Pocas veces en la historia una fecha conjuga el recuerdo y la solidaridad de los pueblos como cada 11 de setiembre.
Hace tres años este oscuro militar, Augusto Pinochet, irrumpía en la política chilena con el triste papel de segar la vida democrática de nuestro vecino sureño. Recibía si, el aplauso de las “casitas del barrio alto” y el eficaz apoyo de la administración americana. Se cumplen trece años en que el fascismo emergió en Chile como la última carta para liquidar una experiencia de gobierno, de programa limitadamente socialista, pero que carecía de poder. Pinochet fue el encargado de encabezar a las Fuerzas Armadas, casta privilegiada como siempre, para dar cuenta histórica de este proceso, demostrando así que la derecha autoritaria puede recurrir sin miramientos a la barbarie, si sus intereses se encuentran verdaderamente en peligro, como en 1973.
Destruir la vida democrática y reconstruirla según las recetas de los tristemente célebres “Chicago Boys”, requirió previamente liquidar, ilegalizar y reprimir toda manifestación política, social, cultural e incluso artística del Chile anterior al golpe. En otras palabras se trató de destruir la parte más vital y creadora de una sociedad. Por si fuera poco, la dictadura asesinó, según fuentes de los organismos de derechos humanos, a más de 60 mil personas. Pero los efectos sociales van más allá: Chile sufre el destierro de cientos de miles de sus hombres y mujeres esparcidas por todo el mundo que la dictadura, como es de esperarse, asume como enemigos. Esto no es decir poco, entre ellos se encuentra gran parte de la intelectualidad, sectores significativos de la clase política, así como un alto porcentaje de la mano de obra calificada. Situación que ha hecho de Chile un país sometido a un largo y penoso oscurantismo que las nuevas generaciones tratan hoy de terminar. Tarea nada sencilla si tenemos en cuenta que la represión, la tortura, el destierro, la amenaza policíaca, permitieron que la dictadura no sólo gobernar sin oposición, sino que se estabilizara. Más adelante Pinochet, como todo dictador que busca legitimarse, hizo que en 1980 se promulgara una Constitución Política, que le permitiría permanecer en el poder hasta 1989 y posteriormente elegirse en elecciones como candidato de las Fuerzas Armadas. Pero no hay tirano que dure cien años, ni pueblo que lo soporte.
Probablemente, como en “El Otoño del Patriarca”, los gallinazos no ingresen a los balcones de la casa presidencial, en este caso La Moneda, en busca del dictador: el privilegio será de los propios chilenos. La realidad se asemeja a la novela desde que a inicios de los ochenta, los partidos políticos y las organizaciones representativas de la sociedad han demostrado al gobierno su descontento, primero, rechazo después y desobediencia cívica ahora. Todos entienden hoy en Chile, que la única salida posible es la caída de Pinochet y con él la dictadura. No hay términos medios. Eso también lo sabe el Capitán General, como le gusta que lo llamen; por eso ha recrudecido la violencia estatal, que ya no encuentra límites: degolló a militantes del PC el año pasado; quemó a los jóvenes Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana hace algunos meses; asesinó al dirigente democristiano Mario Martínez. Y hace algunos días 3 opositores, en las jornadas del 4 de setiembre, corrieron la misma suerte, entre los que se encontraban el editor de una de las revistas clausuradas, “Análisis”, José Carrasco. Chile resiste así dolorosamente la embestida del herido dictador cada vez más represivo, pero a su vez más débil. El discurso enfermizamente anticomunista, que buenos réditos le dio en las asustadas clases medias, tienen hoy menos oyentes, hasta un sector de la derecha chilena que lo encumbró en el poder le ha dado la espalda, porque considera que su “presencia” ya no impone orden, sino por el contrario está provocando movilizaciones de masas que bien podrían empezar a exigir algo más que libertades y régimen democráticos. Y eso la derecha lo teme por experiencia propia. La dictadura está aislada interna como internacionalmente. Sólo mantienen buenas relaciones con sus pares de Paraguay y Sudáfrica, teniendo todos estos gobiernos el monopolio del rechazo mundial. Por ahora Chile resiste al tirano pero recibe la solidaridad de los pueblos en esta lucha en donde no está solo. Debemos por eso exigir el aislamiento total de la dictadura hasta su caída. Sólo en aquel momento podremos repetir aquella canción de Pablo Milanés: “Retornarán los libros, las canciones que quemaron las manos asesinas renacerá mi pueblo de su ruina y pagarán su culpa los traidores”.
(La República 13 de Setiembre de 1986)