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Cabe señalar que los gobiernos “petistas” habían logrado articular un proyecto reformista que combinaba una ortodoxia macroeconómica con un conjunto de políticas activas (fuerte papel del Estado) tendientes a lograr una redistribución de la riqueza y así beneficiar a los sectores históricamente postergados de Brasil. Ese programa de gobierno apuntalado por el carisma personal de Luiz Inacio Lulada Silva y por un contexto económico favorable logró articular las demandas del “PT de base” con los intereses de los principales sectores económicos. Sin embargo, a partir de 2013 —en el marco de una economía estancada y ante la sofisticación de las demandas de la nueva clase media, cuyas manifestaciones tiñeron el espacio público— el “modelo lulista” se desvaneció por los aires, producto de la falta de carisma de la presidenta Rousseff y como consecuencia de los escandalosos hechos de corrupción.

Así, en el último año el eje del debate público dejó de estar asociado a demandas y reivindicaciones del “progresismo” pasando a estar hegemonizado por conceptos y premisas liberales. En otras palabras, el gobierno de Rousseff decidió hacer suya las exigencias de la oposición para intentar conseguir un mayor consenso en sus políticas en lugar de refugiarse y ampararse en el núcleo duro del PT. Para dar algunos ejemplo: la idea de “políticas sociales activas” dio paso a la “eficiencia del gasto público”; de ponderar el “fortalecimiento de los derechos de los trabajadores” a debatir la “tercerización laboral”; de celebrar el “rol protagónico del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) a exigir el financiamiento privado para la economía”; de sentir “orgullo por la Petrobras estatal” a demandar que la empresa no tenga ninguna injerencia “gubernamental”.

 

Ag O Flobo

Ahora bien, es importante resaltar que el fenómeno descrito ha comenzado a impactar en la formulación de la estrategia internacional de Brasil. En los últimos años se observa un importante ajuste (alteraciones parciales en el comportamiento que, sin embargo, no implican un realineamiento básico) en la política exterior. Hay que recordar que los gobiernos de Lula se caracterizaron por una visión reformista de algunos aspectos del orden internacional liberal sustentada en la conformación de un “polo de poder” sudamericano extensible hacia el “sur periférico”. Según esa visión, Brasil estaba en condiciones de jugar un papel más activo en el escenario internacional contribuyendo a la democratización de las relaciones internacionales, entendida como la construcción de un orden multipolar que reflejase con más fidelidad la nueva distribución del poder en el sistema. Para dicho fin, el andamiaje institucional liberal vigente era un impedimento si se pretendía evitar la cristalización de las relaciones de poder.

Con el primer gobierno de Rousseff la fuerte “politización” de la política exterior fue perdiendo intensidad en el marco de un paulatino desplazamiento de las ideas del PT sobre los asuntos internacionales (visible, por ejemplo, en el menor activismo de Marco Aurelio García). Así, la centralidad diplomática volvió a estar focalizada en la inserción económica de Brasil en un momento de crisis del aparato productivo nacional y de auge de las ideas liberales como respuesta a las dificultades de la economía brasileña.

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Por su parte, la reciente decisión de profundizar el involucramiento con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) al negociar un Acuerdo Marco de Cooperación tiene un impacto simbólico importante dado que dicha institución representa el statu quo liberal en el sistema internacional. Por último, existe la intención por parte de Itamaraty de reencauzar el vínculo con Estados Unidos dejando los recelos estratégicos a un lado (agudizados por el espionaje de 2013). La una nueva estrategia intenta promover al país en los círculos de decisión y en los principales think tank de Washington. Por ejemplo, en 2014 el Center for Strategic & International Studies (CSIS) firmó una asociación con la Agencia Brasileña de Promoción de Exportaciones e Inversiones (APEX).

En definitiva, las mutaciones políticas que se gestan al interior de Brasil comienzan a constreñir las opciones en materia externa. Si hasta hace unos años la política exterior de la potencia sudamericana tenía como claro norte alterar y modificar algunas reglas y prácticas del orden internacional como principal estrategia para acumular poder y ascender en la jerarquía internacional, hoy las opciones parecen complejizarse. La actual hoja de ruta parece marcar un giro hacia el sendero “liberal” diseñado por el club de los poderosos

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