La estrategia del presidente tenía como propósito ganar en primera vuelta y con mayoría en el parlamento, tal como lo hizo en el 95. Pero a diferencia de aquella votación, que premiaba los logros del primer gobierno, en esta oportunidad la estrategia no podía contar ni esperanzarse en logros, que eran pocos y largamente superados por los déficit. Por eso la combinación era la adecuada: una campaña a favor de Fujimori con recursos del Estado, una alta dosis de contracampaña contra los opositores, utilizando todo tipo de medios privados, y una presencia de Fujimori como presidente, que le otorgue réditos como candidato. Previamente se cambiaron reglas, se modificaron y violaron normas, para permitir encaminar una estrategia, bien pensada. Esta tuvo un claro éxito, que permitió, desde 1999, el descenso en intención de voto, primero de Andrade, después de Castañeda y, como consecuencia, el ascenso de Fujimori. El segundo éxito radicó en crear la imagen de un presidente electoralmente imbatible.
Hasta mediados de febrero, todo estaba bajo control, con una oposición que parecía colaborar con el propósito presidencial con su participación, en un proceso electoral que era considerado desigual -por decir lo menos-, de parte de los observadores internacionales. El espectacular ascenso de Toledo en el último mes rompe todo el esquema, cuando los estrategas de la candidatura oficial pensaban que los opositores se disputaban entre sí un espacio electoral que los debería mantener entre el 10% y 15%. Pero el electorado empezó a concentras sus simpatías por el candidato de Perú Posible, develando la vulnerabilidad electoral del presidente Fujimori, quien a partir de ese momento, pierde la iniciativa y el control total que tenía sobre las elecciones. Si antes quería llegar al 9 de abril con una diferencia en intención de votos muy amplia y no tocar el sufragio, en esta oportunidad, sectores importantes del régimen deben pensar que si para mantenerse en el poder se requiere de algunas artimañas y mecanismos de fraude, no escatimarán en ponerlos en práctica. Pero, eso ya se un riesgo que antes no querían jugar, pues los diversos grupos de observación internacional, más Transparencia y la Defensoría del Pueblo y los medios de comunicación, jugarán un papel de control que puede dificultar ese propósito.
Para no llegar a ese extremo, los estrategas de Fujimori han apostado en una combinación de medidas que les permita repuntar en dos semanas, quizá recordando la experiencia de haberlo hecho con Yoshiyama, en el 95, y con Hurtado Miller, en el 98. Estas medidas son las mismas que se desarrollaron hasta febrero, pero con la diferencia que esta vez sí aparece Fujimori como candidato. La contracampaña pasa a niveles mayores utilizando a Laura Bozo contra la familia Toledo, a la ministra Cuculiza y otros ministros contra las propuestas de Toledo, los diarios amarillos contra Eliane Karp y los medios afines al gobierno para presentar la relación de Manrique-Toledo y Alan García-Toledo. La campaña por su lado, intenta cerrar filas con Absalón Vásquez ofreciendo populismo, Tudela ofreciendo liberalismo y Macera ofreciendo post-marxismo, mientras Fujimori aparece en manifestaciones populares al lado de su hijo Kenyi, siempre una figura que puede ayudar a contrarrestar una imagen de familia que sí muestra Toledo. Esto se complementa con spots televisivos por América Televisión y seguido por otros, cuando se lo negaron a los opositores meses atrás, con argumentos comerciales que no tienen porqué haber cambiado.
En resumen, Fujimori no ha perdido las elecciones. No las tiene segura, que es otra cosa, pero ese sólo hecho, desata ya una serie de nuevas variables que no estaban previstas. Crea en sus consultores y seguidores incertidumbre y pánico, que al cambiar la estrategia pueden incurrir en errores, que más tarde que temprano lamentarán, por que perderán no una elección, sino el poder.
(Canal N, Lunes 27 de marzo del 2000)