No sé si triste o malogrado,
tenor o caracola pronta a ser invadida por la arena,
combato mi destino.
Se me ha escapado el aire que antes me decoraba;
se me ha extraviado un lucero en la memoria
y temo una invasión de gusanos felices
tercos en su heroísmo de mesa camilla.
Avanzan, avanzan pronto, mis fantasmas,
los que me acompañan y vigilan mis sueños inesperados.
Enciende contra el viento tus cantos impuros
y caracolea tus caballos de silencio
entre tanta adoración bovina y tanto engullir pausado.
Búscame aquella piedra que me hacía invisible;
aquel violín verde que lágrimas recorren.
Rescata mi anillo azul en desposorio con la tierra,
mi melena rizada como una ocarina.
Sálvame de los pasos, las caricias, las nubes;
de las manos calientes como ubres de burguesa.
¡Sálvame, sí, sálvame!….No te besaré las manos
porque no tienes manos,
pero te diré despacio mis palabras mejores,
junto a los muñones con cascabeles fríos;
junto a las linternas con cristales de lluvia,
junto al suspiro largo que emboza y dilata.
Sálvame desde mi nueva agonía,
expuesta en la vitrina de los atardeceres.
¡Sálvame! Y te prometo
mis lágrimas surcadas de peces desgarrados,
de luces de trasmundo.

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