Lo curioso es que ya se había señalado anteriormente que políticas fuertemente neoliberales eran contrarias a regímenes democráticos. Sucedió con el Chile de Pinochet. En este caso se trata de gobiernos que naciendo de elecciones y aplicando políticas pactadas con el FMI, insinúan, unos más que otros, diseños de regímenes autoritarios. Por ello no extraña que todos discutan la reelección presidencial con el argumento que esta medida permita la permanencia exitosa de sus políticas económicas. Brasil se salvó de tamaña discusión por que Collor de Mello cayó en otra tentación: la corrupción.
Habría previamente que aclarar lo siguiente, en la mayoría de países latinoamericanos existe la reelección presidencial, salvo en Ecuador y Colombia. Lo que no existe en el resto de países es la reelección presidencial para el período inmediato. Varía, por cierto, el período presidencial: Chile es el más largo con ocho años; en Argentina y México dura seis años; en Perú, Brasil, Venezuela, Paraguay y Uruguay, cinco años; en cambio Ecuador, Colombia y Bolivia lo es de cuatro años. Sin embargo, la impaciencia puede más en unos que en otros. Es el caso de los que quieren la reelección inmediata.
En el caso de México, se trata aún de rumores de los deseos reeleccionistas de Carlos Salinas de Gortari. Allí el que permanece en el gobierno desde 1927 es su partido, el PRI. Es un sistema de partidos con un partido hegemónico. La elección del candidato del partido oficialista pasa ser, desde hace más de sesenta años en la práctica, la elección del presidente mexicano. Los seguidores de Salinas sueñan con ver por seis años más a su líder, para lo cual tienen que cambiar las reglas en este juego concéntrico de poder en el que sólo participa los apristas. Tendrán que lidear, sin embargo, con la oposición al interior de su partido, en donde muchos tienen como objetivo la silla presidencial, y fuera de él. La oposición antigubernamental no quiere saber nada de reelecciones y, por el contrario, busca quebrar la tantas veces criticada hegemonía del PRI. Este tiene que cambiar la Constitución, y eso ya es un gran obstáculo.
Otro es el caso de Argentina. Luego del ascenso al gobierno -anticipadamente- de Saúl Menem en el año 89, éste aplicó también políticas neoliberales con cierto éxito, pero como aquí fuertemente criticada por la oposición debido al devastador costo social en que se incurre. Hoy en Argentina un sector de los neoliberales presentan a Menem como una necesidad pública y nacional. Para ello también tendrán que cambiar la Constitución más antigua de Latinoamérica (1856). Hijo de la nueva generación peronista, Menem, pese a los escándalos matrimoniales que conmovieron la Casa Rosada, considera que es el momento de hacer cambiar las reglas y tentar la reelección. Por cierto, la oposición, encabezada por los radicales de Alfonsín, se opone a los deseos peronistas. Pero, las ambiciones de Menem no son tan sencillas de realizar. Argentina, en los últimos años, sólo ha sido gobernada por los dos grandes partidos, Radical y Justicialista (peronista). Esta especie de bipartidismo insinúa siempre una alternancia, como ocurrió por primera vez en 1989. Lo experonistas podrán ganar pero, primero tendrán que derrotar a los radicales en setiembre de 1993 cuando se elija a la mitad de la cámara de diputados. De allí podrá mirar Menem con mayor claridad sus deseos reeleccionistas. Si pierde, tendrá que retirarse, como Fujimori, en 1995. En caso contrario, si obtiene el voto favorable de los tercios del Congreso, intentar ser el presidente que cerrará el siglo veinte argentino.
Finalmente, en el Perú nos enfrentamos la discusión. Pero, no es la primera vez en nuestra historia en que el debate sobre la reelección es parte del estilo de gobernantes que se obnubilan con el poder. Todos ellos también considerarían que con su presencia en el escenario político inauguraban un nuevo horizonte.
Simón Bolivar se mandó escribir en 1826 la denomina Constitución Vitalicia, que felizmente sólo tuvo la irónica duración de 56 días. Los liberales de la época, encabezados por Luna Pizarro, se opusieron a ella y sin pena ni gloria dejó de existir. Tuvimos que llegar a fines de la República Aristocrática y encontrarnos con Augusto B. Leguía, quien consideró que había que fundar la Patria Nueva. Fue en sus exitosos primeros años de gobierno en que parlamentarios adictos al régimen decidieron que Leguía debería mantenerse en el poder. Con un Parlamento sumiso y de mayoría legista, se cambió la Constitución y de esta manera pudo ser reelegido en 1924. No contento con ello volvieron a cambiar la Constitución en 1929 para permitir la reelección presidencial presidencial sin límites. Está demás recordar que Leguía volvió a ganar las elecciones en aquel año, pero un año después, el oncenio caía, en medio de una implacable crisis económica, como producto de un levantamiento liderado por Sánchez Cerro. Con la pésima experiencia leguiísta los constituyentes del 31 y 79, rechazaron la reelección presidencial.
Sin embargo, en dos de los tres gobiernos democráticos subsiguientes al docenio militar (1968-1980), se ha planteado la discusión. El primer caso fue en el gobierno de Alan García. El diputado chalaco Hector Marisca, presentó, en 1986, un proyecto de ley de cambio constitucional para permitir la reelección. La sustentación fue la misma: se requiere pro-hombres que prosigan la obra emprendida. En este caso Alan García debería seguir encabezando el Futuro Diferente . En pleno auge del alanismo, con una opinión pública aun favorable para el presidente García, algunos apristas estuvieron a favor, pero otros connotados dirigentes se opusieron. La propia Constitución no permitía un fácil cambio de su letra. Allí quedó el proyecto Marisca.
Ahora estamos pues delante de una nueva versión de la misma parodia. Esta vez protagonizada por el Ing. Fujimori y su entorno. A partir del año pasado él cree que ha fundado la historia y todo lo anterior no sólo debe ser rechazado sino olvidado. Entre lo primero se trata de la Constitución del 79 que le prohibía ser reelegido. Con un Congreso Constituyente Democrático (CCD) con mayoría absoluta y subordinada totalmente a los designios, el Ing. Fujimori quiere tentar la reelección con mayor suerte. Al igual que sus antecesores tiene a su favor un apoyo ciudadano y un número adecuado de congresistas y periodistas que defenderán lo indefendible, tratando de ser originales y buscando los lugares comunes, tan comunes en estos lugares.
Los voceros oficiales y oficiosos sostienen la necesidad de reelegir al Ing. Fujimori, por tratarse de un gobernante que es el adecuado para culminar las ‘reformas estructurales’ emprendidas por el llamado Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional. Sostienen que la Constitución del 79 no permitía que el elector exprese su deseo (en este caso que pueda reelegir al presidente Fujimori) y que en muchas democracias avanzadas se permite la reelección presidencial, siendo el caso más conocido el de Estados Unidos. Argumentos nada novedosos. Por ejemplo, otro conspicuo oficialista, varias décadas atrás, como Foción Mariátegui señaló en 1927, que era una necesidad para la Patria Nueva contar con un hombre extraordinario, es decir Augusto B. Leguía, para realizar el prodigio que el Perú tiene como tarea. Para ello propuso una enmienda presidencial, para que de esta manera quien ocupe el cargo lo pueda hacer por tiempo indefinido. Mariano H. Cornejo, citado por Jorge Basadre, sustentó la luminosa idea, señalando que "interrumpir la obra constructiva en aras de un prejuicio arcaico condenado por la ciencia y por la experiencia, sería un crimen de lesa patria. La elección de Leguía ha dejado de ser un éxito político para convertirse en solución nacional. No es el régimen, que para consolidarse mantiene en el poder a su jefe, sino la nación pretende que su actual presidente sea la piedra angular del edificio social y de la evaluación que prepara el porvenir". Así pues siempre se ofrecerán argumentos sobre las necesidades impostergables de la permanencia de ciertos presidentes.
El problema es que cada una de estas intentonas reeleccionistas han sido para concentrar los poderes públicos y diseñar gobiernos autoritarios. Por eso, no causa extrañeza que el Ing. Fujimori, un presidente que dirige un golpe de Estado, destruye las ya debilitadas instituciones políticas del país, ataca sin descanso a los partidos políticos, maneja a su antojo todos los resortes del Estado y sus Fuerzas Armadas, tenga la intención de permanecer en el poder.
Que la reelección presidencial es posible en otros países es cierto, pero bajo otras circunstancias. En general los regímenes modernos son de dos cortes: presidencialistas, como los del conjunto del continente americano, y los europeos que son básicamente parlamentarios. En cuanto a los regímenes presidencialistas como Estados Unidos, lugar de donde importamos el sistema, efectivamente existe la reelección, pero se olvida que allí hay una tradición presidencialista de dos siglos acompañada de un efectivo federalismo y un Congreso que permite el tan mentado equilibrio de poderes. Aún así, luego de la experiencia de Franklin D. Roosevelt, en la década del cuarenta cuando salió reelegido en tres oportunidades, el legislador norteamericano reformó la norma para evitar una experiencia igual. En adelante sólo era posible, la reelección por una sola oportunidad, pero manteniendo el período presidencial por cuatro años. En el caso de los europeos habría que agregar que existe la figura de Presidente de la República pero de forma decorativa, como Alemania, Italia o Austria. Allí quien dirige el Ejecutivo es el primer ministro o canciller. Este puede ser reelegido. Pero, quien lo elige es el Parlamento muchas veces sobre la base de un acuerdo de partidos, en medio de un sistema político que no concede la preponderancia del Ejecutivo sobre el Parlamento como sí sucede en Latinoamérica. En el Perú estamos lejos de un sistema parlamentario y, peor aún, se hace la guerra a los partidos políticos. Por lo demás, en los regímenes parlamentarios son éstos quienes pueden cambiar al canciller. La situación no es así comparable.
Sin embargo, a diferencia de los casos de México y Argentina, en donde Salinas y Menem tienen que sortear las dificultades de cambiar sus constituciones, en el Perú el obediente CCD, con mayoría oficialista, no tendrá ningún problema en adecuar la reelección a la nueva Constitución y así poder observar cómo Alberto Fujimori se engolosina con el poder ¿Por cuánto tiempo?
(La República, 28 de febrero de 1993)