Lo que ocurre con Perú Posible no debe sorprender, puesto que en nuestro país es más fácil ganar una elección que construir un partido político. Y es que el mal endémico de nuestra participación política es que difícilmente podemos construir instituciones que puedan canalizar el conflicto.
Esto lo están mostrando de manera patética la relación entre candidatos y organizaciones políticas inscritas, que a su vez, no se sabe cómo llegan oficialmente a 36. La gran mayoría de estos partidos no solo es huérfana de apoyo real, sino de candidatos. Cuándo un partido no puede colocar a uno de los suyos –hay varios en contienda-, es un claro signo de debilidad constitutiva, puesto que una cosa es mostrar un registro dudosamente conseguido y otra es desarrollar organizativamente lo que la ley de partidos políticos exige en el campo de las elecciones internas y de financiamiento. El partido de gobierno necesitaba de un candidato de fuera de sus filas (antes fue una candidata) y Rafael Belaunde una organización inscrita. Este intercambio usos y necesidades es casi el único punto de encuentro, puesto que en el resto poco hay de común. De esta manera, Perú Posible y Rafael Belaunde conviven en la precariedad, como dos extraños. Es por eso que conflictos partidarios, pequeña intención de voto a favor y umbral del 4 por ciento, pueden llevar a Rafael Belaunde y a Perú Posible a un divorcio temprano.
(El Comercio, 20 de enero del 2006)