Gracias a ese apoyo Alberto Fujimori consiguió sus mayores logros –incluido el autogolpe de 1992- empequeñeciendo a una oposición que pasaba rápidamente a ser, parte de un pasado. Aquel lejano Fujimori, aprendió la política desde las altas esferas del poder y el poder lo aprehendió para transformarlo.
Hoy, diez años después, despierta otros sentimientos y otras oposiciones. El actual Fujimori, alejado al olor a multitud y más cercano a la de los gases lacrimógenos, ha dado inicio a un forzado tercer mandato, con autojuramento, entre protestas y férrea protección militar. Fujimori ha cambiado. Ya no es el matemático ganador de unas elecciones del 90, ni el arrollador triunfador del 95. El del 2000, es cada vez más aislado y tiene cada vez menos iniciativa. Es un presidente fatigado e irascible. Eso se vio claramente expuesto en el discurso de asunción del mando.
Cuando muchos esperaban escuchar una propuesta renovada, con anuncios que descolocarían a la oposición y medidas que estimularían positivamente a la población, Fujimori demostró que levantar la voz, es ya un síntoma de debilidad. Prueba ella es negar la realidad o confundirla, pues el inicio de un mandato conflictivo requiere, oxigenar el ambiente político y no enrarecerlo; demanda conciliar y no confrontar; exige lucidez y no miopía en las propuestas. Y es que todo ello se traduce de un discurso que parecía de campaña electoral y no de inicio de un período gubernamental. Un discurso centralmente económico, aunque sin propuestas concretas, cuando el problema ahora es político institucional, tema al que le dedicó escasamente 7 minutos y ninguna medida. Y es que para Fujimori, la economía estable hace a la democracia estable y no al revés.
De igual manera, dar la espalda a la realidad es señalar que el problema de las elecciones se produjo cuando su oponente no quiso reconocer su triunfo y no la atropellada manera que el se hizo elegir. O cuando declara que el problema de las Fuerzas Armadas y el SIN es de adecuación a los tiempos modernos y no la forma brutal del ejercicio del poder.
En 10 años, Fujimori ha aprendido a gobernar y enfrentar situaciones difíciles, ha aprendido a ganar votos y generar adeptos, ha aprendido casi todas las reglas de la política y ha aprendido la debilidad de los peruanos. Pero, estos diez años también muestran que Fujimori no ha aprendido mucho sobre la democracia y menos gobernar bajo sus reglas. Eso lo desaprueba como gobernante demócrata y puede ser el origen de su ocaso.
(Canal N, Lunes 31 de julio de 2000)