El ha manifestado de diversas maneras su rechazo a los partidos políticos -no tiene interés en organizar uno- y al Parlamento, lugar en donde éstos también se desarrollan. La experiencia de los últimos años parece que le otorga la razón. Sin embargo, la situación es mucho más compleja, pues nunca señaló que lo que estaba caduco eran "esos" partidos políticos y "ese" Parlamento. De lo que se trataba era (y es) de profundizar una democracia basada en partidos políticos y Parlamento y no una sin ellos. No existe democracia sin un Parlamento basado en un pluralismo partidario, canalizados por elecciones libres e igualitarias, en un contexto de libertad de asociación y expresión. El ataque a partidos y Parlamento termina -como terminó- encauzando y legitimando autoritarismos en la medida que se pierde los únicos canales de intermediación, dejando todo a merced del Estado. En nuestro país éste es superpuesto por el ejecutivo que, a su vez, se articula en una sola persona: el presidente Fujimori. El camino inverso es más complejo pero más democrático: vivificar la institución parlamentaria -recuperando su iniciativa legislativa- y a los partidos políticos, más no sustituirlos.
De otro lado, en nuestro país estamos lejos de haber experimentado una mal denominada partidocracia. En otras latitudes, especialmente en Europa, los partidos se eligen por listas cerradas y bloqueadas -y no bajo el formato del voto preferencial como en nuestro país-, que le otorga una gran capacidad al partido para estructurar el Parlamento. Asimismo, estamos lejos de aquel gran control sobre los llamados Grupos Parlamentarios, que ostentan los partidos europeos.
Pero, hay otros problemas no menos importantes sobre la representación. La sociedad peruana se ha desmovilizado en forma creciente, dejando a sus instituciones aisladas, generando una "abulia peruana" de la política, situación que encajaba perfectamente con un gobierno que ha despartidizado y desideologizado a la sociedad a lo largo de media década, convirtiendo a la política en un objeto de recelo y rechazo. Es evidente que la participación ha estado probablemente asociada a la escasa afiliación partidaria, que tiene que ver con los límites de los partidos políticos para organizar a la sociedad, pero también con ésta para ser organizada en partidos políticos.
El Parlamento como órgano de representación
En consecuencia, estamos delante de instituciones profundamente debilitadas, en sentido inverso con una sólida imagen presidencial. En relación a su condición de órgano de representación, la nueva composición del Parlamento ayuda a acrecentar lo anteriormente anotado. Este es el Parlamento más fragmentado de la historia del país, pero el más concentrado en la primera mayoría (Ver Tabla No.1). El oficialismo ostenta la mayoría absoluta en el Parlamento y su actuación no será distinta a las que ya nos tiene acostumbrado en el CCD. Es un grupo parlamentario casi uniforme, comandado por la rígida Martha Chávez y Joy Way, contando también con Torres y Torres Lara y Marcenaro. Es una fracción parlamentaria que ha adquirido cierta experiencia y ahora es apoyado por representantes independientes como Luis Delgado Aparicio, Martha Hildebrandt, Alfonso Baella, Jorge Trelles, que le pueden otorgar mayor solides al oficialismo, pero quizá en algún momento menos benevolencia con el régimen, pues son personajes con pensamiento propio. Lamentablemente para la lista oficialista, como en toda composición parlamentaria abrumadora e inesperada -como AP en 1980 y PAP en 1985- la mediocridad es un componente de sus filas. La distancia de Cambio 90/Nueva Mayoría, con el segundo partido (UPP) es grande. La agrupación, que difícilmente se mantendrá unida alrededor de Javier Pérez de Cuellar, acoge a un contingente parlamentario muy diverso. Su dinámica se verá afectada en función de quienes son los componentes de su bancada, pudiendo alguno de ellos inclinarse a las filas oficialistas. Sin embargo, por la calidad de sus miembros puede tratarse de una fracción parlamentaria de alta calidad. Otro grupo lo conforman los partidos políticos (PAP, AP, PPC e IU) que suman un 15% del Parlamento. Si bien hay diferencias entre ellos, son los de mayor experiencia parlamentaria y se convertirán -junto a algunos de UPP- en el núcleo de la oposición, estando limitado por su reducido número (ver Tabla No.2). Renovación, FIM, CODE y OBRAS representan a los otros grupos independientes pero que se colocan, en ese orden, de menor a mayor distancia del gobierno. Salvo el último, es el grupo de independientes que se vio beneficiado con la ausencia de los partidos políticos en las elecciones en el CCD, por lo que captaron un mayor electorado que hoy ha quedado reducido a sus justos términos. En el contexto actual Renovación deja de ser un partido pequeño con capacidad de negociación como lo tiene hasta ahora, una suerte de Partido Liberal alemán o PPC en el segundo gobierno de Belaunde. Finalmente, se encuentran los grupos residuales, FNTC, FREPAP y MIA. El primero es el partido que, por esas singularidades de nuestro sistema electoral, siempre tuvo por lo menos un escaño, pero sin ninguna influencia ni política ni parlamentaria. De la misma se puede decir de los dos últimos. Pero, si se confirma el ingreso al Parlamento de Susy Díaz, ésta se convertirá en un argumento más en contra de la imagen parlamentaria, que tanto requiere el ejecutivo.
El Parlamento como órgano legislativo y de control
Con el elegido el 9 de abril, hemos constituido 6 parlamentos, con tres tipos de características: 4 mayoritarios (1989, 1985, 1992 y 1995), 1 de coalición (1978, PAP-PPC) y uno medio opositor (1990). En el caso que agrupa a la mayoría de parlamentos, la experiencia indica que éstos tienden a no constituirse en órganos de control y fiscalización del ejecutivo. De la misma manera delegan, en demasiadas oportunidades, la capacidad legislativa al ejecutivo. Es probable que el próximo Parlamento se coloque en este grupo, por la composición, por el número y calidad de los miembros de su mayoría. Paralelamente, el Parlamento requiere modernizarse y eso pasa por una mayor tecnificación de su aparato y una adecuada información global y autónoma de los congresistas. Es lamentable la carencia y falta de recursos de la mayoría de ellos, con las notables excepciones de un pequeño grupo privilegiado del oficialismo. Sin una información rápida y actualizada de los distintos sectores del país, un parlamentario está incapacitado de cumplir plenamente su función legislativa, circunscribiendo su trabajo a uno muy específico y sectorial. Si esto es así, la debilidad institucional parlamentaria se mantendrá y ayudará a la mayor concentración del poder en manos de la presidencia. En otras palabras, si queremos reformar las instituciones, la mayoría oficialista debe recuperar para el Parlamento las capacidades intrínsecas por las que fueron fundados y la minoría mantener su capacidad persuasiva y crítica que impidan la unanimidad.
(El Mundo 24 de Abril de 1995)