consensuadas de hacer las cosas que trascienden a las personas involucradas, esto es, normas –formales e informales– que explican cómo actúan las personas y las organizaciones. Tal es el caso de la institución de la familia, la propiedad, el contrato privado o la economía de mercado. Generación tras generación, esas instituciones siguen vigentes. No se les puede ‘tocar’, no tienen forma física ni se les ‘ve’, pero todos saben de qué se trata y qué papel cumple cada uno respecto del otro con relación a esa institución, y es ese conocimiento y convicción los que trascienden a las personas y hacen a la vez predecible la actuación de la sociedad. North demuestra que para impulsar el desarrollo no basta promulgar leyes, cambiar personas o dotar de recursos a una entidad si no existen los fundamentos institucionales que motiven ese cambio.
Es curioso como, pese al diagnóstico de inexistencia de instituciones en el Perú, cuando están dadas las condiciones correctas, florecen las instituciones en nuestro país. La Facultad de Derecho de la Universidad Católica es un claro ejemplo de ello. ¿Sabía que hoy la mayor producción académica y de discusión de temas legales de vanguardia está en manos de los estudiantes en la PUCP? Hoy, las iniciativas de vinculación de la docencia con el mercado y de mayor compromiso con la realidad del país son puestas en agenda por los estudiantes, pues el quehacer del alumno líder de Derecho de la PUCP no se limita al aula sino que busca trabajar en equipo para aportar al país, aprendiendo, creciendo, equivocándose y gozando en el proceso.
Ejemplo de esto es la iniciativa "Abogados en el banquillo" en la que los mejores estudiantes debatirán hoy públicamente al mediodía, ante un jurado de lujo, sobre la ética y responsabilidad profesional. Además de las tradicionales agrupaciones políticas hoy existen en Derecho más de 15 organizaciones estables de estudiantes, ocho de ellas son revistas jurídicas de aparición periódica semestral, cuatro tienen oficinas en la facultad y dos llevan más de 20 años de existencia. Cientos de líderes y varias generaciones han pasado, pero la institución de la activa participación estudiantil está vigente, vigorosa y más creativa y comprometida que nunca. Es que la Universidad Católica ha sabido en sus noventa años generar las condiciones necesarias para crear instituciones y contribuir así al desarrollo del Perú. Ese es el verdadero legado de Riva Agüero.
(El Comercio, 29 de marzo del 2007)
La PUCP vive enseñando y aprendiendo
Por Abelardo Sáncez León
La universidad suele ser el lugar propicio para el desarrollo de las ideas. La sociedad delega en ella ese encargo. Lamentablemente, entre nosotros, no logra con creces su cometido. Felizmente, en los últimos tiempos, varias universidades –la PUCP, San Marcos y la de Lima– tienen fondos editoriales bastante activos que les permiten cumplir con su función. La producción de ideas solo prospera en un ambiente de libertad. El mundo de las ideas se parece al de la aventura y se basa en la curiosidad y en la generosidad. No siempre es fácil. El informe sobre la sexualidad elaborado paciente y apasionadamente por el doctor Kingsley, por ejemplo, es una buena demostración de que no siempre hay viento a favor. El debate de ideas tiene adversarios duros en la intolerancia, los prejuicios y la mediocridad.
Los 90 años de la Pontificia Universidad Católica del Perú significan un largo y maravilloso aprendizaje de convivencia entre diferentes posturas, posiciones y actitudes con relación a la vida académica. Es cierto: hubo y hay algunos marxistas, en sus aulas, que aterran, parece ser, a Rafael Rey. Puedo asegurarle, sin embargo, al ministro de la Producción, que no tienen un cuchillo entre los dientes y con frecuencia gozan de un benéfico sentido del humor.
En mis tiempos juveniles hubo una gran discusión en las Ciencias Sociales de la PUCP. Hablo de los años 70. Una discusión entre los marxistas, los socialcristianos, los estructuralistas y, digamos, los culturalistas. Hoy, pasados más de 30 años, las discusiones deben ser otras, pero de que las hay, las hay. En Estados Unidos los marxistas trabajan en las universidades. Marshall Berman es el autor de un libro sobre la experiencia de la modernidad que coge una expresión casi poética de Carlitos Marx: "Todo lo sólido se desvanece en el aire". Y en M.I.T., en Boston, no muy lejos del río Charles, en el nido de la tecnología, ha hecho toda su carrera el crítico más crítico de la sociedad estadounidense: Noam Chomsky.
Cuando cursaba Letras en la Plaza Francia, el padre Gustavo Gutiérrez nos pidió que escogiéramos entre Marx y Sartre. ¿Cuál de los dos?, preguntó democráticamente. ¡Escojan! Y ganó Sartre. Ganó, claro, la angustia existencial, la duda de vivir entre el ser y la nada, nada menos que en nuestra tierna juventud. Muchas chicas dijeron que Marx era aburrido, y lo debe ser. En fin: esa era y esa es la PUCP: un lugar donde la brisa de su campus renueva sus ideas en esta comunidad de alumnos, profesores y egresados. Por eso los peruanos le desean otros 90 años de vida, pero con esa misma actitud.
(Tomado de El Comercio, 28 de marzo del 2007)
La Católica en pugna
Por Antonio Zapata
En esta misma página editorial, pocos días atrás, Beto Adrianzén comentaba cómo los liberales peruanos se habían puesto de perfil en el agudo conflicto que opone conservadores contra ‘caviares’ en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Antes que alguien repare que los rojos no hemos hablado, o nos crea extinguidos, quiero opinar desde nuestra tradición, en alguna medida forjada en las aulas de la misma universidad, a la que agradezco por la formación de calidad recibida.
El cardenal ha opinado que su misión incluye la defensa de la economía del arzobispado. Con ello ha revelado que su objetivo es el dinero de la PUCP, antes que una propuesta de enseñanza superior. Este acercamiento ha sido confirmado por el Opus Dei, que en un comunicado señala que no tienen interés en manejar la PUCP, que si lo tuvieran lo explicitarían, como es el caso con la Universidad de Piura. De este modo, al cardenal en primer lugar le interesan los recursos económicos, pero tiene una evidente segunda intención. En efecto, quiere terminar de liquidar a la Teología de la Liberación, que por años ha sido muy influyente en la PUCP. Esta corriente ha sido duramente golpeada en los últimos años tanto a nivel nacional como en escala mundial. Algunos de sus más importantes teólogos han sido silenciados por Roma y prohibidos de enseñar y publicar. En el país han perdido prelaturas, como el Sur Andino por ejemplo, que habían manejado durante décadas. Uno de los últimos bastiones de los cristianos de izquierda es la PUCP. Además, ahí se reproducen porque forman nuevas generaciones. Así, la batalla del cardenal es de largo plazo, tiene mucho techo por delante y su fin último es el puntillazo al cristianismo de izquierda.
El vicerrector académico ha estado impecable en la defensa de los fueros universitarios. Ha probado que la herencia de Riva Agüero está incorporada al patrimonio en forma completa y legal. Pero, preguntado por este mismo diario, por las implicancias de ser una universidad pontificia, contestó que había estado en Roma, con el Prefecto de la Congregación para la Enseñanza y que esta alta autoridad de la Iglesia les había dicho, "con ustedes no hay ningún problema de naturaleza católica". Aquí se halla el punto crítico, que fundamenta nuestra posición independiente.
En efecto, ¿que hubiera sucedido si la alta autoridad de la Iglesia en Roma les hubiera dicho que sí hay un problema con la enseñanza impartida en la PUCP? Entonces, hubiera tenido que cambiar. Es decir, la autonomía institucional no es perfecta, porque dependen de la posición de Roma sobre el tipo de enseñanza que propone la PUCP. Depender, en este caso, significa que periódicamente las autoridades de la PUCP viajan a Roma a rendir cuentas y que reciben vistos buenos, lo cual aceptan y declaran, no es algo que alguien haya inventado.
Pues bien, desde nuestro punto de vista, la ciencia sólo debe depender de sí misma. La producción de conocimientos es secular y no debe tener límites en una determinada fe. La palabra universidad viene de universal y significa que se acepta todas las versiones e interpretaciones a condición de su racionalidad. Por eso, universidad es un concepto opuesto a pontificia, que expresa la dependencia a la Iglesia en Roma.
Querer conciliar el agua y el aceite es la habitual actitud de los ‘caviares’, amantes de estar bien con dios y con el diablo. Nosotros, en cambio, vamos camino al infierno y tan contentos porque confiamos en la coherencia personal. Con Galileo hasta el fin.
(La República, 28 de marzo del 2007)
Los 90 años de la PUCP y mi generación
Por Martín Tanaka
El 24 de marzo se celebraron los 90 años de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), en el marco de discusiones sobre los desafíos que deberá enfrentar en el futuro y de merecidos homenajes por su aporte al país. Me sumo con un pequeño comentario sobre mi generación en la PUCP.
Recuerdo a muchas personas con las que coincidimos en las aulas, patios, cafeterías y bibliotecas: entre las hoy relativamente conocidas podría mencionar a Jaime Bayly, Cecilia Valenzuela, Sol Carreño y Carmen de Piérola; Víctor Samuel Rivera; Aurelio Pastor, Pedro Gamio y Javier Barreda; Anel Townsend y Guillermo González Arica; Mario Saldaña, Miguel Santillana y Gustavo Guerra; Percy Medina y Sandro Venturo; Jorge Frisancho, Grecia Cáceres y Monserrat Álvarez; Claudia Salem y Phoebe Condos; Rosamar Corcuera y Francisco Guerra, y Maritza Garrido (hubo también células de Sendero Luminoso y del MRTA en la PUCP). Estos nombres, entre muchísimos otros, son una pequeña muestra de la amplitud de los caminos que seguimos quienes pasamos por sus aulas a lo largo de la década de los 80, consecuencia de la formación plural que recibimos.
Creo que mi generación está marcada porque nos tocó vivir lo último de una época de intensa politización que provenía de la década de los años 70 y, al mismo tiempo, el final de esa época. Cuando varios nos animábamos a ser parte más orgánica de diversos proyectos políticos, nos tocó vivir el fracaso del primer gobierno aprista, la división de la Izquierda Unida, la derrota del Fredemo y el desmoronamiento de Sendero Luminoso y del MRTA. Es decir, nos tocó ser la última generación politizada, pero la primera en vivir el final de las utopías. Este cambio se expresó en nuestras vidas, en que todos pasamos de alguna u otra manera por renuncias, sacrificios, resentimientos, frustraciones, exilios, reajustes y reconversiones.
Cuando el mundo de las utopías terminó, sentimos que las múltiples derrotas que hubo, que también sentimos como nuestras, no fueron nuestra responsabilidad: fueron de nuestros líderes, ideólogos, dirigentes, a quienes, a decir verdad, nunca les creímos el cuento del todo. Creo que de allí nos viene una suerte de tono escéptico, pero sobre la base de una formación que por un momento creyó en que era posible pedir lo imposible.
He hablado de "generación" aunque no podamos decir que hayamos formado propiamente una, no al menos como se ha entendido a las generaciones de los años 50, 60 y 70, que articularon, mal que bien, propuestas intelectuales, artísticas y proyectos políticos. Tal vez ya no sea posible pensar en "generaciones" como las de antes, en un mundo tan diverso, complejo y cambiante como el que tenemos ahora. Como sea, creo que todos estaremos de acuerdo con que los intensos años que pasamos en la PUCP fueron definitorios para marcar nuestras maneras de ser y pensar, de ver el mundo, y de entender nuestro desarrollo personal y nuestra contribución al país.
(Tomado de Peru21, 27 de marzo del 2007)
¡Mamita, los marxistas!
Por Augusto Alvarez Rodrich
Siendo la polémica sobre el control de la Pontificia Universidad Católica del Perú un asunto de fondo, pues lo que está en juego es el destino de una de las instituciones académicas más prestigiosas del país, esta requiere de argumentos de peso y no uno tan absurdamente débil como el esgrimido por Rafael Rey de que la PUCP se ha convertido en un antro del comunismo y del marxismo. "Lamentablemente, desde hace muchos años la Universidad Católica ha permitido que en sus claustros se originen personas que empiezan a actuar como marxistas y comunistas. Esto no me parece. Lo que no puede pasar es que la universidad forme en doctrina marxista y origine a marxistas y comunistas", es lo que ha dicho Rey.
Dicha sustentación es risible. Tanto como lo sería afirmar que la Chica.21 de los días domingo en este diario transforma a los lectores en maniáticos sexuales, o que parar mucho con apristas lo convierte a uno en búfalo. Se asume que los estudiantes ingresan a La Católica luego de un examen riguroso que evalúa su capacidad para interpretar bien la enseñanza que reciben, y que no son los tarados que supone el argumento de Rey. Una prueba de su invalidez es que de ella han salido profesionales con diversas orientaciones políticas, desde él mismo, hasta Martha Chávez o Diego García Sayán.
En la Universidad del Pacífico, donde tuve la suerte de estudiar economía hace tres décadas, se enseñaban unos magníficos cursos de teoría del valor y el capital -sobre la obra de Carlos Marx- a cargo de un excelente profesor argentino, Héctor Maletta, que constituían -al igual que los cursos sobre Adam Smith- un desafío intelectual y que, en modo alguno, convertían a los alumnos en marxistas o comunistas.
Pero la sustentación de Rey también es peligrosa y particularmente relevante para entender la naturaleza del embate dirigido por el arzobispo de Lima, Juan Luis Cipriani, en contra de la PUCP. Como es obvio, el objetivo no es otro que convertirla en un centro de adoctrinamiento forzado de las ideas de Rey y Cipriani, y no que siga siendo el espacio plural y valioso que es hoy en día.
(Tomado de Peru21, 26 de marzo del 2007)
90 años y un testimonio
Por Nelson Manrique
Los 90 años de la Universidad Católica, saludados por tantos desde tantos lugares, han sido empañados por el litigio al que ha dado lugar la pretensión del representante del cardenal Juan Luís Cipriani de intervenir en la administración de la universidad.
José de la Riva-Agüero, en su testamento del 1 de setiembre de 1938, dispuso: "Para el sostenimiento de la Universidad Católica de Lima, a la que instituyo por principal heredera, y para los demás encargos, legados y mandas (.) pongo como en condición insubstituible y nombro como administradora perpetua de mis bienes, una junta que será al propio tiempo la de mi albaceazgo mancomunado, por indeterminado plazo". Según el representante del cardenal Cipriani, esta disposición le da derecho de intervenir en el manejo de la universidad. ¿Tiene razón?
La Universidad Católica está amparada por el testamento de Riva-Agüero del 3 de diciembre de 1933, que la declaró su heredera "la que tendrá el usufructo de mis bienes recibiendo sus productos de la junta administradora; y los adquirirá en propiedad absoluta". La propiedad absoluta supone el derecho a disponer de los bienes sin recortes ni limitaciones, ni, por supuesto, intervención de terceros. Riva-Agüero dispuso una reserva, en su testamento de setiembre de 1938: si 20 años después de su fallecimiento la Universidad Católica ya no existiera, la junta lo heredaría. Riva-Agüero falleció el año 1944 y en 1964 la universidad pasó a ser la propietaria absoluta de su legado. Sus títulos de propiedad fueron inscritos en los Registros Públicos y quedó así cancelada la posibilidad de que los heredara la junta administradora, y la de que esta interviniera en la administración de los bienes legados. ¿Por qué tiene entonces esta junta carácter perpetuo? Para cumplir las mandas y encargos instituidos (obras de caridad, misas perpetuas, mantenimiento de monumentos, refacción de templos, etc.).
Aun si todo lo anterior no existiera, según el Código Civil, luego de 10 años de posesión pacífica estos títulos no pueden ser discutidos por nadie, y ya tienen 43. Hay más: en 1994 el representante del arzobispo de Lima y el rector de la universidad decidieron formalizar que la junta ya no tenía nada que administrar con relación a los bienes. Nuevamente, al no haberse interpuesto en los diez años siguientes ningún recurso de nulidad, este acto jurídico es inamovible.90 años y un testamento
¿Qué se mueve detrás de estas maniobras? La junta administradora está formada solo por el rector de la universidad y el representante del arzobispo de Lima. Si existe discrepancia entre ellos, dirime el arzobispo. Admitir que la junta administre la universidad sería aceptar, pues, que el cardenal Cipriani la dirija en todos sus actos. ¿Se trata de mantener la pluralidad y el respeto de la diversidad, que ha convertido a la Católica en una de las mejores universidades del continente, o transformarla en un reducto del oscurantismo?
(Tomado de Peru21, 26 de marzo del 2007)
¡La Católica: 90 años!
Por Luis Jaime Cisneros
Si hoy podemos celebrar los 90 años de la Católica, es porque se trata de una institución inolvidable. No podemos olvidarla, porque se mantiene viva, en pleno y jubiloso esplendor. ¡Inolvidable! Inolvidable, porque la intuición de su fundador ha alimentado la formación de muchas generaciones. Por eso tiene 90 años relucientes. Por eso puede ofrecer una tradición asentada en la continuidad y la superación constante del esfuerzo inicial. Continuidad que ha significado, felizmente, renovación y rigor en los procedimientos. Continuidad que ha significado, asimismo, serenidad y decisión para adoptar los cambios exigidos por el progreso y para rechazar actitudes e ideologías, siempre efímeras, ajenas a su función específica. Dos nombres conjugan su fe en la generación de este esfuerzo singular: el padre Dintilhac, que la imaginó grande y prestigiosa, y José de la Riva Agüero, que aseguró su continuidad. Ambos están asegurados en nuestra memoria, y esa memoria nos confirma beneficiarios de una herencia social y cultural.
Porque memorizamos estos hechos confirmamos que la PUCP está vigente. Me ligan a ella 59 años de docencia. A mediados del 48, mi colega sanmarquino Jorge Puccinelli me propuso conocer a gente de la Católica. Y una tarde de junio, terminadas nuestras clases en San Marcos, nos encaminamos, por Mantequería de Boza, hacia la plaza Francia. En medio de una oscuridad creciente, débiles luces perfilaban las torres de la Recoleta y anunciaban, arrinconado en la esquina, el edificio de la Católica. Ahí se inició mi amistad con Raúl Ferrero Rebagliati, decano de Letras a la sazón.
Con Ferrero tuve la sensación de reanudar una charla suspendida, porque nos fue fácil coincidir en temas relativos al renacimiento y al barroco. Esa amistad me hizo mucho bien, y por eso lo añoro todavía, agradecido. Nada me hizo sospechar que ese patio y ese árbol serían pronto escenario constante de mis afanes docentes. Yo profesaba en San Marcos cursos de Filología Hispánica y tenía estudiantes ya entrenados en el quehacer universitario. La Católica me ofrecía un horizonte distinto: cachimbos todavía lampiños y sonrientes. Los evoco con su inocente idea de la ciencia, con sus intenciones a veces brillantes y a veces demoradamente luminosas, ayudándonos, con inquietudes y preguntas, a confirmar el conocimiento y ofreciéndonos, con reiterada porfía, testimonios precisos de lo amplia que podía ser nuestra ignorancia y, también, de lo firme que debía mostrarse nuestro parco saber para ayudarlos a avanzar con seguridad.
Cercano a la universidad, en la calle de Lártiga, el Instituto Riva Agüero era el ansiado mirador al que se acercaban los jóvenes atraídos por las humanidades. Bajo la cautelosa mirada de Víctor Andrés Belaunde, los seminarios de Filosofía, de Historia y de Filología convocaban a trabajar y a investigar. En sus cuarenta años de trabajo, el Instituto puede reconocer que ha proporcionado un buen plantel de docentes a la universidad.
Pero los 90 años de la PUCP significan también un cambio significativo en la clientela estudiantil. Signo de la madurez institucional se ofrece al observar cómo ha ido ampliándose la condición social del alumnado. Si en 1948 la mayoría provenía de reputados colegios particulares, ahora la población estudiantil muestra cómo se han congregado todas las sangres. Y ese es otro signo de progreso.
No puedo cerrar esta nota, forzosamente corta, sin unas palabras para los profesores que ejercieron el rectorado y aseguraron a la universidad su fisonomía de casa de reflexión y de estudio riguroso. Felipe MacGregor, gran rector en momentos políticos difíciles, logró hacer de la institución un centro moderno de docencia y una institución donde la investigación tuvo prioridades que no había tenido hasta entonces. MacGregor, además, supo hacernos comprender que la universidad no podía ser ajena a la vida política del país: el gobierno militar de esa época tuvo pruebas de esa convicción. En esa misma línea, el rector Salomón Lerner Febres afirmó en muchos de nosotros, como buen filósofo, la conciencia de que la universidad no podía dar la espalda a la realidad social. La universidad no podía desatenderse de lo que significaron para el país los años de horror que hemos vivido. Si este filón todavía suscita discrepancias es porque cuesta admitir que la tarea de toda institución universitaria, como enseñaron los griegos, no es ajena a la política, por lo mismo que está dedicada a la formación de ciudadanos para ejercer una profesión. Y una profesión implica una determinada conducta con el prójimo. En la universidad se aprende también a defender nuestra condición humana.
(Tomado de La República, 25 de marzo del 2007)
Es evidente el sesgo ideológoco de este portal, que de ser todas perfectamente acertadas, eel problema legal con el Jefe de la Iglesia peruana serìa, en el mejor de los casos, un acceso de locura. La primera instancia en que se ha contemplado la cuestión judicial, sin embargo, no ha sido de esa opinión. La uniformidad masiva, exagerada, homolineal, sólo contribuye a cubrir un debate bastante más complejo que, llevado adelante de manera sincera y digna, serviría finalmente para beneficio de una universidad que amamos todos, incluido el que firma.