De cualquier manera, siempre una llegada ajustada obliga a denuncias, sino recordemos 1962 con el empate de Haya de la Torre y Fernando Belaúnde. Así como en la estadística hay un "margen de error", en las elecciones hay un "margen de fraude", que adquiere importancia política mayor cuando las diferencias son menores porque se intenta conseguir un puesto (alcaldía) y no tanto un primer puesto. El 78 la izquierda denunció fraude e intervención militar a favor del APRA, pero no movilizó a su electorado descontento.
Lo electoral en política distorsiona y enajena a los sujetos que participan en ella. Los intermediarios son muchos y especiales: las matemáticas, estadísticas, cuadros y gráficos pasan a convertirse en los que explican absolutamente todo, cuando en muchos casos lo ocultan. En general, todo suele confiarse al aspecto de la cantidad sin preocuparse de la calidad del análisis. Peor aún, como el acto el electoral homogeniza, aunque sea por un momento, a todos los hombres y es donde la teoría liberal adquiere su concreción más clara: un hombre igual un voto, confunde a muchos políticos que esperan resultados distintos debido a múltiples factores (desgaste gubernamental, descontento de determinados sectores sociales, etc). Sin percibir que todos votan y no sólo aquellos contentos o descontentos. Pero, de la misma manera que los hombres son homogenizados por el voto. El acto de sufragar, que es un hecho social, se realiza individualmente y, por lo tanto, el elector no cuenta como integrante de un sector o clase (obrero, desempleado, empresario) sino como una masa indiferenciada. Ese mismo acto y su confrontación con los resultados enajenan al elector, que generalmente no siente que él le da sentido y dirección a los gráficos y porcentajes. Delante de las proyecciones televisivas aparece como espectador que no tiene capacidad de controlar lo que observa. Al frente por lo tanto necesita o cree necesitar de intermediarios para su explicación. Los números y cifras que pertenecen al mundo de la abstracción y que tienen su propia lógica, acentuando aquella idea. En ese mundo de regla de tres simple o cálculo porcentual cualquier cosa puede pasar, así como cualquier interpretación es imposible. Intentaremos dar la muestra, a riesgo de no conocer la totalidad de los resultados oficiales, pero con el cuidado y la experiencia de haber trabajado sobre el tema en anteriores oportunidades.
El mapa electoral no ha cambiado sustancialmente en el país, pero hay indicios de algunas modificaciones que pueden expresar cosas mayores. En términos de los resultados podemos señalar que hay un triunfo aprista con descenso electoral, una derrota de IU con incremento electoral que la reafirma como la principal fuerza de oposición y, finalmente, una derrota política y electoral del PPC con su ligero incremento. Sostener que alguien ganó o perdió es insuficiente sino se explica en qué proporción. Esta sólo la podemos realizar si comparamos con anteriores procesos electorales. El que más nos permite una aproximación es el presidencial de 1985, siendo sólo referencial el 83, así éste sea de carácter municipal como el actual. Digo preferencial porque el 83 fue un proceso que se realizó en un marco político distinto (gobierno, oposición, crisis económica) y que entregó una correlación política que caducó en el 85. Es esta última la que estaba vigente, con algunas variantes.
Lima siempre fue un municipio político. En él se centra el interés mayor de todas las agrupaciones por triunfar. Más allá del desenlace de este último acto que afronta el escrutinio en la capital, la situación de los partidos es parecida a la del 78, por su alta competitividad. El APRA triunfa en Lima, por primera vez en la historia de lo procesos municipales, a pesar de Del Castillo y su aporte al descenso. Esta votación si bien fue compensada por una persistente campaña publicitaria, un apoyo innegable del aparato estatal (PAIT especialmente) y un empujón presidencial que le permitiría triunfar. Tiene como base un voto cerradamente aprista y militante. Muchos "alanistas" viraron de rumbo al ver quien era el candidato aprista. No resistieron la prueba. Del Castillo era demasiado sacrificio para un electorado que no se deja seducir ideológicamente. Barrantes, por el contrario, quedaría segundo a muy escaso margen, subiendo en casi diez puntos en relación al 85 y acercándose a su votación de hace tres años. Sin embargo, eso no le debe alegrar. Pues una cosa es competir con Alan García, aunque sea formalmente y, otra muy distinta, es con Del Castillo. Barrantes tenía todas las condiciones para ganar: una aceptable gestión, carencias e indefiniciones del gobierno, una militancia izquierdaunidista dispuesta a hacer lo que sabe: organizar y movilizar, un programa profesional y políticamente elaborado. Optó por el inmovilismo y la condescendencia. Guante blanco, complacencia y fe militante en el gobierno y su presidente; dureza, desplante y soberbia con sus aliados al interior del frente. Barrantes, en el mejor estilo aprista encabeza un mitin llevado por una militancia descontenta, pero a su vez conversa y, dicen algunos, negocia políticas de oposición y recomposición del frente. No pierde la costumbre.
En cuanto al PPC, su esperado triunfo se estrelló con la realidad pobre y andinzada de una Lima que se mantiene tercamente contra el vasallaje conservador. La derrota de Bedoya lo invita al retiro, pues la burguesía debe estar harta de apostar a perdedor teniendo en cuenta su alta inversión, lo único que puede mostrar es haber subido algunos puntos absorbiendo votos populistas, que a estas alturas de la historia no es mucho decir, especialmente, en sectores medios y altos. Esto no es ni será suficiente para ganar.
El Apra ha descendido en todos los distritos con respecto al 85. De los 37 que conquistó en aquel año, ahora retiene 29. Por su composición podría señalarse que su votación es multiclasista, pero especialmente en distritos medios y bajos (San Miguel, Breña, Magdalena, Rimac, Cercado, Villa María del Triunfo). Es indudable que el PAIT jugó un rol favorable al Apra en distritos pobres. IU logra crecer y recuperar en la mayoría de distritos populares (Comas, Independencia, Villa El Salvador, Ate), pero en algunos no logra revertir la tendencia que obliga a que deje municipios importantes a manos del Apra (Villa María del Triunfo, San Juan de Miraflores, El Agustino, Chosica). Hay que recordar que en año 85 no ganó en ningún distrito de la capital. Si bien aumenta puntos en distritos medios y altos, el costo político invertido por Barrantes en persuadir a estas estiradas clases limeñas es muy alto. Ellos apuestan por el orden, el conservadurismo y la peliculina. Allí gana Badoya y su política: Barranco, Miraflores, San Isidro, Lince le dan el triunfo como agradecidos por el zanjón. Cubre con su manto derechista el centro del plano de Lima: Pueblo Libre, Jesús María, Surco, San Borja; como también las exclusivas Cieneguilla y la Molina. En la capital, sí absorbió el voto populista. Cada clase social ocupa así su propio espacio representándose ideológicamente en forma muy marcada.
Desde 1931 en que irrumpió el Apra en la escena electoral, el norte del país, su cuna, siempre apoyó contundentemente en sus dos terceras partes al partido de Haya. En esta oportunidad si bien gana en Piura, Trujillo, Cajamarca, Chiclayo, Chimbote, su descenso es notorio. Pierde en Tumbes y nunca como ahora sus votos bajaron a un 60% en Trujillo, 33% en Cajamarca, 42% en Chiclayo. La voracidad del partido en la burocracia estatal y los malos manejos han erosionado su hegemonía. Donde sí incrementa su votación es en el oriente (Iquitos, Pucallpa, San Martín), donde absorbe los antiguos votos populistas. En el centro y sur del país desciende en la mayoría de provincias, aunque no lo suficiente como para perder Huancayo, Cusco, Puno, Moquegua. Pero sí otras no menos importantes como Ica, Arequipa, Huamanga y Pasco, donde las divisiones partidarias y la malversación municipal obligaron a un rechazo electoral. El Apra mantiene así una primicia a nivel nacional, pero con algunos resultados que deben estar preocupando a la jerarquía partidaria.
En cuanto a IU, lo más saltante es su incursión en el norte: por primera vez gana en Tumbes y eleva sus porcentajes en Cajamarca, Amazonas, Chiclayo, Chimbote y, en Trujillo llega a un 20%. Canaliza pues el descontento hacia el Apra y parece estar convirtiendo su presencia antes tan sólo sindical, en política electoral. Por ahora es su mejor actuación. En el centro aumenta en Pasco, pero pierde en Huancayo, parece ser que a último momento a causa de la muerte, a manos de Sendero, de una candidata aprista. Sube en el oriente (Moyobamba, Huánuco, Iquitos) pero sin mucha importancia. En el sur también crece y mantiene así su principal bastión electoral: gana en Huancavelica, Huamanga, Ica, pero no revierte a favor el importante sur andino: Puno, Abancay, Cusco. Por sus propias contradicciones no gana Arequipa y Tacna. En muchos casos las expectativas izquierdistas estaban sobrevaloradas por su mirada, exclusiva, en el movimiento social que no lo es todo.
En cuanto al PPC, su límite empieza cuando termina Lima, especialmente cuando se inicia el Perú rural, andino, postergado y provinciano. Tacna, donde gana, no hace sino confirmar la regla. La ciudad limítrofe es, luego de Lima, la segunda más urbana del Perú y la izquierda con su desunión le hizo un flaco favor. El PPC en el resto del país no sabe lo que es obtener dos guarismos y el electorado no sabe lo que es el PPC. Este desencuentro no es ficticio, es profundamente real desde el momento en que el Perú político ya no es escenario sólo de los intermediarios del capital. El Perú así no se divide en tres tercios como engañosamente se dice, sino sólo en dos que tienen propuestas distintas y entre quienes se juega el futuro del país.
(La República 16 de Noviembre de 1986)