No fue así y ello facilitó que la naturaleza del sistema de partidos se polarizara y sea presa fácil de los errores de sus componentes y de las presiones económicas y sociales.
Así, entre 1980 y 1992, el diseño de las circunscripciones electorales permitió que, en dos oportunidades (1980 y 1985), el partido de gobierno obtuviera en el Parlamento mayorías creadas por el propio sistema. De esta manera, pudo establecer hegemonía política sin la necesidad de llegar a acuerdos con los demás grupos políticos. La forma de la candidatura posibilitó, a su vez, que por la simultaneidad alta de las elecciones presidenciales y parlamentarias, las primeras influyeran en gran medida sobre las segundas, arrastrando las votaciones. A su vez el tipo de voto permitió, mediante el voto preferencial, trasladar en parte, la competencia interpartidaria hacia el interior de los partidos, quebrando la unidad de éstos. Asimismo, la flexibilidad de las candidaturas (doble postulación parlamentaria y presidencial) y del reconocimiento de los partidos (la ley fue extremadamente benévola con los nuevos partidos), permitió la proliferación de partidos y que el sistema multipartidista se acentuará.
Las modificaciones constitucionales de 1993 y la ley electoral de 1997, afectaron de manera importante el sistema político y de partidos, manteniendo, sin embargo, importantes elementos anteriores. Las modificaciones al apostar por un sistema proporcional puro, con la implantación del distrito único sin barrera legal, permitieron una fragmentación partidaria alta. La aplicación de la cifra repartidora (método D´hondt) sobre el distrito electoral único, favoreció al partido mayoritario (Cambio 90/NM), por la cantidad de escaños en disputa (120 escaños), un premio de bancadas adicional. La mantención del voto preferencial si bien ratificó una relación fuerte entre elector/candidato, perjudicó la de elector/partido en momentos de crisis de representación partidaria. Se mantuvo también la simultaneidad entre las elecciones parlamentarias y presidenciales, permitiendo un mayor voto de arrastre debido a la acción que produce la reelección presidencial. Efecto que fue atenuado mínimamente por la mantención del voto múltiple. Igualmente, se mantuvo la doble vuelta electoral sólo a nivel presidencial, que si bien fue innecesaria, en 1995, podría polarizar futuras competencias electorales, como ocurrió en 1990.
Todo lo anterior nos lleva a recordar que pese a los cambios institucionales, no se tuvo claridad en los objetivos en el momento de su elaboración, pues se mantuvo la combinación del presidencialismo con un formato de sistema de partidos multipartidista, en la medida que se prestó más atención a los beneficios de corto plazo.
El multipartidismo ha sido un formato de sistema de partidos que estaba asociado a la precariedad de la democracia. Posteriormente, se ha demostrado que este sistema es funcional en sociedades heterogéneas y con clivajes sociales, pero que se sustentan en sistemas parlamentarios. Para el politólogo norteamericano Scott Mainwaring, el multipartidismo combinado con un sistema presidencialista crea una relación explosiva. Exacerba algunos problemas típicos de este sistema -conflicto ejecutivo/legislativo- que conduce al inmovilismo, pues no crea su propia mayoría como sí ocurre en un sistema parlamentario. Tarea siempre difícil con un formato de muchos partidos, como ocurrió en el período 1990-1992.
Han existido casos en que esta combinación ha funcionado (Chile 1930-73), pero genera una dependencia muy alta a la voluntad de las élites y de los ciudadanos de comprometerse con un sistema democrático institucionalizado. En el Perú, este no ha sido ni es el caso. Pero, si bien no se pudo cambiar el sistema de gobierno, lo adecuado hubiera sido un sistema con menos partidos. Es decir, reducir la fragmentación partidaria, introduciendo umbral de representación, distritos plurinominales o elecciones parlamentarias coincidentes con segunda vuelta electoral. No es el único mecanismo, pero si pudo ayudar a encontrar salidas institucionales.
Por el contrario, los cambios introdujeron modificaciones que apuntaron y tuvieron resultantes inversas a la premisa anterior, pues el sistema electoral favoreció la fragmentación partidaria. Si bien el multipartidismo puede ser funcional también al presidencialismo cuando el partido gobernante es altamente disciplinado y la oposición no, como ocurre en el Perú desde 1992, esta situación no deja de lado la situación de precariedad, sólo la atenúa para períodos muy precisos.
De lo anterior se desprende que la democracia peruana no está respaldada por adecuados cambios que permitan que el sistema funcione con las instituciones establecidas constitucionalmente, fortaleciéndolas. Por el contrario, lo que se ha observado es cambios que mantienen o menoscaban el sistema político, convirtiéndolo en sumamente frágil.
(La República, 16 de Febrero de 1998)