Esta situación, que pudiera ser alentadora para cualquier partido, es un poco engañosa si no explica en que proporción y bajo que circunstancias se logró. En el año 85, es decir, año y medio antes, Alan García se encontraba en el poder con la mayoría absoluta de votos ganados, de lejos, a sus competidores, los mismos que hoy, Izquierda Unida (IU) y el Partido Popular Cristiano (PPC). La administración de García estuvo matizada desde el inicio en algo que lo asume como herencia de su mentor, Víctor Raúl Haya de la Torre: el caudillismo. El le agrega, sin embargo, un modernismo muy dinámico y juvenil. No por gusto es el presidente más joven que ha tenido el Perú. Pero también le agrega una política clientelar elaborada desde el Estado, que tuvo su mayor expresión en la campaña electoral.
El APRA se planteaba como objetivo en estas elecciones ganar abrumadoramente para mantener la hegemonía política, pero lo que hizo fue atropellar antidemocráticamente al resto: medios de comunicación estatales al servicio del candidato oficialista hasta el mismo día de las elecciones, situación expresamente condenada por la ley; utilización de los trabajadores de PAIT –organismo estatal de empleo temporal para los más pobres- para intereses partidarios en toda la campaña electoral, entrega de los recursos del Estado, vía dependencias regionales, en una febril campaña de inversión pública electorera, y la participación de Alan García persuadiendo a la opinión pública a partir del aparato del Estado y entregando, personalmente, directivas y recursos de aquél. Recursos que dieron sus frutos en el extraoficial triunfo de su candidato Jorge del Castillo, que todos reconocieron de segundo orden para una competencia tan importante como la de Lima. Triunfó el APRA a nivel nacional, con un claro descenso porcentual en casi todo el país, pero con triunfos tan pírricos como contraproducentes para la política de conquista de hegemonía que se planteaba.
La situación de la derecha no es menos alentadora. Sus afanes y ánimos triunfalistas se basaban en la ausencia del otro partido de derecha, Acción Popular, que le permitiría incrementar sus votos; la mayor y costosa campaña electoral de los tres grandes competidores, y la postulación de su líder máximo, Luis Bedoya Reyes, a la Alcaldía de Lima. Esto último se basaba en que Bedoya era considerado, para un sector de la opinión pública promedio, como el mejor alcalde que ha tenido Lima, amén de su experiencia como político. Su ansiado triunfo se estrelló, sin embargo, con la realidad pobre y andinizada de Lima, basada en la desigualdad económica y social de sus habitantes, que representan la tercera parte del Perú. La derrota de Bedoya lo invita al retiro, si se tiene en cuenta que ha perdido en las cuatro últimas elecciones en las que ha intervenido, a pesar de que ha triunfado en muchos distrito de Lima, pero que mantienen el mismo límite de siempre: pertenecen únicamente a sectores medios y altos, lo que sitúa, una vez más, tercero en la capital. Su límite empieza cuando termina Lima, especialmente cuando empieza el Perú rural, provinciano y postergado por el centralismo, que tan bien representa. El PPC, en el resto del país, no sabe lo que es ganar y, a su vez, el resto del país no sabe lo que es el PPC.
Otro aspecto a considerar es el segundo lugar de Izquierda Unida. Lo más importante es que se configura nuevamente como la primera fuerza opositora del régimen. Igualmente importante es la voceada derrota, por estrecho margen., del actual alcalde Alfonso Barrantes, compensada por el incremento de los porcentajes de IU en casi todo el país. Izquierda Unidad es un frente político, fundado en 1980, que agrupa siete organizaciones, todas marxistas menos una, que tiene como objetivo conquistar el poder. Conjuga en su columna vertebral la experiencia y tradición en el movimiento obrero del Partido Comunista (PPC), el espíritu combativo de los sectores medios empobrecidos de maestros y estudiantes agrupados alrededor de Patria Roja (PR) y la dirección sindical clasista con la influencia de la intelectualidad revolucionaria que congrega el Partido Unificado Mariateguista (PUM), quizá el más importante del frente. Esta confluencia se fundó, sin embargo, en años precedentes, especialmente durante el gobierno militar (68-80), por su enraizamiento en el movimiento sindical. Esa conjugación de esfuerzos ha sido en muchos casos más emotiva que orgánica, lo que ha traído como consecuencia una incoherente línea política de su dirección en el Gobierno de García. La radicalidad del electorado peruano, sin embargo, lo pasa por alto en las últimas elecciones. En Lima gana en la mayoría de los distritos populares y a nivel nacional incursiona en zonas como el Norte aprista, antes inexpugnables. Su vigencia histórica puede, por cierto, sentir cierta mella si no convierte el ánimo y voluntad política en organización colectiva en la que sí se asientan los partidos. Pero Izquierda Unida es más que los partidos, por ello esa necesidad. En el 62, la izquierda peruana era el 2 por 100 del electorado. Desde el 78 representa al 30 por 100, pero –como suele suceder en la vida- no hay nada irreversible.
(Mundo Obrero 25 de Diciembre de 1986)