En Vietnam, los viejos enemigos deben aceptar responsabilidad por la guerra

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Por Christoph Giebel
Universidad de Washington

Traducción: Kelly Van Acker

El documental de PBS “Los últimos días en Vietnam”, dirigido por Rory Kennedy y del cual se ha hablado mucho a medida que se acerca el cuadragésimo aniversario del final de la guerra de Vietnam, retrata los terribles acontecimientos de abril de 1975, cuando los caóticos esfuerzos del personal estadounidense permitieron la evacuación de unos 130.000 vietnamitas sureños vinculados con Estados Unidos mientras que las fuerzas comunistas avanzaban sobre Saigón.

Le da voz a aquellos que actuaron con decisión ante dilemas morales, el caos y la derrota. Por desgracia, al intentar contextualizar la tragedia, la película manipula la historia. Con el fin de contar una historia simplista de connivencia comunista, de “abandono” del sur de Vietnam por parte de los políticos estadounidenses y un “Espíritu Americano” manifiesto en actos de heroísmo, se distorsionan los hechos históricos —desde el Acuerdo de París de 1973, a los mismos desarrollos militares y debates políticos en Washington, D.C.

El que una prominente organización mediática utilice un aniversario importante para reforzar mitos en lugar de esforzarse por mostrar complejidad y precisión debería ser motivo de preocupación. Pero los defectos de “Los últimos días” apuntan a un problema mayor: el abuso de las conmemoraciones de la guerra de Vietnam para ganar puntos políticos e insistir en narraciones tergiversadas (por más que se crea en ellas profundamente) para reiterar viejas certezas mientras se rechazan los hechos históricos. Es un perjuicio a los millones que murieron y sufrieron grandemente en todos los bandos, y todos los participantes en esta horripilante guerra son culpables de ello.

Más bien, este cuadragésimo aniversario debería dar lugar a una reflexión sombría y sincera que reconozca y respete, en lugar de vilipendiar, a los antiguos enemigos y examine las responsabilidades de todos en los terribles acontecimientos. Tal introspección finalmente liberaría los debates en torno a la guerra de Vietnam del vicio de los anticuados tropos de la Guerra Fría y llevaría a una relación más madura con un traumático pasado.

Para Estados Unidos, una conmemoración auto reflexiva del aniversario podría significar el abandono de la noción de excepcionalismo, de narraciones simplistas de anticomunismo y defensa de la libertad, así como el reconocimiento de las profundas raíces (neo) coloniales de las intervenciones en los países del “Tercer Mundo”.  Significaría darse cuenta de que el encuadre propagandístico del conflicto impuesto unilateralmente como uno entre dos entidades discretas —Vietnam del Norte y Vietnam del Sur— no fue aceptado por la mayoría de los nacionalistas vietnamitas y, por tanto, no reflejaba las realidades vividas. Además, Estados Unidos debe asumir la responsabilidad de su sumamente desproporcionada aplicación de la violencia y devastaciones masivas durante la guerra y aumentar drásticamente su ayuda para aliviar los debilitantes legados de la guerra que todavía siguen acosando al Vietnam contemporáneo.

En cuanto al gobierno de Hanói, en lugar de satisfacer la retórica triunfalista de liberación nacional de las últimas décadas, sería una señal bienvenida admitir su propio papel en la violencia excesiva durante la guerra y, sobre todo, el no haber fomentado la reconciliación durante la posguerra ni la inclusión de las personas del bando perdedor en el Estado reunificado.

El castigo colectivo post-1975 a los sureños y los así-llamados campos de reeducación seguirán siendo manchas en el récord de Vietnam si siguieran siendo ignorados. Por último, hace falta un “desarme” retórico en cuanto a la representación de los vietnamitas sureños como simples “marionetas” de Estados Unidos; esto no solo tendría un valor simbólico sino práctico en la promoción de conexiones y entendimientos renovados. Los vietnamitas en todas partes del conflicto fueron motivados por un fuerte patriotismo, si bien con visiones contradictorias respecto de la nación.

Por último, la comunidad vietnamita-americana tiene una necesidad real de que sus sacrificios durante la guerra, la pérdida de sus hogares y dificultades subsiguientes sean más reconocidos en la sociedad estadounidense más extendida. Sin embargo, el enfocarse solamente en el “abandono” en 1975 y la victimización post-1975 —por muy legítimo que sea— y el habitual vilipendio, en algunas partes de la comunidad, de sus oponentes vietnamitas como ‘traidores’ tan solo seguirá impidiendo una visión más matizada de los acontecimientos pasados. La República de Vietnam (1955-1975), a la cual muchos todavía profesan lealtad, definitivamente comparte mucha de la responsabilidad por el extendido sufrimiento de civiles, particularmente entre los sureños rurales, que constituían la mayoría de la población. Si bien ofrecía una alternativa para muchos vietnamitas urbanos educados y de clase media o alta que se sentían amenazados por el nacionalismo revolucionario, la república utilizaba habitualmente políticas represivas que alienaban a muchos sureños patrióticos y contribuyeron directamente al resultado de la guerra en 1975.

El cuadragésimo aniversario del fin de guerra en Vietnam debe ser una ocasión para más auto-reflexión y menos acusación por parte de todos los bandos, así como para adoptar un nuevo vocabulario para hablar del doloroso pasado con más honestidad y un sentido de reconciliación significativa.

Nota: Este artículo apareció originalmente en el Seattle Times. Ha sido traducido con el gentil permiso del autor. La versión original puede encontrarse en el siguiente enlace:

http://www.seattletimes.com/opinion/in-vietnam-former-enemies-must-accept-responsibility-for-war/

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