En Maximization and the Act of Choice, el premio Nobel de economía Amartya Sen recoge una curiosa historia para ilustrar situaciones en las que debemos tomar una decisión, pero en las que no es posible determinar cuál es la mejor opción a elegir. La historia muestra el caso de un asno hambriento que se encuentra a medio camino entre dos montículos de heno y que, finalmente, termina muriendo de hambre al no poder decidir cuál de los dos montículos era el “mejor”. En este caso, ante la imposibilidad de determinar si el montículo de heno “X” era mejor que el montículo “Y”, el asno termina escogiendo una opción claramente peor “Z”, que implica básicamente “no hacer nada”.

Si usted ha seguido leyendo hasta aquí, probablemente debe estar preguntándose qué tiene que ver la historia del “asno de Buridán” con la medición oficial de la pobreza multidimensional en el Perú. Lo cierto es que tiene mucho más que ver de lo que podría pensarse en una primera instancia.

Actualmente, en el Perú la única medición oficial de pobreza es la métrica de la pobreza monetaria. La idea es relativamente simple y bastante razonable: si una persona vive en un hogar con un nivel de gasto por debajo de un monto de dinero que le permite comprar ciertos bienes y servicios básicos (como, por ejemplo, alimentos) es considerado pobre. Detrás de esta lógica aparentemente tan simple existe en realidad un enorme esfuerzo estadístico que año a año realiza el INEI para proporcionar cifras de pobreza robustas, confiables, comparables en el tiempo y libres de cualquier tipo de manipulación.

Tener una buena medición de pobreza monetaria es fundamental. No obstante, también existe una gran cantidad de argumentos y de evidencia que muestran que es necesario contar con métricas de pobreza multidimensional no monetarias que sirvan para complementar las medidas basadas en la capacidad de gasto de los hogares. Esto ha motivado a países como Chile, Colombia, México, Ecuador, El Salvador o Panamá a desarrollar medidas de pobreza multidimensional oficiales que permiten tener una mirada más completa a las diferentes carencias que enfrentan las personas y que no se reducen a la falta de ingresos. Estos esfuerzos se encuentran, además, alineados a los compromisos asumidos por los países en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que establecen para 2030 “reducir al menos a la mitad la proporción de hombres, mujeres y niños y niñas de todas las edades que viven en la pobreza en todas sus dimensiones con arreglo a las definiciones nacionales”.

Si bien el INEI publica regularmente información muy relevante sobre indicadores de condiciones de vida adicionales a la información de pobreza monetaria (como, por ejemplo, los antiguos indicadores de Necesidades Básicas Insatisfechas o NBI), lo cierto es que esta última continúa siendo la única medida oficial de pobreza en el Perú. Esto significa que el Perú no ha decidido aún cómo dará cuenta de los avances en uno de los ODS más importantes de la agenda 2030.

Mas allá de los ODS, podría pensarse que es innecesario complicarnos la vida “alargando” el término pobreza y que basta con seguir contando con indicadores de “condiciones de vida” sin tener que decir que también “son” indicadores de pobreza. Los argumentos que sostienen que la pobreza es mucho más que la falta de ingresos son muchísimos y no cabrían en este breve artículo. Sin embargo, me permito rescatar uno (quizás no el más importante) que se relaciona a que utilizar el término pobreza multidimensional permite dotar de “sentido de urgencia” a la erradicación de privaciones muy graves en dimensiones básicas del bienestar (diferentes a la falta de ingresos o la incapacidad de gasto) que enfrentan algunos peruanos (como la falta de acceso a agua segura, o la exposición a la violencia y al crimen) pero que al quedar fuera de la “narrativa” de la pobreza no aparecen con la misma fuerza en la agenda de discusión pública y política.

¿Qué dificulta al Perú transitar a una lógica de medición de pobreza más comprehensiva y útil desde el punto de política pública? No hay una respuesta simple a esta pregunta, pero me atrevo a deslizar como una de las potenciales respuestas la existencia de una situación similar a la que Sen hacía referencia con su mención al asno de Buridán. Construir buenas medidas de pobreza multidimensional no monetaria es complejo: ¿qué dimensiones priorizar? ¿debemos construir una sola medida o varias? ¿todas las dimensiones son igual de importantes? ¿necesitamos un índice de pobreza o es mejor contar con un tablero de indicadores? Todas estas preguntas plantean desafíos que, siendo complejos, ciertamente no son imposibles de abordar. El riesgo es que, en el afán de buscar la medida oficial perfecta (o “las medidas”, porque pueden ser más de una sola) que solucione todas las limitaciones identificadas actualmente en la literatura académica especializada, terminemos escogiendo una alternativa equivalente a la que llevó al asno de Buridán a morir de inanición: “no hacer nada”.

¿Significa esto que debemos adoptar la lógica de que tener “algo” es mejor que no tener “nada? Claramente no. Una medida de pobreza (monetaria o multidimensional) carga sobre sí una impronta ética fundamental porque orienta los esfuerzos de política pública en una determinada dirección. No obstante, dado la experiencia mundial en este campo y la producción académica local en el tema, es razonable plantearse la interrogante acerca de si realmente las limitaciones que (como toda métrica) tienen las medidas de pobreza multidimensional son realmente tan grandes como para hacer que la alternativa de “no hacer nada” sea mejor que la de intentar desarrollar las mejores métricas posibles (ya sea índices, tableros o combinaciones de ambos) dado los recursos con los que actualmente contamos.

Aproximarse a esta discusión con espíritu constructivo, realista y consciente de que toda métrica está sujeta a la implementación de un plan de mejoras en el tiempo, puede ayudar a generar avances concretos en esta discusión que permitan pasar a la acción. A tan solo 10 años del horizonte establecido por la agenda de los ODS para el cumplimiento de las metas globales y, en el marco de la agenda de recuperación nacional post-Covid19, es momento de fijar una posición concreta respecto a la identificación de todas las formas de pobreza en el Perú y, sobre todo, de actuar en consecuencia para lograr su erradicación.

Autor:

Jhonatan Clausen, profesor del Departamento de Economía de la PUCP, director (e) de investigación del IDHAL.

Las opiniones presentadas en este artículo no necesariamente reflejan la posición institucional del IDHAL ni de la PUCP.

Puntuación: 5 / Votos: 1
El Asno de Buridán y la Medición de la Pobreza Multidimensional en el Perú

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *