Sin embargo, se hace necesario explicar algunos alcances de la ley electoral. Esta establece que los partidos políticos deben volver a inscribirse en el JNE si no han cruzado el rubicón del 5% de los votos validamente emitidos en elecciones presidenciales. No dice nada de las elecciones para el Parlamento. Esto es necesario precisar pues, en otros países lo que se considera como elementos de control son éstas últimas. Es así, en la medida en que en muchos casos -y no sólo en el Perú- el elector vota por el partido de su preferencia a nivel parlamentario y escoge al mejor ubicado, no necesariamente de sus preferencias, en la competencia presidencial. Existen otras legislaciones (varias europeas y la argentina) en las que ese porcentaje -llamado umbral electoral- es el mínimo necesario para que un partido político u organización independiente deba alcanzar para ser incluido en la distribución de escaños. En el Perú éste no es el caso. Aquí los partidos que obtienen menos de ese porcentaje participan en la repartición de escaños, pero son eliminados del registro de partidos políticos. Como muestra el listado que acompaña este texto, en 24 oportunidades, varios partidos políticos han sufrido esta drástica sanción. Algunos de ellos han pasado al olvido (UN, MDP, DC) o han repetido esta actuación en todas las oportunidades, como el partido que más veces ha estado en el Parlamento, el FNTC, sin desaparecer. Pero, en el listado del último domingo se encuentran los partidos políticos que han sido las columnas vertebrales del sistema político de la década pasada. Por eso la importancia de este resultado y por eso mismo la alegría mostrada desde las esferas oficialistas. Las razones, sin embargo, tienen raíces más profundas que la actuación de estas organizaciones en el último período.
No una sino muchas muertes
A lo largo de la década pasada los gobiernos y la oposición -basados en partidos políticos- han terminado desprestigiando y erosionando al propio sistema político y la gestión pública en particular. Esto contribuyó a una frustración acumulada de vastos sectores sociales, con una clase política que se mostró incapaz de representarlos. Es así que la incredulidad hacia la élite fue ganando espacio, mientras las diferentes propuestas políticas se hundían en el enredado juego del poder, cuyas pocas reglas de juego eran, con frecuencia, olvidadas o violadas. En este contexto el sistema de partidos, que se conformó posterior a la década postmilitar, sólo podía ser mínimamente estable. Se establecía un sistema de pluralismo extremo y polarizado. Sin embargo, los elementos que lo conformaron no fueron ni atenuados ni evitados. Por el contrario, al nivel institucional no se realizaron las reformas necesarias ni hubo el propósito, de parte de la élite política, de encontrar espacios de acuerdo que permitiera diseñar una sólida democracia de partidos y de esta manera pasar a la consolidación del sistema en su conjunto. Las pequeñas reformas puestas en práctica no tenían sino el interés particular de una u otra organización política o gobierno.
De otro lado, las instituciones políticas no sólo funcionaron ineficientemente, sino que se mantuvieron distantes de la sociedad civil, donde, por su parte, movimientos sociales y segmentos de la población demandaban al Estado en forma creciente y violenta. Las imágenes fueron delimitándose: parlamento apéndice del ejecutivo (esto válido en toda la década del ochenta); presidentes básicamente retóricos; municipios incapacitados del gobernar su localidad; burocracia endémica y, muchas veces, corrupta; políticas económicas corrosivas a la economía popular; demandas regionales permanentemente postergadas; Estado incapacitado de proteger a su población ante el avance senderista y, por el contrario permanente violador de los derechos humanos. En la medida que la distancia entre clase política y clases plebeyas se hizo dramática, los discursos políticos aparecieron significativamente demagógicos y oportunistas. Es así que todas los partidos políticos integrantes del abanico del sistema no sólo no pudieron articular demandas, sino que sus adhesiones orgánicas fueron cada vez menores. En consecuencia, cada vez más la política apareció, ante los ojos de la mayoría, como espacio de la ineficiencia y la mentira.
Sobre este espacio se forjó Fujimori. Llega al poder en forma inesperada, pero inmediatamente traduce su éxito electoral bajo la idea que dicho fenómeno que lo sacó del anonimato y lo catapultó a la primera magistratura del país, lo convocaba a una gran misión. Supuesta misión que se vio, de alguna manera facilitada, por las características anteriormente señaladas, y que lo convirtió en el depositario del respaldo ciudadano. Intentar transformar, al margen de las instituciones y las reglas de juego establecidas, a partir del 5 de abril de 1992, fue el inicio de este proceso, en el que el Perú pasó de la democracia a la democradura, vía un golpe de estado. Las elecciones efectuadas en el período 92 93 sirvieron para legitimar el régimen impuesto y dar paso a un sistema de partidos fragmentado, debilitando a los partidos existentes y permitiendo la proliferación de líderes independientes movimientos básicamente electorales (Lima 2000, UPP, CODE-País Posible).
Todo lo anterior no debe soslayar el hecho que quienes tenían la primera responsabilidad de esta situación eran los propios partidos políticos, quienes de otro lado perdieron todas las iniciativas políticas, actuando a la defensiva desde el golpe de Estado. No sólo esto, sino que no supieron enfrentar con audacia, renovación y posturas más firmes el período anterior. La consecuencia fue que no pudieron remontar a su favor el desprestigio que se montaba sobre ellos. La desorientación, la falta de nuevas formas de hacer política y la oposición al gobierno en un momento en que la ciudadanía mayoritaria estaba hipnotizada por el discurso autoritario, explicaban la catastrófica votación de los partidos. Todo ello ha traído como consecuencia un sistema de partidos atomizado, compuesto por partidos políticos desarticulados y partidos electorales, dirigidos por figuras independientes de diversa calidad que no contribuyen a estabilizar un sistema ni ha construir una democracia viable.
Es posible una resurrección
Si la resurrección es el regreso a un Registro de Partidos Políticos, no es necesario esperar un milagro de semana santa para que ello suceda. Los partidos involucrados en esta pesadilla, son los únicos movimientos políticos organizados y lo pueden lograr. Necesitarán 100 mil firmas de adhesión y la presentación de la documentación de acuerdo a ley. Si otros movimientos independientes, sin estructura organizada, lo consiguieron, con mayor razón estos partidos que ya tienen experiencia. Pero, si quieren participar en las elecciones municipales de noviembre de este año, es su peor enemigo. Deben reinscribirse a mediados de año. El problema, en realidad, es otro. Estos partidos políticos acumulan una serie de fracasos electorales que al acumularse afectan a su militancia, su imagen y sus fuerzas. Algunos no soportan estas presiones. El Movimiento Libertad, lo probó con creces. El objetivo real será pensar una estrategia que involucre democratización interna, renovación de liderazgos, revisión de idearios y expresa manifestación de crear un marco de reglas de juego democráticas que deben ser los primeros en cumplir. Caso contrario, la resurrección no pasará de ser parte de la historia sagrada.
(La República, 16 de Abril de 1995)