Por Jhonnatan Huashuayo Lozano
Una historia tan tierna como dramática donde Jamie Bell nos demuestra que podemos cumplir nuestros sueños sin caer en estereotipos.
Han pasado casi veinte años desde que se estrenó Billy Elliot y a partir de entonces, la película ha sido adaptada varias veces al teatro y a la literatura. Así, la historia de Billy se ha convertido en un clásico y no solo para la comunidad LGTBQ, sino en general para cualquier persona que quiera seguir sus sueños.
La trama se desarrolla durante la huelga minera en el Reino Unido de 1984-1985 y nos presenta a Billy Elliot, un niño de once años, que decide convertirse en un bailarín de ballet y enfrentarse a las críticas de su familia.
La historia es impresionante por los detalles que posee, no solo por el hecho de desarrollarse en una época particularmente complicada de Reino Unido, sino por todos los personajes que rodean a Billy, como su padre y hermano que son obreros y participan como huelguistas, su abuela que padece Alzheimer, su mejor amigo que se revela homosexual o su profesora que le incentiva a postular al Royal Ballet School.
Por otro lado, la dirección de Stephen Daldry es magistral sobre todo cuando logra equilibrar la ternura con el drama. Recuerdo una escena cuando Billy y su mejor amigo están bailando ballet en el gimnasio hasta que su padre aparece sorpresivamente y el tono de la escena cambia radicalmente y adquiere un profundo dramatismo porque este no aceptaba que su hijo baile ballet. Este balance entre ternura y dramatismo se logra también gracias a la actuación de Jamie Bell. Este joven actor aporta la dosis de ternura propia de su edad, sin embargo es en los momentos más dramáticos cuando él manifiesta todo su potencial. Por ejemplo cuando se enfrenta a su padre o cuando se indispone con su maestra porque quería abandonar las clases de ballet.
Muy aparte de la historia y la puesta en escena en general me pareció interesante que en la película no se busque estereotipar a los bailarines de ballet. A pesar de que el filme no exhibe explícitamente de la sexualidad de Billy hay varios momentos en los que él nos demuestra que ser bailarín de ballet no lo convierte en alguien afeminado u homosexual. Así, por ejemplo, cuando su mejor amigo lo besa en la mejilla, Billy le responde: “Just `cause i like ballet doesnt mean I am a poof” (solo porque me gusta el ballet, no significa que sea maricon).
Finalmente, la dirección de Daldry y la actuación de Jamie Bell se lucen en la última parte de la película cuando Billy, ansioso por ser aceptado en la Royal Ballet School, espera la decisión de esta institución y la tensión se eleva a tal punto que nosotros nos convertimos en parte de la obra porque, al igual que Billy, deseamos que sea aceptado en la prestigiosa escuela.