La desesperación que mostraron no era para menos; es la derrota, sin atenuantes, del más importante candidato que ha tenido la derecha en la historia reciente. Una diferencia de más de veinte puntos insinúan como interpretación que la gran mayoría de peruanos no querían un gobierno fredemista, a costa incluso de no saber con precisión lo que quería el actual presidente electo. Esto se debe, en parte, a una polarización que más que política fue eminentemente social y étnica.
La polarización, propia de toda segunda vuelta electoral, fue el sentido de toda la campaña. Pero esta fue, eminentemente limeña. En las provincias, más allá del nexo televisivo, los problemas locales y regionales podían hacer sentir a parte del electorado, como cuando nosotros captamos las imágenes del quehacer político en Brasil, Chile o Ecuador: cerca pero lejos. Salvo que, por suerte o estrategia, alguno de los dos candidatos sorprendiera con su visita. Recobrando aquel dicho del oncenio leguiísta: "Lima es el Perú", el Fredemo concentró en la segunda vuelta toda su potencialidad en la capital peruana. No era para menos, el 8 de abril había conquistado cerca del 50 por ciento de su respaldo total, en la capital limeña.
En tan cortos dos meses, que median las dos vueltas electorales, ese era el lugar adecuado para sacar ventaja al candidato de Cambio 90. Sin embargo, en las provincias residen las otras dos terceras partes. Allí la situación no fue la mejor para el Fredemo, porque, como era de suponerse, en el norte el Apra, en el centro y sur la izquierda, y ambos en el área metropolitana, iban a cerrar filas contra MVLL. De esta manera, salvo el oriente peruano, de gran tradición populista, y la competencia estrecha en Arequipa y Lima, el resto del país inclinó la balanza a favor del ingeniero Fujimori. Por esta misma razón, el contenido del voto por Cambio 90 es, efectivamente, antifredemista más que profujimorista. Pero también es el triunfo del voto de los que proceden de abajo, de los provincianos sobre los limeños, de los andinos sobre los costeños, de los pobladores de barriadas sobre las capas acomodadas y, por qué no, de los de color modesto sobre los dueños del Perú. Esto es un triunfo y una batalla ganada independientemente de las virtudes y defectos del ingeniero nikkei. Sólo se expresa a través de él. Por eso mismo, estos sectores sociales observaron el triunfo del último domingo, con una actitud más bien tranquila y expectante; distinta, por cierto, a las de olor de multitud del Belaúnde del 80, el García del 85 o el Barrantes del 83.
Todo esto se comprueba cuando uno recorre las huellas del voto fredemista: mayor en la costa y el oriente, disminuido en las zonas andinas. Su apoyo se sitúa, básicamente, en las zonas más modernas, cosmopolitas y/o de mayor consumo: Lima, Arequipa, Iquitos, por ejemplo. En estas ciudades, y es muy notorio en el caso de la capital, su peso electoral se concentra en las capas medias y altas de la sociedad; en cambio, sus respaldos más pequeños se encuentran en los barrios más pobres y las zonas más deprimidas del país. No es que el mensaje de MVLL no llegó a estos lugares, sino que éste no fue aceptado y hecho suyo como pudieron pensar sus mentores. La polarización se observa incluso en las zonas fuertemente cargadas de violencia política. Aquí sí, por primera vez, es posible señalar que Sendero Luminoso fue derrotado. Desoyendo las consignas gonzalistas, los pobladores del campo votaron contra Vargas Llosa dejando de anular o blanquear su voto. Por ejemplo, Ayacucho que tenía 41% de votos nulos y blancos, Apurimac 38%, Puno 28%, Huancavelica 36%, descendieron a alrededor de 8 a 15 por ciento. Los electores de estas provincias sintieron que su voto debería de cargarse de una decisión política inmediata.
El voto de AFF está definido rápidamente como clasista y provinciano, por y a pesar de él. En Lima, es claro que su perfil se dibuja en los sectores más pobres de la ciudad. Basta observar su alta votación en distritos como Villa El Salvador, Comas, Carabayllo o Ate. Por esta misma razón, para alejarse de los mismos gustos de estos distritos, las clases medias -más papistas que el Papa- dieron un abrumador triunfo al Fredemo, colocándose a la altura de los clásicos bastiones como Miraflores, San Isidro, San Borja, donde las preferencias vargallosianas se elevaron más allá del setenta por ciento. El respaldo de Cambio 90 registró las mismas características en provincias. Allí están los casos de Ayacucho, Huancavelica, Apurimac, etc.
La derrota del Fredemo es una derrota sin atenuantes. Sus líderes, en el balance de la primera vuelta, sostuvieron que la victoria con pequeño margen se debía a la existencia del voto preferencial que imposibilitó una visión más clara de los planteamientos fredemistas; a la poca difusión del Programa de Asistencia Social (PAS), que estaba pensando para los más pobres y a la campaña denigrante del Apra contra un transparente y franco discurso fredemista. En esta oportunidad, estos elementos fueron descartados. Si bien la campaña del Apra prosiguió, la del Fredemo fue mucho mayor en términos de guerra sucia. Contó para ello, con el respaldo de los influyentes medios de comunicación; realizó una campaña más variada y costosa; contó con la adhesión abierta de figuras de lo más variado de los ámbitos de la vida pública (periodistas, artistas, cómicos, animadores de espectáculos, deportistas, víctimas del terrorismo). Nada le faltó para cubrir las deficiencias que, sostienen, incurrieron en la campaña de la primera vuelta. Asimismo, desarrolló una campaña que animó sentimientos primarios y que ha contribuido, en parte, al dominio social de décadas: el racismo, el chauvinismo y el sectarismo religioso. Por ello, la gente puede sentir, efectivamente, que perdieron -más allá de MVLL-, los racistas, los dominadores de siempre, los antinacionales, los clericales de la alta jerarquía, los que gritaban golpe debajo del estrado de Libertad, los chantajistas como Ferrando y los manipuladores como Belmont. Sienten, por todo ello, que han derrotado a todos aquellos que llaman al Perú, "este país". Perdió el poder en su aspecto más acabado y revestido.
La derrota del Fredemo no es necesariamente el triunfo de Alberto Fujimori. Ahora, más que nunca, no existe cheque en blanco. No puede existir, en la medida que muchas interrogantes no esclarecidas se ciernen sobre su persona. El mayoritario apoyo electoral no es tampoco el equivalente a uno político. Si el nuevo presidente no tiene esto claro, se decepcionará cuando las huelgas prosigan y cuando su popularidad se desinfle. Su triunfo es la más clara demostración de la crisis de representación de los partidos políticos, que gozaron de todo el beneplácito electoral durante los ochenta. Pero, a su vez, pone en dura prueba a nuestro sistema político forjado sobre la base de partidos políticos. Sin ellos en el poder, emerge, con suma claridad, la posibilidad de que prácticas caudillescas y mesiánicas pedieran desarrollarse sin límites. Cuando un líder carece de una organización que lo acompañe, de una propuesta global de sociedad y una práctica en el manejo de conflictos, más allá de los domésticos, tiende a concentrar la toma de decisiones y, por lo tanto, éstas estarán revestidas muchas veces de autoritarismo, sorpresa y desaciertos. AFF lo mostró de manera palmaria con el manejo personal y directo de la campaña de la segunda vuelta, donde dejó traslucir que su hermetismo es también sinónimo de desconfianza, pero también de soledad. Su encuentro con el poder fue súbito, por ello su aprendizaje deberá ser veloz. Caso contrario, así como creció en sus adhesiones las podrá perder sin dejar rastro.
(La República, 17 de junio de 1990)
Si Vargas Llosa hubiera salido elegido presidente de la republica en aquella epoca el Pais hubiese estado mejor que con la mafia corrupta Fujimontesinista ademas al final el tiempo le dio la razon a Mario Vargas Llosa sinedo premio nobel de la literatura y Fujimori en la carcel donde deberia de estar como un vulgar Ladron…