¿Por qué vivimos esta sensación de insatisfacción tanto de candidatos como de la ciudadana, cuando los organismos electorales habían logrado, desde el 2001 un nivel alto de eficiencia y confianza ciudadana? La respuesta no la podemos encontrar solo en estos recalentados días llenos de incertidumbre. Las causas se ubican en varios planos, como el diseño institucional de la Constitución de 1993, que entrampa a los organismos electorales en una inadecuada distribución de funciones. Sobre este piso mal elaborado, en 1997, se construyó la Ley Orgánica de Elecciones y otras normas que agudizaron los problemas. De esta manera, en el momento de la elección se observó como los dos organismos realizaron actividades duplicadas, otras innecesarias, se entorpecían en el trabajo, competían entre sí, creándose fricciones como dos enemigos que tienen objetivos encontrados. Esta experiencia hace redoblar la idea al JNE que la ONPE debe desaparecer y ser subsumido en una oficina técnica, como la llama ya desde ahora. Lectura fuertemente enraizada en dicha institución, pero atentatoria a un principio básico en los Estados modernos y democráticos, que señala que quien ejecuta una función no puede ser a la vez quien la juzgue. No se puede ser juez y parte de un proceso, por lo que un diseño con dos organismos separados adecuadamente en sus funciones administrativas electorales y jurisdiccionales, solucionaría un problema que, lamentablemente, este Congreso no pudo resolver a través de una reforma que pusiera fin a un agotador problema.
Sin embargo, con esta misma estructura institucional se había llevado adelante las incuestionables elecciones del 2001. Aquí es donde se asienta la responsabilidad circunscrita de lo sucedido hoy. A las elecciones modernas no se les exige solo que estén provistas de legalidad, sino que muestren transparencia y eficiencia. Si el recorrido tortuoso de las actas, la limitación de los comités de coordinación, la demanda de los partidos por información, entre otros, era materia conocida desde aquella época, pues se debió, bajo la lectura de las lecciones aprendidas, planear, coordinar directamente y frecuentemente entre los titulares y adelantarse a los hechos que se conocían como perniciosos. Esto no se hizo. Si se hizo, fue insuficiente, por lo que el riesgo creció y el descontento mermó lo conquistado con esfuerzo.
En nuestros países, de democracias precarias, los organismos electorales deben redoblar esfuerzos no para comparar su trabajo con la de una elección anterior, sino para superarla, por que ello ayuda a la confianza ciudadana en sus instituciones, en este caso, portadoras del nacimiento de la representación política. Por ello, no podemos seguir dándonos el lujo de seguir manteniendo el mismo diseño institucional perverso y de desempeños con nortes oblicuos.
(Peru21, sábado 6 de mayo 2001)