Entre los diversos desafíos con los que nos confronta la crisis del Covid-19 se encuentra la atención a sus consecuencias en materia de salud mental. La rápida implementación de estrategias paliativas por parte del Estado nos sugiere de su nuevo posicionamiento en el escenario de las políticas públicas. Sin embargo, se distorsiona nuestra comprensión de la salud si no se incluyen esfuerzos por incorporar la situación socioeconómica y su relevancia en la configuración para vivir la pandemia. Nos arriesgamos, por lo demás, a desaprovechar la oportunidad de hablar e incorporar los determinantes sociales en futuras discusiones e iniciativas orientadas a la salud mental en el país.
No queda duda, las persistentes preocupaciones en torno a la economía familiar, el contagio y expansión de la epidemia, así como la intensa incertidumbre frente a un país que no se sabe si volverá a ser el mismo generan un fuerte impacto sobre el bienestar psicológico de las personas. Frente a escenarios más intensos, el malestar emocional producto del aislamiento y cambio radical en las condiciones de vida puede contribuir a un eventual deterioro de la salud mental en el Perú*.
El pronóstico es desafiante, más aún de cara a las profundas brechas en acceso a diagnóstico y tratamiento de desórdenes mentales que hoy en día existen. Solo en el 2019, menos de 1% del presupuesto del sector salud era destinado al rubro de salud mental, y el 80% de la población no recibía tratamiento alguno frente a su diagnóstico. La respuesta del Estado en materia de prevención y contención psicológica por vía telefónica es bienintencionada** pero también insuficiente. Su desatención a las dimensiones de carácter económico y social debe señalarse, más aún en su calidad determinante para la salud mental.
Es necesario en primer lugar comprender la salud mental más allá de la ausencia de enfermedades psiquiátricas, y al logro de sus intervenciones como la sola reducción de sintomatología de carácter clínico. Por el contrario, definirla como
un estado de bienestar en el cual el individuo se da cuenta de sus propias aptitudes, puede afrontar las presiones normales de la vida, puede trabajar productiva y fructíferamente y es capaz de hacer una contribución hacia su comunidad (OMS, 2004, pp. 12).
implica el reconocimiento de las condiciones sociales y económicas que rodean a la persona, y en tal sentido a la mejora de sus condiciones de vida como componentes necesarios para un mayor bienestar psicológico.
Ya diversas investigaciones dan cuenta de la relación entre salud mental y contexto de vida. Las consecuencias materiales y psicosociales del desempleo o empleo precario se relacionan a episodios de ansiedad y depresión, y un incremento de conductas de riesgo. La evidencia es preocupante en un escenario en el que al menos 31% de peruanos manifiesta haber quedado sin empleo a consecuencia del Covid-19, más de la mitad correspondientes al nivel socioeconómico D/E.
Por lo demás, la convivencia bajo situación de hacinamiento y las dificultades en el acceso a agua y saneamiento también se han visto relacionadas al incremento del estrés, la irritabilidad y la depresión, todas manifestaciones de una salud mental deteriorada. En el Perú, solo 27% de personas manifiesta haber vivido una “cuarentena llevadera”, porcentaje que se reduce al 12% para los niveles más empobrecidos.
Dos notas de este blog nos alertan ya de la existencia y desigual distribución de privaciones relevantes en la exposición frente al Covid-19 al interior del país, así como de la asociación entre padecer privaciones y la presencia de síntomas depresivos. Ciertamente, la presencia de complicaciones psicológicas se encuentra presente a lo largo de toda la gradiente de ingresos en la sociedad, pero son justamente las personas más pobres las que se encuentran más expuestas y menos atendidas.
Tomando en cuenta estas consideraciones es posible afirmar que la salud mental, entendida como un componente más del bienestar, no opera en el vacío. Influye y se condiciona de otras dimensiones, algunas de las más relevantes las de acceso a vivienda, servicios y empleo de carácter digno. No considerar su interconexión nos enfrenta al riesgo de un abordaje no solo superficial en la comprensión de la salud mental; también nos condiciona al diseño de intervenciones parciales en atención y tratamiento de los afectados. El Covid-19 no afecta a todos por igual, y es de esperar que sus consecuencias psicológicas tampoco tengan una distribución equitativa. Hagamos lo posible porque las oportunidades de recuperación frente a la pandemia sí se distribuyan en igualdad de condiciones.
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* La ‘Guía Técnica para el Cuidado de la Salud Mental de la población afectada, familias y comunidad, en el contexto del COVID-19’ generada por el Ministerio de Salud ofrece un listado de por lo menos ocho trastornos mentales y del comportamiento asociados a esta pandemia: reacciones al estrés agudo, trastornos de adaptación, trastornos de ansiedad, episodio depresivo, trastorno de estrés postraumático, síndromes de maltrato, trastornos de consumo de sustancias, y conducta suicida.
** Desde el Ministerio de Salud: (a) lanzamiento de dos Guías Técnicas para el Cuidado de la Salud Mental, uno orientado a población afectada y otra a personal de salud, (b) el establecimiento de la opción de orientación psicológica a la Línea 113, para la atención a casos de salud mental, y (c) la liberación de contactos para la solicitud de asistencia a los Centros de Salud Mental Comunitarios. Desde el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables el lanzamiento del Programa Nacional Aurora para el acompañamiento psicológico telefónico y la prevención de la violencia, disponible a través de la Línea 100. Desde el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social la Red de Soporte a la Persona Adulta Mayor y la Persona con Discapacidad Severa, para el acompañamiento y apoyo emocional y en materia de salud por vía telefónica.
Autora:
Elena Caballero Calle, profesora del Departamento de Psicología de la PUCP, directora (e) de formación del IDHAL.
Las opiniones presentadas en este artículo no necesariamente reflejan la posición institucional del IDHAL ni de la PUCP.