El martes 5 de setiembre se cumplen ocho años de la partida de mi querido hermano Raúl. Lo recuerdo con esta breve memoria de nuestra infancia común.
Desde temprana edad disfruté mucho jugando con pequeñas figuras de plástico que representaban a soldados de diferentes ejércitos de la Segunda Guerra Mundial. Además de los soldados armados de fusiles y ametralladoras, disponía de cañones, jeeps, camiones, tanques, aviones de guerra, cazas y bombarderos. Los fines de semana arrancaba estableciendo las posiciones de los ejércitos rivales. Inicialmente consideraba a los alemanes como la fuerza bélica por excelencia, pero pronto a través de lecturas dispersas, llegué a la conclusión de que eran los nazis malos, por sus despiadados tratos a las poblaciones vencidas y ocupadas, y muy especialmente a grupos minoritarios como los judíos. La serie de TV Holocausto transmitida en 1978, me permitió entender tempranamente esta tragedia.
Después de horas de emplazar a los ejércitos se iniciaba la batalla decisiva. El tiempo para ordenar a todos los efectivos me tomaba entre 4 a 5 horas y la batalla propiamente dicha, apenas una hora. Luego venía el penoso trabajo de ordenar y recoger a todos los combatientes hasta el siguiente enfrentamiento.
Año a año, mis padres alimentaban estos ejércitos. En mi cumpleaños y en las fiestas navideñas recibía más refuerzos, hasta que los efectivos y sus máquinas de guerras superaban largamente los 500. A muchos de los soldados, quienes eran los principales protagonistas por sus posturas, les ponía nombres de conocidos actores del cine y de la TV. Ellos eran los que conducían las acciones de guerra y los responsables de los resultados de las batallas.
Mi hermano mayor, Raúl, tenía una fascinación por mi empeño en reproducir una y otra vez el mismo juego. En algunas oportunidades y, a pesar de que me llevaba cuatro años de edad, se sumaba al esfuerzo de preparar el campo de batalla y ocasionalmente participaba de los combates. El mismo me sugirió algunos nombres para nuestros héroes. En otros momentos compartíamos algunas películas y series de acción en la TV, como Combate.
En una oportunidad Raúl me dijo que tenía una sorpresa para mí. Iríamos a visitar a un compañero suyo de estudios del Colegio San Andrés, cuyo apellido era Pereyra. No sabía nada de él y mientras nos desplazábamos a su casa en Barrios Altos, una construcción antigua de techos muy altos y con muchos muebles y enchapes de madera, me fue explicando que el padre del tal Pereyra era un oficial retirado del ejército que tenía una formidable colección de figuras de plástico en sus vitrinas, armamento, soldados uniformados tanto con los estilos de la segunda guerra mundial, como de etapas anteriores, correspondientes a los ejércitos napoleónicos y a los ejércitos español y peruanos en la guerra de la independencia. Pero eso no era todo lo que tenía el tal Pereyra. Además, disponía de un cuarto donde había una gran mesa con un tren eléctrico que unía a dos ciudades de estilo suizo.
Cuando pude ver toda esa formidable colección quedé deslumbrado. No me esperaba algo así. Sentí que mi colección, siendo importante, era aún modesta y seguí adelante acumulando más efectivos. Descubrí una tienda en una galería en la Av. Emancipación donde vendían más soldados y más armamento. En esa misma tienda se vendían aviones de plástico para armar. Mientras más ampliaba mi colección empleando a fondo las propinas que me daban mis padres, mayor interés tenía por entender el significado de esa conflagración. Desde entonces no paré en estudiar cuanto libro y fascículo se publicaba sobre esta guerra.
En las navidades de 1967 y 1968, me empleé como ayudante en la tienda de juguetes Oeschle. Era una excelente oportunidad para estar próximo a los trenes eléctricos y a las ciudades en maquetas que se construían en torno a su recorrido, con ese aire europeo; suizo o alemán.
El interés por la literatura de guerra fue largamente compartido con mi hermano Raúl y con mi propio padre que había seguido con estupor su desarrollo. Mi padre nos contaba que la información se obtenía del diario El Comercio por las tardes y de la radio. Allí se informaba regularmente sobre los hitos más importantes de la guerra. Con el paso de los años, la fijación en la Segunda Guerra Mundial fue ampliándose para incorporar otros conflictos que, vistos en conjunto, describían la terrorífica situación de los primeros decenios del siglo XX. Consideremos la Primera Gran Guerra Mundial, la guerra de las trincheras, la revolución bolchevique y las guerras civiles en la Unión Soviética y posteriormente en España, para concluir con la Segunda Guerra Mundial impulsada por los nazis.
Conforme me hice mayor, y estoy hablando de la adolescencia, 14 años o más, mi querida colección se fue dispersando. Mi hermano menor Christian no se interesó en seguir mis afanes y los soldaditos pasaron a la condición de “cachivaches” o terminaron en manos de algunos sobrinos. Cuando iba a la universidad reemplacé esos ejércitos por mis lecturas de la historia hasta acumular un número significativo de obras que describen los acontecimientos de las guerras descritas. Me puedo preciar hoy de mantener una colección muy amplia y diversa de libros sobre ese crucial período. Esos libros los compartí, en muchas oportunidades, con mi hermano Raúl.