“Fascismo: una advertencia” por Madeleine Albright*

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Madeleine Albright ha sido embajadora de Estados Unidos ante la ONU (1993-1997) y Secretaria de Estado (1997-2001) durante el gobierno de Bill Clinton. En Estados Unidos la Secretaria de Estado está encargada de las relaciones exteriores, pero además es el miembro de mayor rango en el gabinete.

Albright nació en Praga en 1937. Su padre era diplomático checoslovaco. Cuando Hitler invade Checoslovaquia su familia, de orígenes judíos, huye a Londres. Al terminar la Segunda Guerra Mundial regresan a Checoslovaquia pero la toma del poder por parte de los comunistas ocasiona que soliciten refugio en Estados Unidos en 1948.

Este libro es un ensayo sobre el fascismo pero también es un testimonio personal.

Madeleine Albright empieza planteando las dificultades para definir el fascismo (“el fascismo tal vez deba ser visto no tanto como una ideología política, sino más bien como un medio para conseguir y mantener poder”)

“Cuando se habla de este tema se suele confundir el fascismo con conceptos relacionados tales como, por ejemplo, el totalitarismo, la dictadura, el despotismo, la tiranía, la autocracia y algunos otros. Como académica puede que me tiente meterme en este cenagal, pero como antigua diplomática me preocupan ante todo las acciones, no las etiquetas. A mi modo de ver, un fascista es alguien que se identifica en grado extremo con -y dice hablar en nombre de- un grupo o una nación entera, que no siente preocupación alguna por los derechos de los demás, y que está dispuesto a utilizar los medios que sean necesarios -inclusive la violencia- para alcanzar sus objetivos.” (p. 26)

La vara para medir el fascismo la establecieron, por supuesto, Mussolini y Hitler. Cada uno influenciado y apuntalado por el otro. El éxito inicial de ambos ocasionó que en los 20 y los 30 el fascismo se difundiera por el mundo y aumentaran sus seguidores.

“Historias orales de ese periodo atestiguan la esperanza y emoción que el fascismo generaba. Hombres y mujeres desesperanzados de alcanzar algún día un cambio político de pronto se sentían cerca de las respuestas que andaban buscando. Ilusionados recorrían largas distancias para asistir a los mítines fascistas, en los cuales descubrían espíritus afines dispuestos a devolver la grandeza a la nación, los valores tradicionales a la comunidad y a recuperar el optimismo en el futuro.
[…]
El fascismo se propagó porque muchas personas en Europa y en cualquier lugar del mundo, lo vieron como una tendencia poderosa que estaba cambiando la historia, que era exclusivamente obra suya y que no podría ser detenida.” (pp. 84 y 85)

Para Albright el fascismo no tiene una ideología clara. A lo largo de los capítulos va revisando una lista de líderes de diferentes tendencias que, usando métodos fascitas, se mantuvieron en el poder. En el recorrido analiza tanto a Franco como a Stalin, a Milosevic, a Kim Il-sung, su hijo Kim Jong-il, a Chávez, a Orbán de Hungría, a Erdogan de Turquía, a Putin. Por supuesto ninguno llega a igualarse a los dos primeros fascistas.

“Aunque el término se usa cada vez más, en nuestra época hay muy pocos jefes de gobierno que encarnen plenamente el espíritu del fascismo. Mussolini sigue en su tumba y Hitler nunca tuvo una. Pero no hay motivos para bajar la guardia. Cada paso que se dé hacia el fascismo […] provoca daños a las personas y a la sociedad en su conjunto, y cada uno de ellos prepara el siguiente paso.” (p. 152)

Aunque, como se cuenta, el libro fue empezado mucho antes de Trump, fue terminado más rápidamente debido a él. Para Albright, Trump tiene la visión equivocada que el mundo es una competencia cruenta entre países.

“Reducir nuestra existencia a la lucha competitiva entre más de doscientas naciones no es tener una visión clara, sino más bien ser miope. Tanto las naciones como las personas compiten entre ellas, pero eso no es lo único que hacen. Imaginen una población norteamericana, una aldea africana o una gran ciudad asiática en las que no haya sentido de la comunidad, no se compartan las responsabilidades, no se cuide a los demás: lo único que quedaría sería la triste lucha diaria por el afán de “ganar” a costa del vecino. ¿Qué intereses se van a poner aquí primero?.
Desde el punto de vista global, no hay desafío en materia de economía, de seguridad, de tecnología, de medioambiente y de salud al que un país pueda enfrentarse solo, sino que únicamente podrá hacerlo sobre la base del esfuerzo conjunto con sus vecinos. Los representantes diplomáticos tienen el deber de fomentar esta cooperación.” (p. 267)

Parece claro que el fascismo nace del descontento. ¿El sistema de redes de información en el que vivimos actualmente contribuye a aumentar el descontento?

“hoy en día vivimos dentro de unas burbujas informativas y mediáticas que potencian nuestras propias lamentaciones en lugar de animarnos a contemplar el asunto desde distintos puntos de vista. En vez de pensar por nosotros mismos y de manera crítica, queremos encontrar personas que compartan nuestras opiniones y que nos sirvan de estímulo a la hora de ridiculizar las ideas de individuos con convicciones y perspectivas contrarias a las nuestras. En muchos campos, el menosprecio ha llegado a ser el rasgo característico de la política norteamericana, y eso implica que seamos reacios a escuchar a los demás y que en algunos casos no le permitamos ni expresar su opinión siquiera. En estas circunstancias es imposible aprender, pero es que además se está creando un público para los demagogos, que saben unir a los humillados y ofendidos para que viertan su cólera sobre los demás.” (p. 289)

Relacionado con ello está el tema de la confianza.

“En política no abundan los dirigentes que gozan de un respeto mayoritario. […] Según una encuesta realizada hace poco por Reader´s Digest, las cuatro personas en las que más confiaban los estadounidenses eran actores de cine que estaban encarnando algún personaje, con Tom Hanks encabezando la lista. Por lo visto creemos más en personas que no son reales.” (p. 290)

El incremento de las fuentes de información contribuyen a esa pérdida de confianza y a la dificultad para escuchar a los demás porque suponemos que los otros están recibiendo información falsa o errada.

“yo pertenezco a una generación que veía en televisión tres imformativos cada noche, disfrutaba hasta bien tarde del programa de Johnny Carson y leía con atención las reflexiones de columnistas tan destacados como James Reston […].. La información que nos proporcionaban ejercía una poderosa influencia centrífuga sobre la sociedad norteamericana. […] A veces no estábamos de acuerdo, pero al menos partíamos de la misma información. Eso ya no es así. Hoy en día, los ciudadanos obtienen las noticias de muchísimas fuentes, pero la mayoría de esas fuentes no son fiables; y sin embargo siempre creemos que es al otro al que le llega la propaganda interesada y las noticias falsas.” (pp. 290-291)

“Trump es el primer presidente antidemorcrático que tiene Estados Unidos en su historia moderna” (p. 301) nos dice Albright finalmente. Pero el tema es aterrador porque, así como Hitler se inspiró en Mussolini, los antidemócratas se refuerzan entre ellos.

“La mentalidad gregaria tiene mucha fuerza en el panorama internacional. Líderes del resto del mundo observan, extraen conclusiones y se copian unos a otros. Ven dónde se imponen los demás, qué pueden hacer para conseguir sus propósitos y cómo pueden aumentar y perpetuar su poder. Se siguen los pasos unos a otros, como Hitler hizo con Mussolini; y hoy son muchos los que van por el camino del fascismo.
Pese a las diferencias que existen entre ellos, hay concomitancias en personajes como Maduro, Erdogan, Putin, Orban, Duterte y -el único de todos ellos que es verdaderamente fascista- Kim Jong-un. Todos ellos han intentado convencer a sus seguidores para que no apoyen unas normas democráticas que se han impuesto en el mundo tras varias décadas de lucha y de sacrificio. Para ellos el poder no es una atribución temporal, sino más bien el medio para imponer sus deseos todo el tiempo que puedan. En sus declaraciones públicas muestran su deseo de cooperar, pero única y exclusivamente con los grupos a los que supuestamente representan. Todos se presentan como “líderes fuertes” todos dicen hablar para “el pueblo” y todos se apoyan mutuamente cuando lo necesitan.
Si este círculo de déspotas no hubiera llegado a existir, es muy probable que la desalentadora influencia de Trump fuese un hecho temporal y manejable, una dolencia sin importancia en un cuerpo sano que se podría recuperar en poco tiempo; pero cuando el orden legal internacional se ve afectado por tantas enfermedades, su sistema inmune se debilita. Ese es justamente el peligro al que nos enfrentamos.” (pp. 301-302)

 

 

*Albright, Madeleine (2018). “Fascismo: una advertencia”. Editorial Planeta Colombiana. Bogotá.

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