Este espíritu mesiánico que tantas veces ha acompañado a nuestros gobernantes encuentra en él un depositario especial. En este escenario él sabe que tiene un período más de gobierno y que inmediatamente después le tocará descansar un quinquenio, a partir de inicio del próximo siglo, si desea volver a postular. Pero, en el camino se enfrentaba a dos justas electorales municipales (1995 y 1998). En esa medida tenía hasta tres alternativas: no presentar candidato en Lima -plaza siempre política-, apoyar a un candidato independiente (Luis Castañeda) o presentar candidato propio. Esta última alternativa, sólo se podía jugar si se tenía plena seguridad de ganar. Así fue. Fujimori coloca no a cualquier candidato de sus filas, sino que quiso asegurarse y optó por el No.2 del régimen. Con esto nos trasmitía un mensaje: se jugaba con todo para ganar. Sus estrategas le habían proporcionado la información que el candidato por Somos Lima, Alberto Andrade, pese a haber planeado su campaña con mucha anticipación, tenía dificultades y por lo tanto mucho que laborar para ingresar a disputar los sectores sub-urbanos y populares de Lima. Estos eran bastiones que engrosaron las altas votaciones del fujimorismo, desde que en la primera vuelta de 1990, desplazaron de este espacio a la izquierda (ver cuadro). Eran sectores que habían pasado de la alta politización y movilización al pragmatismo.
Acompañando este escenario se tenía la alta aprobación presidencial estimulada por el indiscutible triunfo en las elecciones de abril último. Una lectura histórica nos señalaba que ningún partido oficial perdía elección municipal cuando ésta se colocaba tan cercana a un triunfo presidencial. Así ocurrió con la victoria acciopopulista, en 1980, y aprista, en 1986. Si el triunfo de las huestes cambistas era inobjetable en el último quinquenio y el presidente concentraba no sólo popularidad sino un gran poder, se desprendía de ello que podía funcionar la capacidad de endose. Articular un candidato no beligerante, con ascendencia política importante, técnico, sin pasado personal que lo condene, pero que además cuente con todo el apoyo -que sólo él por ser del partido oficial lo podía conseguir- y una propaganda apoyada con todos los recursos técnicos y modernos del marketing electoral, permitiría la tercera victoria histórica del régimen: Lima. Las otras dos le habían proporcionado los mayores réditos electorales: acabar con la hiperinflación y derrotar a Sendero Luminoso. Una exitosa gestión municipal colocaba a Cambio 90/NM en la antesala de una victoria en el 2000 y convertirse en el primer gobierno del siglo, encabezado por Yoshiyama o por el mismo Fujimori. Esto último, pensaron algunos, sólo posible gracias a una caprichosa interpretación de la constitución, que le permitiría al actual mandatario una nueva reelección.
El gobierno al decidir participar electoralmente concentró sus esfuerzos en las dos provincias en donde siempre había obtenido altas votaciones. Recordemos que en el verano de 1990 cuando el actual mandatario era un desconocido y apareció intempestivamente como un Tsunami, su arrastre electoral se originó precisamente en el Callao, llegó a Lima y siguió en el resto del país. Bajo esa perspectiva se colocó candidatos distritales en casi toda la capital. Un gobierno que basa su legitimidad, no tanto en procedimientos sino en resultados, prefijó un plan: una gestión municipal exitosa a nivel provincial debe estar acompañada de otras a niveles distritales. Esto debido a dos consideraciones. La primera, de orden estratégico: es más fácil intentar, bajo la responsabilidad gubernamental (en caso de ganar Yoshiyama) solucionar los problemas de un continuo urbano Lima-Callao, que representa la cara del Perú, que hacerlo con el resto de provincias. Por eso no compitió en éstas. La segunda: de orden pragmático: competir a nivel nacional implicaba una extremada movilización política. Cambio 90/NM no estaba en capacidad de articular y llevar adelante campañas electorales victoriosas en 194 provincias y 1810 distritos. Eso sólo lo lograron los partidos políticos en la década del ochenta.
Pero, cuál es el error de esta estrategia y sus consecuencias políticas?. Por primera vez en este quinquenio Alberto Fujimori se coloca en contra de la opinión pública. En todas las oportunidades anteriores el hacía lo que ésta expresaba, así se tratara de violentar el ordenamiento legal o trastocar las reglas de juego. La mejor demostración fue el autogolpe de 1992. Las encuestas mostraban después de las elecciones presidenciales, que la ciudadanía deseaba un candidato independiente del gobierno. La cifra se acercaba a cerca de dos tercios. Es más existía una cierta unanimidad que Andrade era un buen alcalde y los partidos políticos estaban incapacitados (o no sentían la necesidad) de competirle un espacio ganado adecuadamente. Fujimori quiere vencer esta corriente bajo la lectura antes reseñada y trasmitiendo un mensaje claro, que muchos tradujeron en chantaje: Lima, que todos la sufrimos, sólo se arregla con mi apoyo. Esto tiene sus frutos iniciales con una activa participación presidencial. Pero, lo que parecía su resorte de éxito se convirtió en su Talón de Aquiles. La polémica lo mostró con una claridad evidente: el ingeniero Yoshiyama había sido electoralmente castrado. Apareció como una figura que sólo valía en la medida que era apadrinado por el presidente de la república. El era más que eso, pero su figura perdió perfil propio e identidad. La percepción era que se trataba de una imposición. Los sectores altos y medios fueron los que respondieron rápidamente en contra de este mensaje, pese a que apoyaban la gestión presidencial. Pero, por la misma razón logró avanzar Andrade en sectores populares.
Sólo las dos últimas semanas la campaña oficialista trató de cambiar de rumbo lograda sobre la base de una toma de distancia de presidente Fujimori del candidato oficialista y un giro en la propaganda en donde todo el apoyo lo recibía no del gobierno sino de la población. Todo ello acompañado de una fuerte presencia estatal en sectores populares entregando infraestructura, inaugurando locales y limpiando zonas abandonadas. Todo ello permitió un repunte de Yoshiyama, pero era demasiado tarde.
Por todo lo anterior, esta es una derrota política. La primera desde la aparición del llamado fenómeno Fujimori. Sin atenuantes por tratarse del No. 2 del régimen, por tratarse de la pérdida de las dos únicas plazas en donde presentaron candidatos (Lima y Callao), con todas las ventajas de ser el partido oficial, ocurrida a escasos siete meses del mayor triunfo electoral y en el mejor momento de la popularidad del gobierno. La estrategia oficial ha quedado así quebrada, por primera vez, por la misma opinión pública que hace poco catapultó a Fujimori con la primera reelección en el régimen democrático peruano.
(Expreso, 15 de Noviembre de 1995)