Una vida vinculada al Coloquio

Testimonio de la Dra. Liliana Regalado

Leo el programa del XXIII Coloquio Internacional de Estudiantes de Historia  de la PUCP y siento, una vez más, una gran alegría. Los tiempos han cambiado, los alumnos organizadores son otros a los de las versiones anteriores y, sin embargo, el Programa me muestra que aquellos que conformaron las primeras Comisiones han devenido en autoridades, profesores e historiadores cuajados y que están todavía presentes, compartiendo con los jóvenes alumnos renovadas inquietudes y responsabilidades. Siento el mismo orgullo que experimenté cuando acompañé como asesora a nuestros alumnos en el Primer Coloquio y siete u ocho más, ya que da gusto ver cómo cada octubre (antes era noviembre), retorna la Primavera a nuestras aulas y las vocaciones se expresan, las habilidades, el empaque personal y los conocimientos se muestran sorprendiéndonos a todos ―incluidos los propios actores principales― que de estudiantes empeñosos, a veces tímidos, tal vez descuidados y antisistema en ocasiones o exhibiendo una desproporcionada autoestima en otros momentos, se convierten en reflexivos comentaristas, desinhibidos ponentes, colaboradores atentos y eficaces, orgullosos representantes de su especialidad y universidad y sencillos estudiosos de la historia y receptores de críticas.

También experimento nostalgia puesto que si bien se mantienen formatos y rituales académicos instaurados desde su inicio, el Coloquio ha cambiado y tengo las mismas sensaciones  que sentimos los mayores al ver crecer a los niños o al mirar hacia atrás y observar el camino recorrido y, entonces, me pregunto ¿qué me ha dejado el Coloquio de Estudiantes de Historia? (y dijo Coloquio en singular porque se trata sin duda de una institución que ha sobrepasado la mayoría de edad).

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Muchos momentos felices y también de tensiones compartidas, innumerables anécdotas que mostraban en alumnos, participantes y profesores nuestros lados más vulnerables y hasta cómicos. La satisfacción del trabajo en equipo animado por la ilusión de tener un propósito común. Como profesora me siento más completa que antes de 1989 y más cercana a mis alumnos,  aprendí mejor a dar y, sobre todo a recibir. Como ser humano gané amigos y colegas entrañables que conocen a Liliana y no simplemente, a la Doctora Regalado. El Coloquio me ha dejado y sigue dejando la posibilidad de mirarme en el espejo de la juventud y ello me da energía y esperanza para continuar siguiendo mi vocación y pensar en nuevos proyectos. Se dice que podría considerárseme la madre del Coloquio pero los que importan en este caso son los hijos. La maternidad es difícil y se aprende sobre la marcha así que, naturalmente, algunos vástagos guardarán agradecimientos pero también reclamos. De los primeros debe haber muchos por las señales y actitudes que siempre me ofrecen los viejos coloquistas. De los segundos conozco alguno, como exigirles a los organizadores cumplir con sus obligaciones del día a día en los cursos mientras sufrían el agobio de la organización del evento.  Madre o madrastra, a la sazón, espero que a estas alturas hayan caído en la cuenta que ser docente e historiador o solamente historiador demanda cumplir siempre muchas tareas a la vez: preparar clases, corregir exámenes, escribir libros y artículos, preparar ponencias y conferencias, revisar y dirigir tesis, organizar eventos, cumplir labores administrativas, atender a la familia y un largo etcétera. El Coloquio contribuye muy bien a prepararnos para tan complicado desempeño.  Gracias chicos y chicas del Coloquio, gracias mil.

 

Liliana Regalado, profesora principal del Departamento de Humanidades de la PUCP.

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