¿Está usted satisfecho con lo que puede comprar y con lo que puede hacer? Esta es una de las preguntas que se incluyen en el reporte “How is Life in Latin América?” del OECD Development Centre presentado la semana pasada. Los datos reportados en el informe se basan en encuestas realizadas por Gallup en 2019 y 2020, e incluyen a 11 países de la región: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, México, Paraguay, Perú y Uruguay. El informe toma como referencia marco de política de bienestar multidimensional propuesto por la OECD para sus países miembros y, más recientemente, para otros países en América Latina. Específicamente, este marco contempla 11 dimensiones del bienestar: (i) ingresos y riqueza, (ii) trabajo y empleo de calidad, (iii) vivienda, (iv) salud, (v) conocimiento y habilidades, (vi) calidad ambiental, (vii) seguridad, (viii) balance vida-trabajo, (ix) conexiones sociales, (x) participación civil y (xi) bienestar subjetivo. Es precisamente en esta última dimensión en la que me gustaría enfocarme en esta entrada.

La forma en que la satisfacción con el estándar de vida ha variado en los países de la región en el periodo 2019-2020 es heterogénea. Podríamos dividir los 11 países de la muestra en tres grupos. El primero; conformado por Perú, Ecuador, República Dominicana y Brasil; muestra caídas en el porcentaje que manifiesta estar satisfecho con su estándar de vida. El segundo grupo está conformado por Colombia, México, Costa Rica y Uruguay; y corresponde a países en los que la caída ha sido muy reducida o en los que los niveles de satisfacción se han mantenido prácticamente constantes en este periodo. Finalmente, el tercer grupo incluye a Argentina, Paraguay y Chile; países cuyos niveles de satisfacción han aumentado a pesar del contexto sumamente adverso de la pandemia del COVID-19. Un dato que me parece importante resaltar es la considerable caída en este indicador en el Perú, que pasó de poco menos de 75% de personas “satisfechas”, a menos de 60% en solo un año. Es probable que el hecho de que el Perú sea uno de los países más afectados por la pandemia a nivel mundial juegue un rol al momento de explicar este comportamiento.

Otra forma de explorar el bienestar subjetivo en el contexto de la pandemia del COVID-19 en la región es observar el comportamiento de subgrupos particulares de la población. Para ello, el reporte de la OECD nos presenta datos sobre “satisfacción con la vida” [1] para varones y mujeres, poblaciones urbanas y rurales, así como desagregaciones por rango de edad [2]. ¿Qué nos dicen estos datos? Por un lado, que las mujeres han experimentado una importante caída en sus niveles de satisfacción con la vida, la cual es más pronunciada que la caída experimentada por los varones. Este comportamiento podría estar relacionado a, por ejemplo, la forma desproporcionada en la que las labores de cuidado adicionales surgidas por la pandemia han recaído en las mujeres. Por otro lado, se observa que, si bien las poblaciones urbanas han sido fuertemente golpeadas por las múltiples consecuencias de la pandemia en la región, son las poblaciones rurales las que presentan una mayor caída en el indicador de satisfacción con la vida. Esto coloca a las poblaciones rurales en América Latina como aquellas con mayor insatisfacción con la vida en la región, lo cual se suma al amplio conjunto de privaciones que ya se aglomeran en el medio rural.

La información sobre bienestar subjetivo (que incluye diferentes indicadores de satisfacción como los dos mostrados en esta entrada) no está libre de limitaciones y, ciertamente, requiere ser complementada con otros indicadores (algunos de ellos también presentes en el informe de la OECD). Sin embargo, incluso cuando el bienestar subjetivo no sea el único elemento a ser tomado en cuenta para evaluar cómo nos va como región, estos datos sí hacen sonar una alarma que no deberíamos dejar pasar desapercibida: la insatisfacción está aumentado, tanto en un grupo de países de América Latina, como en ciertos subgrupos particulares de la población.

El aumento de la insatisfacción con la vida en algunos países y subgrupos de la población en América Latina no solo constituye un resultado en sí mismo no deseable, sino que podría abrir la puerta a escenarios futuros cuyos resultados son, en el mejor de los casos, inciertos. ¿Qué implica para la democracia en la región tener sociedades tan poco satisfechas con sus vidas? ¿Es el crecimiento de la insatisfacción la antesala de movimientos sociales que busquen ampliar el bienestar y reducir las desigualdades o, por el contrario, es el terreno fértil para el surgimiento de nuevos proyectos autoritarios? ¿Cuáles podrían ser los efectos de la caída en los niveles de satisfacción con el estándar de vida sobre otras dimensiones del bienestar como, por ejemplo, la salud mental o la cohesión social? ¿Por qué a pesar de que todos los países de la región han sufrido las consecuencias del COVID-19 algunas sociedades se sienten incluso más satisfechas que en el periodo pre-pandemia? Quizás, el periodo post-COVID-19 que se vislumbra tímidamente en la región sea un contexto apropiado para “darle una oportunidad” a este tipo de información. Esto último como parte de un enfoque más amplio que nos permita reconstruir nuestras sociedades poniendo al centro al bienestar humano en sus múltiples dimensiones y no únicamente qué tantos bienes y servicios podemos producir.

Referencias:

Organisation for Economic Co-operation and Development (OECD). (2021). How’s Life in Latin America?: Measuring Well-being for Policy Making. Paris: OECD Publishing. doi: 10.1787/2965f4fe-en

[1] Este indicador difiere del anterior en tanto corresponde a una pregunta en la que el encuestado debe situarse en una escalera de 11 peldaños en la que 0 representa la “peor vida posible” y 10 representa la “mejor vida posible”.

[2] No se presenta la información desagregada por nivel educativo incluida en el informe de la OECD puesto que esta excluye a Argentina, Colombia, República Dominicana, Mexico y Peru.


Autor:

Jhonatan Clausen, profesor del Departamento de Economía de la PUCP, director (e) de investigación del IDHAL.

Las opiniones presentadas en este artículo no necesariamente reflejan la posición institucional del IDHAL ni de la PUCP.

 

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