Un discutible sistema electoral
La Constitución de 1979 considera que el Presidente de la República debería tener una mayoría clara y no relativa para acceder a la primera magistratura del Estado. Por ello, los constituyentes pensaron en la segunda vuelta electoral. Este método de elección, de origen francés, fue aplicado a nuestro sistema electoral en forma parcial. Una falsa copia. El sistema de la segunda vuelta busca dotar de una fuerte mayoría a uno de los dos finalistas. Pero éstos compiten en todos aquellos cargos sometidos a la elección popular: desde los candidatos a la presidencia hasta los concejos municipales, pasando por senadores y diputados. De esta manera, el partido ganador en la presidencial suele arrastrar votación en los otros ámbitos y así obtener una sólida mayoría parlamentaria y un apoyo global en todo el país. Este sistema se combina con la elección parcial del Parlamento, en medio de la gestión gubernamental. En nuestro país esto no sucede. El sistema electoral es malformado con la inclusión de los votos nulos y blancos y porque en la segunda vuelta, sólo compiten los candidatos presidenciales. El resultado es lo que tenemos por delante: cualquiera que gane no obtendrá la suficiente fuerza para aplicar su programa de gobierno, pudiendo tener incluso mayoría parlamentaria opositora. Igual hubiera resultado con una sola vuelta, ahorrándose la tan poco productiva segunda.
Nuestra segunda vuelta
Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori pasaron a la segunda vuelta electoral expresando la forja de nuevos líderes políticos que daban cuenta de corrientes de opinión extendida en nuestra sociedad: el rechazo a los partidos políticos y a las prácticas de sus miembros. Pero, como señalamos en estas mismas páginas luego de las elecciones, el enfrentamiento de la segunda vuelta coloca a los candidatos, indefectiblemente, como competidores irreconciliables, en la medida que en términos prácticos, el voto que gane uno lo perdería el otro. De esta manera, más allá de los buenos deseos y respetuosos códigos de guerra que inicialmente se expresaron, el enfrentamiento de las dos candidaturas polarizó las opciones. Los electores se vieron en la obligación de optar, muchos a regañadientes, por uno u otro candidato. Por ello, si se señala que la primera vuelta el voto fue apasionado, en esta oportunidad no lo será menos. El voto anti-candidatos debe haberse acrecentado sustantivamente. En esas condiciones, no es cierto que el candidato que gane reciba el mandato mayoritario. En muchos casos las candidaturas han tenido la función de escudo de defensa del triunfo del otro competidor. Apoyo que termina, en buena parte de los casos, a la salida de las mesas electorales. Si, además, la segunda vuelta tenía como propósito mostrar los programas de gobierno y esclarecer las características del mismo, la experiencia demuestra que esto no ocurrió. El debate del domingo pasado fue la mejor demostración. Candidatos que mostraron la maña que antes rechazaron como práctica, falta de destreza polémica, lenguajes repetitivos y sin ninguna novedad de propuestas. Por el contrario, la segunda vuelta estuvo plagada de falta de argumentos, posturas calculadas, guerra sucia en la que se cometieron toda clase de bajezas y en la que, lamentablemente, se deslizaron periodistas hasta ayer, inteligentes y ponderosos comunicadores. Asimismo, en este combate se comprometieron, tibiamente al inicio y luego con entusiasmo, los partidos que quedaron rezagados en la primera vuelta. Estos, en muchos momentos, no supieron elevarse por encima de las pequeñas puyas, siendo seducidos por la pasión de la elección. Dichas agrupaciones, cuyo apoyo puede ser decisivo en el resultado final, sólo actuaron en función de intentar inclinar la balanza. Las posibilidades de triunfo del candidato de Cambio 90 son mayores. Sin embargo, no todo está dicho. Pero, es evidente que el triunfo de uno u otro candidato abren panoramas distintos.
MVLL: gobierno con oposición fuerte
Un triunfo del Fredemo no sería de ninguna manera igual al planteado por sus mentores. Sería un triunfo con heridos y contusos. Pero, además, un gobierno conflictivo. Si Mario Vargas Llosa, en la primera vuelta, radicalizó su postura derechista y al criticar duramente tanto al Apra como a la izquierda creó, a su vez, dos enemigos que no le darán tregua, no sólo desde el Parlamento sino desde los movimientos sindicales y regionales que controlan y que no son pocos. El programa fredemista era consustancial a una mayoría absoluta, no lograda. Es esa la razón por la que meses antes de la elección los dirigentes fredemistas veían la necesidad de plantear, en caso de ganar, facultades extraordinarias al Ejecutivo. Por ello, para aplicar su programa, fundamentalmente económico, tendrá que realizarlas desde el Ejecutivo sometiendo, previamente, a las tendencias centrífugas al interior del frente. Un programa del shock a medias nos conduce al camino argentino. Eso lo saben. Para evitarlo, sectores del Fredemo consideran necesario que dicho programa se haga a la brasileña: todo desde el primer día o fracasa. Pero, cuando se intente aplicar dicho programa, tendrá a la férrea oposición en el Parlamento esperando el desfile de gabinetes y ministros. Desde el Ejecutivo se esperará. Consideran que con los primeros resultados -que en tres meses deben ser muy claros- MVLL tendría la posibilidad de disolver la Cámara de Diputados y llamar a nuevas elecciones. Los diputados opositores calcularán mejor sus actos para no arriesgar su puesto en una eventual elección complementaria. Sin embargo, el síndrome del primer gobierno de Belaúnde se hará sentir. Si esto sucede, desde el interior del frente clamarán por acuerdos que MVLL no está dispuesto a celebrar. En términos de control social intentará desarticular la presencia izquierdista en los gremios vía la aplicación de medidas económicas y laborales que afectan a los que MVLL denomina trabajadores privilegiados. Allí enfrentará también una férrea oposición. Sería, en pocas palabras, un gobierno que no daría tregua, pero tampoco la tendría.
Alberto Fujimori ¿un gobierno débil?
Quienes creen que Alberto Fujimori tendrá cancha libre para correr desde el inicio se equivocan. Tendrá la oposición inmediata del Fredemo, que tiene un importante número de bancadas. Asimismo, no es tan seguro que el Apra e IU le ofrezcan un apoyo incondicional. Si no demuestra, rápidamente, que la situación actual cambiará podría ser, inmediatamente, abandonado por su eventual apoyo electoral. De otro lado, si bien Fujimori manifiesta una voluntad de concentración ésta puede resultar insuficiente. Cualquier programa contra la crisis requiere de respaldo pero también de conducción. El candidato de Cambio 90 muestra allí limitaciones: un presidente sin partido tendrá más libertad de acción pero, a su vez, estará sometido a la concertación del poder y quizá a la soledad cuando el resto de partidos se lo propongan. El primer gabinete podrá conformarse pero a la primera crisis ministerial, cada uno regresará a sus ocupaciones anteriores, perdiéndose cualquier continuidad gubernamental. No los une sino el propósito de actuar pragmáticamente en la parte de respiro del gobierno. Cuando ello ocurra, Cambio 90 -si ya no entró en fricciones propias de organizaciones que intentan construir rápidamente un aparato político y a la vez filtro de reclutamiento de hombres de estado- tendrá su prueba única y final. Caso contrario, su puesto podrá ser ocupado por el Apra. Las medidas públicas fujimoristas tendrán, definitivamente, costos sociales que no podrán paliarlos con esquemas populistas porque, a decir verdad, no hay espacio para ello. Por todo esto, luego de pasada la segunda vuelta ni los caminos son tan claros, ni las reglas las mejores.
(La República 10 de Junio de 1990)