Pero, como es fácil observar, Lima es una ciudad de grandes contradicciones. Más de la mitad de su población vive en asentamientos urbano-populares. De éstos, el 37% radican en barriadas o pueblos jóvenes; un 23%, en urbanizaciones populares y un 20% en tugurios, callejones y corralones. Esto quiere decir que, allí donde hay mayor pobreza, carencia de servicios y baja calidad de vida, existe una mayor concentración poblacional.
Pero, ¿a qué distritos consideramos pobres? Los distritos de mayor pobreza relativa son: Villa El Salvador, Carabayllo, El Agustino, San Juan de Lurigancho, Independencia, Villa María del Triunfo, Chorrillos, Comas, San Juan de Miraflores, Lurigancho, Ate y San Martín de Porres. La importancia de estos distritos al interior de Lima es cada vez más significativa. Sólo como ejemplo diremos que en 1972, este conglomerado poblacional representaba el 41.43% de la población de Lima, mientras que en 1988, según proyecciones del INE, en estos doce distritos vive el 55% de los limeños. El resto de distritos de Lima -treinta restantes- sólo comprometen el 45% de los votantes de la población. Aunada a esta importante presencia poblacional se encuentra su significativo peso electoral. Cerca del 45% de los votantes limeños se encuentran en estos doce distritos.
Las importantes movilizaciones barriales en los años setenta colocaron al pobre de la ciudad en posición de demandante, ya no sólo en su ámbito laboral, sino también como un ocupante en un espacio físico. Los vasos comunicantes entre el centro laboral y barrio permitieron un desplazamiento de experiencias y formas de participación que incidieron en la formación de una extendida red de organizaciones locales, tales como asociaciones, federaciones, comités vecinales, tanto de tipo territorial como funcional. En casi todos los casos, la presencia de los partidos de izquierda en la constitución y dirección de dichas organizaciones fue adquiriendo mayor fuerza, llegando casi a monopolizar la dirección de este nuevo sujeto social. En cuanto a las orientaciones políticas, es posible apreciar perfiles muy particulares en lo referente a la presentación política de los diversos partidos.
a. El PPC: Con las características clásicas de un partido electoral, el PPC buscó tener una influencia en la población limeña sólo en aquellos períodos. Esto se demuestra, en parte, por la escasa implantación de su maquinaria partidaria, en los períodos intermedios entre procesos electorales. Su actuación se basó, fundamentalmente, en su presencia en la escena oficial. En parte, se sintieron en él representados sectores de las clases propietarias. Pese a concentrar el mayor porcentaje de sus votos en Lima, en relación a su total nacional, es un partido cuyo perfil electoral es de indudable contorno clasista. Al analizar el conjunto de la votación del PPC en forma desagregada, independientemente de cuan alto o bajo sea su apoyo en términos globales en Lima, lo primero que aparece con claridad es que el pepecismo siempre obtiene un apoyo cerrado de los sectores medios y altos, en contraste con el reducido apoyo que recibe de los sectores populares urbanos. Esta es la característica más saltante de este partido. Desde 1978, el PPC ha tenido su apoyo electoral más alto en distritos que concentran recursos y donde habitan los sectores privilegiados de Lima (San Isidro, San Borja). Las diferencias son saltantes, cuando ponemos atención en los distritos donde ha recibido menor apoyo. Se trata de los distritos marginales de Lima, los de mayores carencias materiales, y que forman parte de los doce distritos más pobres de la capital (Independencia, Villa el Salvador). El problema del PPC, como partido, ha sido su incapacidad de representar un Perú más provinciano, lugar donde su identidad partidaria va desapareciendo. De esta manera, se configura como un partido urbano, limeño y de indiscutido asentamiento en las clases medias y altas de la capital. Allí se encuentra su fortaleza, pero también su límite partidario.
b. AP: Su participación electoral en la década del ochenta es sumamente cambiante. No participó en 1978, ni en 1986. La primera como táctica política, que le dio buenos réditos al año siguiente; la segunda, como producto de fracasos electorales anteriores, que motivaron una reorganización partidaria de emergencia. Entre 1980 y 1985, tanto a nivel nacional como en Lima dibuja una pendiente brusca de descenso, de poco menos de la mitad de los votos a un escaso 4.3%. Es el único partido cuya variación ha sido tan extrema: de un aluvional apoyo a su abrumador rechazo. No hay ningún precedente en la historia electoral del país que puede equiparársele. El fracaso del llamado segundo belaundismo no tiene antecedentes. Al éxito de Belaúnde en 1980, le siguió el apoyo importante de Eduardo Orrego para que conquistara, el mismo año, la alcaldía limeña. Sin embargo, en elecciones posteriores ni Alfonso Grados y menos Javier Alva Orlandini, pudieron evitar la catástrofe electoral de AP en 1980 y 1985 respectivamente. Esta pendiente de caída también se observa en el apoyo que recibe AP, en los 12 distritos estudiados. De ganar en ellos con la mitad de los votos, en 1980, pasa cinco años más tarde a reducirse a la décima parte. En pocas palabras, los sectores populares urbanos de Lima no mantienen lealtades electorales con AP. Por lo tanto, su apoyo, es más eventual que permanente. Por ejemplo, salvo Lurigancho y Chorrillos en las municipales del ochenta, AP sólo triunfó en distritos pobres con ocasión de su especial votación para los presidenciales del mismo año. Bajo estas características, es posible entender la necesidad imperiosa de AP de aglutinar a los sectores de derecha, que de alguna manera iban perdiendo espacio político, dando como resultado la fundación del FREDEMO, en 1988.
c. APRA: En la capital, el APRA guarda una correspondencia entre su porcentaje en el conjunto de Lima y en los distritos más pobres. Esto no permite observar que, el voto aprista en Lima no se concentra tan preferentemente en estratos sociales determinados, como ocurre en los casos del PPC e IU. Si existe alguna preferencia hacia las listas apristas, ésta se puede hallar en distritos tan disímiles como Breña, Barranco, Rímac (barrios antiguos de Lima); Pucusana, Punta Hermosa (distritos de playas); Lurín, Cieneguilla y Carabayllo (distritos semi urbanos). Por otro lado, también se puede observar que el APRA aumenta su presencia en los barrios pobres, al mismo compás en que éstos aumentan su población con respecto al total de Lima, en las dos últimas elecciones (85 y 86) se puede observar una mejora de su influencia de dichos distritos. Al mismo tiempo, sí se correlaciona su votación con la población obrera, se ve una relación directa cada vez más clara. Algo parecido ocurre cuando se correlaciona la población aprista con la población de sectores informales. De esta manera, el APRA empieza a disputarle a la izquierda la preferencia política de los pobres de la ciudad. Sin embargo, tal como ocurrió con el gobierno de AP, el APRA no podrá evitar un drástico descenso en su apoyo electoral, debido también al fracaso de su gobierno.
d. IU: En cuanto a su presencia en distritos pobres, se perfiló como la primera fuerza en cuatro de los seis procesos electorales, pasando los sectores populares urbanos a convertirse en su principal y mayor base de apoyo. En los doce distritos de extrema pobreza, la izquierda recoge, cada vez más el mayor porcentaje de su total electoral. Esto hace que en estos distritos la izquierda triunfe en 38 de las 79 competencias electorales, logrando con ello paradójicamente, responsabilidades de gobernar los distritos más pobres y de menores recursos. Para tener una idea de la alta concentración electoral de la izquierda en estos sectores, podemos señalar que si sumamos los doce distritos más pobres y le agregamos El Cercado, La Victoria, Rímac y Breña, tendríamos el 78% de los votos de IU en Lima. Es la agrupación política cuya votación desciende más bruscamente a medida que se sube en la pirámide de ingresos.
Con la ampliación de todos los derechos políticos ciudadanos, la población de los distritos más pobres ha pasado a convertirse en casi la mitad de la población de Lima, obligando a los diversos partidos políticos a encarar sus problemas, aunque fuera a nivel de promesas electorales. Para poder conquistar cargos y responsabilidades públicas, ahora depende, en gran parte, del apoyo de ese sector social. En otras palabras, hoy en día las clases populares urbanas imponen su presencia y los partidos políticos ya no pueden ser indiferentes a su existencia y sus demandas. Este sólo hecho es profundamente significativo, en la medida que ha cambiado, en las dos últimas décadas, el carácter de la relación entre élites políticas y masas. La indiferencia, la marginalidad política y, en muchos casos, el estilo clientelar, han ido progresivamente dejando paso a la constitución de clases populares urbanas. Este período fue testigo del lento proceso de incorporación política de dichas clases, que estuvo acompañado de un complejo proceso de autonomización política con respecto al Estado y a las élites dominantes. Asimismo, estuvo marcado fuertemente por la configuración de nuevos sujetos sociales, que al incorporarse al nuevo sistema político, no lo hicieron en forma pasiva sino que también lo modificaron, ya sea para fortalecerlo o para desnudar sus propios límites. La forja es esta nueva identidad condujo a nuevas prácticas políticas, creando de esta manera espacios nuevos de participación y una forma distinta de entender la democracia. Este fenómeno, sin embargo, está lejos de ser lineal y, por el contrario, en determinados momentos de prácticas tradicionales, generalmente antidemocráticas, se manifiestan de diferentes formas. No obstante, esta praxis social dista mucho de crearse al margen de los partidos políticos; éstos han estado presentes en muchas de las manifestaciones primeras de la vida popular urbana. Pero, la presencia de los partidos no es suficiente para crear representaciones políticas en las clases populares. Estas dependen, en cierta manera, de la continuidad y la naturaleza de esta relación. Quizá por ello, partidos electorales -como parece ser el caso del PPC- tienen una presencia ínfima, que contrasta con la que demuestra tener la izquierda. Esto se manifiesta en forma irrefutable en los resultados electorales de la última década, en relación a los distritos más pobres. Por otro lado, las inclinaciones electorales de estos sectores hacia AP y el APRA, han sido muy variables. Esta aceptación tubo mayor relación con la oferta electoral de corto plazo, o con algunas políticas estatales tales como Cooperación Popular y el PAIT, que con una inserción real de estos partidos en el ámbito popular. La pobreza urbana está lejos de necesitar miradas piadosas o cultos mitificadores. Es una realidad que se complejiza en directa proporción a su expansión. Pero parece que su reconocimiento es sólo formal. En el momento de llevar adelante planes y políticas públicas, las prioridades resultan ser otras y los beneficiarios también. Quien tome en cuenta esta realidad descrita, está reproduciendo, en la práctica, las desigualdades sociales que sólo producen réditos inmejorables a quienes se encuentran distantes de este espacio de vida popular, que ahora no se puede ni obviar ni desconocer.
(La República 12 de noviembre de 1989)