Se ha escrito mucho sobre el tema que involucra a la PUCP con el Arzobispado, concretamente con el Cardenal Luis Cipriani. Algunos de esos artículos periodísticos se reproducen seguidamente:
No se metan con mamá
Por Jorge Bruce
Para quienes hemos estudiado en la PUCP, el término alma máter va en serio. Profundamente en serio. Significa literalmente "madre nutricia". En latín, alma es un adjetivo (el "alma" cristiana viene de animus) que alude, en el caso de una universidad, a su función proveedora de alimento intelectual. Por eso, de acuerdo al diccionario panhispánico de dudas -de donde provienen estos datos- su uso correcto es femenino. En consecuencia, los que hemos crecido en sus aulas le guardamos un agradecimiento y un afecto comparables a los suscitados por una madre generosa, alegre y cultivada, tanto en sentido académico como ético. En suma, una madre ideal, a diferencia de las que nos ofrece la realidad (las que solemos encontrarnos en los tratamientos psicoanalíticos, asociadas a la tragedia de Edipo). Así, a pesar de ser una universidad católica, durante todos mis años de estudiante, o ahora como profesor de maestría, nunca he encontrado otro espíritu que uno de tolerancia, apertura y afán de excelencia.
Por ejemplo, a pesar de no ser creyente y haber profesado desde mi época de estudiante ideas progresistas respecto a asuntos como la sexualidad, el aborto o los derechos humanos, jamás he encontrado la menor cortapisa para expresar mi pensamiento en cuanto foro lo he hecho, ya sea en el campus o en los medios de comunicación. En cambio, sospecho que a pesar de mi profesión de fe freudiana y materialista, los valores cristianos de solidaridad, espiritualidad y amor al prójimo, están grabados a fuego en mi inconsciente, desde donde informan mis acciones y adhesiones. Este es un "sincretismo" interno del que voy tomando conciencia conforme pasan los años y me siento bien así. Estoy persuadido de que las miles de personas que han pasado por esa afortunada experiencia, deben tener testimonios análogos al mío. Por eso, aun cuando me estoy expresando en nombre propio, tengo la nítida sensación, mientras esto escribo, de estar representando a una gran fraternidad que se identifica con esos principios, esa exigencia, esa integridad.
No es casualidad, en ese sentido, que los de Católica Letras seamos capaces de reconocernos después de intercambiar unas cuantas frases, o leer algunos párrafos escritos por alguien que estuvo ahí. Tampoco que la mayoría de mis mejores amigos a lo largo de la vida sean de Artes, Psicología, Literatura, Historia, Teatro, Ciencias Sociales o Derecho de la PUCP. Menos aun que gran cantidad de líderes de opinión y de los sectores más diversos de las elites nacionales, provengan de nuestra universidad (varios escribimos en este diario). Esta no es inútil vanagloria. Quizás no sea elegante recordarlo, pero es indispensable hacerlo ahora que se vuelven a cernir las sombras del oscurantismo sobre las luces de la Católica.
Como no soy autoridad universitaria, no me ata ninguna obligación de reserva y voy a decir las cosas tal como las pienso, pues eso es lo que me enseñaron mis maestros tanto en la Plaza Francia como en el fundo Pando: las argucias legales del desconocido señor Muñoz Cho son el caballo de Troya con el que el cardenal Cipriani pretende apoderarse de la mejor universidad del Perú, a fin de someterla a las posiciones más retrógradas de la Iglesia. Señor cardenal, ¿por qué no se contenta con la Universidad de Piura o funda algún centro ad hoc de adoctrinamiento y represión, si esa es su fantasía? Sepa que si persiste en su intento avasallador no solo se va a topar con una sólida resistencia legal, tal como viene ocurriendo. El vínculo que tenemos los de la Católica con nuestra alma máter y entre nosotros, es más fuerte, genuino y trascendente que sus exaltadas homilías o programas radiales. De modo que se lo decimos con todas sus letras: si se meten con mamá, nos van a encontrar a todos al frente.
(Tomado de Peru21, 25 de marzo del 2007)
El país reflejado en un campus
Por Henry Pease
La Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) llega a su aniversario 90 en la cima del prestigio. El último ránking 2006 de "Times" (Londres) sobre universidades, la coloca en el décimo lugar de Latinoamérica (después de la UNAM y de la Universidad Católica de Chile). Ocupa el lugar 418 en el mundo y es la única universidad peruana entre las 500 primeras del planeta.
La calidad de su formación profesional y la seriedad de su exigencia académica han marcado a varias generaciones. Busca la formación integral de sus alumnos desarrollando experiencias valiosas. Los estudios generales permiten una formación humanística que trasciende cada especialidad y la seriedad de la Escuela de Graduados o de Centrum perfecciona y hace avanzar a quienes, ya profesionales, profundizan en nuevos rumbos.
Todos hacemos la universidad, profesores y alumnos, la dirigen autoridades que, sin duda, han tenido en estos 90 años el mérito de conducirla haciendo que se desplieguen las mejores energías y capacidades. Primó el pluralismo, la democrática tolerancia con quien discrepa. Muchos nombres debiéramos mencionar, pero uno, que ya no está entre nosotros, crece conforme pasa el tiempo. Un jesuita exigente, que condujo la modernización de la universidad para servir a una sociedad cambiante y compleja. Felipe Mac Gregor respetaba al que pensaba distinto y su punto de partida era la rigurosidad intelectual y la consistencia ética. Lo cuestionan algunos por haber aceptado la libertad de discrepar, porque confunden la universidad con un regimiento dogmático y obediente, no entienden que sin libertad toda universidad queda castrada.
Como Universidad Católica ha facilitado el diálogo en todas sus dimensiones, entre las diferentes perspectivas de científicos, artistas y creadores culturales, entre estas y la fe, entre el pensamiento y la práctica pública y privada. No somos un gueto de católicos encerrados en nosotros mismos, trabajando solo con quienes coincidan en todo. La PUCP es plural como nuestra sociedad, libre como lo reclaman la Constitución y la ley, comprometida con las necesidades de los peruanos.
Forma profesionales que conocen los problemas del país. Varias generaciones alfabetizaron, participaron en experiencias de educación, servicios jurídicos gratuitos, aportado soluciones técnicas a problemas de todas las ingenierías, ejerciendo la solidaridad. Es el mejor servicio que intelectualmente puede hacerse como testimonio de una fe que libera de odios, ataduras y conformismos, que construye sin arrasar, que da testimonio sin oprimir ni avasallar, que respeta al otro, algo elemental en el mandamiento cristiano de amar hasta al enemigo, convocándolo para actuar juntos en lo que se coincide y a debatir lo que nos diferencia.
Algunos siguen creyendo que pueden excluir, imponerse por autoridad principesca heredada de la política y los viejos Estados medievales, no de Jesús, los evangelios, las ideas o los valores y principios. Ni la espantosa violencia terrorista los hizo aprender. Aparecen descompuestos por la ambición de poder. La Universidad Católica no tiene otro poder que la estima de sus alumnos y egresados, de las familias que no se dejarán engañar, de sus profesores que no medimos en dinero nuestro compromiso con la universidad.
Debo mucho a esta mi universidad, alumno desde 1962 y profesor desde 1971, nunca salí de ella. Orgulloso vi sus pronunciamientos en defensa de la democracia, cuando pocos querían hacerlo. Cuando fui presidente del Congreso de la República, cuando conduje la comisión que intentaba la reforma constitucional o seleccionaba magistrados para el TC, constaté, entre los muchos profesionales convocados, cómo destacaban –sin alarde alguno– los de mi universidad, con conocimientos superiores a los míos. En esta casa, cada uno aporta algo y nadie es ‘dueño’. Las jerarquías se diluyen y debe prevalecer la pasión por servir y la terca voluntad de aprender con creatividad.
(Tomado de El Comercio, 24 de marzo del 2007)
La luz y la tiniebla
Por Agusto Alvarez Rodrich
Es una lástima que la justificada celebración por sus noventa años encuentre a la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) en un conflicto con el arzobispo de Lima por la interpretación de los derechos sobre los bienes dejados por José de la Riva Agüero. Es un juicio complejo que se dilucidará en los tribunales. Adelantar una opinión a partir de una revisión superficial del testamento constituiría una irresponsabilidad sustentada en prejuicios que pretenden, de antemano, beneficiar a una de las partes. Lo más relevante en este embrollo, sin embargo, es que en el mismo se juega el control del manejo y del destino de la universidad, incluyendo, como es obvio, los asuntos académicos. De otro modo no se explica por qué los anteriores arzobispos Juan Landázuri y Augusto Vargas Alzamora nunca reclamaron a la universidad y, en cambio, Juan Luis Cipriani ha emprendido una avanzada inaceptable sobre la PUCP. En el colmo de la arrogancia, su eminencia ha negado el tradicional uso de la Catedral de Lima -como si esta fuera suya- para la ceremonia del aniversario.
Quizá el acceso privilegiado que Cipriani ha recuperado en Palacio de Gobierno con Alan García -el cual había perdido desde el colapso del régimen de Alberto Fujimori- le lleve a creer que esta es la oportunidad para que el sector conservador de la Iglesia capture la universidad con el fin de decidir sobre cursos, profesores, investigaciones y enfoques académicos. Lo que se pretende es afectar la autonomía académica, un factor crucial para el desarrollo de una universidad y que le ha permitido a la PUCP llegar a ser, en sus primeros noventa años, una de las instituciones más prestigiosas y sólidas del país.
Es imposible dejar de advertir que esta ofensiva ocurre en el marco de un embate político mayor en el que, como en el intento de debilitar a las ONG, se pretende acallar puntos de vista con los cuales algunos -como el cardenal- discrepan. Lo que está en juego acá es cómo se celebrarán los próximos aniversarios de la PUCP. Como el faro de luz que es hoy, o como un espacio tenebroso.
(Tomado de Peru21, 24 de marzo del 2007)
Et lux in tenebris lucet
Por Carlos Basombrio
Este artículo es inevitablemente repetitivo. Los principales diarios -incluido Perú.21- están comprensiblemente llenos de análisis y homenajes por los 90 años de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Aun con la conciencia de volver a decir básicamente lo mismo que otros y, encima, hacerlo sin la calidad y prosa de algunos de ellos, quiero sumarme a los homenajes a mi alma máter y, a la vez, rechazar con energía a quienes hoy la amenazan.
Tantas cosas relevantes se pueden decir de la PUCP, que debo escoger solo una para un espacio tan breve: su condición de institución. Y, más relevante aun, el serlo en un país en el que lamentablemente se carece de ellas en demasiados campos. Las instituciones ayudan a construir identidades colectivas, favorecen el sentido de pertenencia, ayudan a preservar la memoria y son fundamentales para construir proyectos de futuro. La PUCP no es la única, por supuesto, pero hoy por hoy es una de las pocas verdaderas instituciones que tiene el país.
¿Qué reivindicar del paso por la Católica? Libertad de pensamiento, sentido crítico y apertura sin anteojeras al conocimiento y la experiencia humana. Muchos de los egresados de la PUCP lo adquirieron y lo reivindican. De que la universidad no lo consigue con todos dan testimonio varias figuras públicas de los últimos lustros. Pero eso no se puede convertir en un demérito para ninguna universidad porque, como se sabe desde hace siglos, lo que natura non da Salamanca non presta.
Al cumplir 90 años, la PUCP está bajo amenaza. Que van en serio y no respetarán nada en su empeño, lo prueba el que no permitieran que la misa por el 90 aniversario fuera en la Catedral o que no autorizaran que se vuelva a escenificar en su atrio uno de esos extraordinarios autos sacramentales que emocionaron y conmovieron Lima en los años pasados. (Quizás tengan razón. Hay que examinar antes los antecedentes de ese sujeto Calderón de la Barca; mínimo es un caviar y por allí que hasta terruco).
Quienes quieren apropiarse de la PUCP afirman, por un lado, que no les interesa influir en los contenidos académicos que imparte pero, a la vez, su vocero político más representativo dice que la universidad solo se dedica a formar comunistas. Dicen que no discuten la propiedad, pero quieren tener una voz en la administración de sus bienes. Incongruencias aparte, lo que hay es una ofensiva de un sector -de extrema derecha en política y ultraconservador en términos de valores- que quiere someterla a su control.
La amenaza es seria. Si bien la pluralidad de opiniones que hay en defensa de la universidad es estimulante, sus adversarios tienen mucha fuerza en el actual gobierno y podrían muy bien conseguir su objetivo. Si los usurpadores se salen con la suya -y como ya lo han dicho también otros-, el lema del escudo de la universidad: "Et lux in tenebris lucet" (Y la luz brilló en las tinieblas), debería, para ser coherentes, limitarse a "in tenebris".
(Tomado de Peru21, 20 de marzo del 2007)
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