¿Habrá una nueva guerra mundial?

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Como antesala al  Congreso de la I Guerra Mundial que desarrollará el Círculo de Investigación Militar del Perú-CIMP próximamente, durante el transcurso de las siguientes semanas mostraremos los ensayos de algunos oficiales escritos en las etapas Pre, durante y Post I GM, y que décadas más tarde serían protagonistas de la historia político-militar de nuestra Nación. Gracias al aporte de dos de nuestros investigadores, el My EP Alberto Castro Villa y el Tte EP Christian Rodríguez Aldana, podremos apreciar la percepción y apreciación  que tenía mucha de la oficialidad de nuestra FA con respecto al contexto internacional de ese momento.    

El siguiente artículo de corte analítico prospectivo, escrito en el año de 1929 (en la llamada etapa de entreguerras) por el entonces Tte EP Ricardo Pérez Godoy, quien treinta años después, con el grado de General de División presidiría la Junta Militar que gobernaría el Perú durante un año, fue publicado por la Revista del Circulo Militar, medio de difusión intrainstitucional del Ejército del Perú en aquel entonces.

¿HABRÁ UNA NUEVA GUERRA MUNDIAL?

Tte EP Ricardo Pérez Godoy

 La próxima Guerra Mundial,-predicen los más destacados críticos internacionalistas,- estallará, a más tardar, a fines de 1932. Anuncia el cable con su acostumbrado laconismo.

Noticia irónica y desconcertante, para todas aquellas mentalidades embadurnadas de un sentimental pacificismo, y subyugadas por las utopías de unos cuantos visionarios de la Paz, proclamadas y discutidas dogmáticamente, en las mascaradas internacionales de los Congresos y Conferencias Anti-Guerreros.

Sin embargo, la noticia, en sí, no tiene nada de inverosímil ni de paradójico. Se necesita tener un desconocimiento absoluto del espíritu humano, para creer en una paz impuesta de un solo golpe por convenciones y reglamentos inspirados en un eclecticismo desconcertante. Es necesario querer engañarse a sí mismo, ante la realidad del proceso evolutivo de los hombres y de los pueblos, para no darse cuenta de que el fundamento mismo del progreso humano es la lucha y el dolor.

Esta guerra que el cable anuncia para un futuro no lejano, no es si no, la consecuencia lógica del desequilibrio internacional originado por la guerra que acabamos de espectar, del statu-quo creado por el tratado de Versalles y demás tratados complementarios. Con que derecho los hombres y los pueblos aspiran a que la matanza del 14 sea la última que la humanidad contemple horrorizados. ¿Acaso se han satisfecho con ella todos los principios de equidad y de justicia compatibles con los modernos idealismos de paz y de concordia?¿Acaso ella, como otras guerras, no trajo consigo satisfacciones de egoísmo, de ansias de predominio de viejas rivalidades de razas y de pueblos?¿Acaso ella, no encumbro a unos para hundir a otros que si es verdad que vencidos aceptaron, esperan impacientes el momento de ser vencedores para imponerse.

El progreso evolutivo de la guerra es fatal, esquemático, inmutable. Así como las guerras napoleónicas engendraron la guerra del 70; así como la guerra del 70 engendro la guerra del 14, así esta última engendrará la guerra del mañana. Su encadenamiento es de una realidad trágica. Una tendencia cósmica orienta su proceso evolutivo. Y la guerra del 14, como la mayoría de las guerras que ha contemplado el mundo, preparado el escenario internacional y oriento el espíritu de la humanidad hacia la nueva guerra del porvenir. Los hombres que desde las trincheras contemplaron los últimos destellos del incendio. Los hombres que con el alma alborozada al vislumbrar el término de la matanza balbuceaban ebrios de alegría la palabra de Paz; Los hombres en fin, que en Versalles se estrecharon las manos en un franco impulso de fraternidad y de concordia ya la presentían, ya la llevaban oculta en el fondo de su corazón y en lo mas intimo de su conciencia.

 Y todos al unisonó, todos sin excepción apenas cerrados los formulismos de una paz que sabían pasajera, empezaron a prepararse para la nueva guerra del mañana, para la nueva hecatombe del porvenir, que todos presentían formidable, mil veces más terrible y más cruel que la de sus ojos espantados acababan de presenciar.

Con la experiencia de cuatro años de guerra; de cuatro años de carnicería atroz, de cuatro años de esfuerzos inauditos, en que el intelecto humano pego saltos inverosímiles en los campos de la investigación y de la ciencia, la preparación para la nueva matanza ha sido formidable. Ha diario el cable transmite noticias impresionantes de nuevos medios y nuevos métodos de destrucción y de muerte adoptados por tal o cual país. El hombre se ha empeñado en dominar la naturaleza bajo todos sus aspectos para asegurar la rápida destrucción de sus semejantes. El cielo, el mar, la tierra, ven a cada instante ven a cada instante nuevos y maravillosos elementos dominadores de sus inmensidades.

Persiguiendo la destrucción de sus semejantes, la humanidad ha negado un salto enorme en su proceso evolutivo. Un delirio de velocidad, un deseo morboso de rapidez, de simplificación, de construcción esquemática y fulminante, domina al mundo. Parece que la finalidad de todos los esfuerzos humanos, fuera orientada por el lema fatal de destruir la mayor cantidad de hombres en el menor tiempo posible.

No obstante, al contemplar en un momento de tregua su obra fulminante; al meditar en las consecuencias de la terrible catástrofe; al sentir su impotencia, para limitar o vislumbrar apenas, el fin de esta marea formidable que se levanta cada vez mas amenazadora y más terrible, amenazando aplastarlos a todos en su derrumbe; el hombre ha querido detener esta fiebre homicida del hombre.

Aburrido, pero nunca cansado de luchar, ha querido buscar en una nueva orientación de los principios morales, la Paz que solo supo conquistar antes con sangre en los campos de batalla. Y la humanidad ha contemplado con espíritu curioso, pero siempre incrédulo, una serie de congresos y conferencias internacionales encargadas de asegurar la paz en el mundo, sujetando a reglas matemáticas y justas las diferencias entre los pueblos, en un supremo arbitraje que limitando la soberanía de estos, convertirá al mundo en un gran estado con un gobierno ideal, de justicia, de paz y de concordia.

Sin embargo, el areópago internacional de la paz, jamás ha alcanzado la finalidad de su existencia. Ninguno de los congresos y conferencias celebrados, ha sido capaz de satisfacer las aspiraciones y las exigencias de cada pueblo y de cada raza, haciéndolas compatibles con su doctrina de paz. A pesar de su existencia, las naciones no han cesado un instante en sus preparativos de exterminio, en sus ansias de supremacía y de conquista. A la sombra de los tratados se ha seguido con la intensidad de siempre afilando las puntas de las bayonetas y forjando el acero fatal de los cañones.

Jamás la humanidad estuvo más formidable. Jamás los hombres tuvieron un sentido más definitivo de la fuerza. El predominio del más fuerte es hoy más que nunca de una realidad desconcertante. Las grandes potencias discuten entre ellas los destinos del mundo. El valor de sus opiniones es fuerza paralela a la potencia de sus armas. A cada nuevo Congreso de Paz, a cada nueva conferencia de derechos, los pueblos concurren llevando como apoyo decisivo a sus razones el argumento formidable de sus maquinas de guerra.

Y la imagen ideal de la paz, concebida como una doctrina de renunciamiento, de justicia, de equidad y de concordia, con que los hombres habían soñado sobrecogidos de terror después de la matanza; se va esfumando poco a poco para dar paso a una nueva etapa de eterna lucha sin cesar renovada por el destino como condición fundamental de la evolución de la especie.

La existencia misma del universo, es una lucha constante de selección, de adaptación, de conservación, de eterna absorción del débil por el fuerte, de aplastante predominio de la fuerza, de constante renovación, de perenne compensación de la vida con la muerte. Vivir hoy, significa consumir algo, absorber algo, desplazar algo; para sucumbir mañana, consumido, desplazado, absorbido en la creación de una nueva vida.

Este proceso fatal de la naturaleza, es inevitable, inflexible, porque él su vida misma, el es fuerza, es la fuente inagotable de sus energías sin cesar renovadas. Querer suprimirlo, es ir contra la ley fundamental de su existencia, contra el origen de la renovación de su energía, es estorbar el proceso del infinito.

Esparcir un halito de pasividad inerte y asexual en la vida de la creación, seria petrificar de un solo golpe el proceso de su evolución, provocar el derrumbe de su existencia. Su pasividad seria el instrumento más terrible de su destrucción y de su ruina.

La lucha, la interna lucha, terrible, sorda, tenaz, que engendra la vida del universo, desde los espacios infinitos donde las estrellas mueren y se renuevan como las bacterias. Donde el equilibrio del cosmos, se fundamenta en la perpetua lucha en que predomina la atracción de las grandes masas; Hasta la lucha sorda y terrible de la araña con su víctima, de millones de hormigas disciplinadas y heroicas por su presa del coleóptero nervioso y tenaz por su pitanza hedionda y macabra de los millones de organismos que se matan, se devoran y se reproducen en una sola gota de agua, pasa en gran parte inadvertida al inquieto espíritu el hombre, y sin embargo, ella es la orientación del proceso que también sigue su existencia, y cuyas manifestaciones, palpitan en lo más intimo de su alma, son el fundamento de su función orgánica, están en la esencia misma del espacio infinito donde floto su primera célula.

La Guerra, la inacabable lucha por la vida, la grandiosa manifestación de la fuerza, que apareció con la Humanidad sobre la Tierra; que prendió las llamas de su eterno incendio en el pedernal del Hombre Pre-histórico de las cavernas; que en cada nueva etapa de su existencia, se manifiesta más formidable, más refinada y más cruel, puesto que su evolución es fuerza paralela a los progresos maravillosos del cerebro del hombre, no desaparecerá sobre la Tierra sino con el último ejemplar de la Especie Humana. Mientras tanto, ella continuará como una antorcha gigante y fatal, alumbrando con sus rojos resplandores de sangre y fuego, cada paso, cada etapa, de la Humanidad sobre el Planeta.

 

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