Para Martín Vizcarra y Pedro Castillo se ha cerrado toda posibilidad de candidatear o participar en las elecciones del 2026. El interés ahora está en el bolsón de votos que ambos expresidentes intentarán endosar, pues aún conservan adhesiones que buscan capitalizar.
Comparten rasgos evidentes: son provincianos —Vizcarra moqueguano y Castillo cajamarquino— dentro de un clivaje que vuelve a dividir Lima y regiones. Ambos, uno por elección y el otro por sucesión, llegaron al poder en un ciclo de polarización e inestabilidad abierto en 2016, enfrentándose a un Congreso decidido a mantener control. Esa pugna alimentó una oposición feroz que culminó en la vacancia de ambos. Para sectores del electorado, esos hechos reforzaron relatos de victimización que sus sentencias y procesos judiciales han mantenido vigentes.
Las diferencias, sin embargo, son claras. Pedro Castillo, con una indigencia intelectual evidente, dirigió un gobierno desastroso y corrupto que terminó en un fallido y risible golpe de Estado. Aun así, un sector lo interpreta como la encarnación de los persistentes rasgos clasistas y racistas del país. Además, fue vacado por el Congreso, institución que carga con el mayor desprestigio nacional.
Vizcarra, por su parte, alimenta su respaldo desde la presidencia. Primero se distanció del Congreso, luego lo enfrentó y finalmente lo disolvió; pero, sin apoyo parlamentario, terminó cavando su propia vacancia. Más hábil que el profesor chotano, Vizcarra —libre hasta hace poco— ha construido una imagen confrontacional frente al gobierno de Boluarte y ahora Jerí, pero, sobre todo, contra el núcleo que controla el Congreso.
¿Pero qué capacidad de endose tienen? En el caso de Pedro Castillo, el panorama es más sombrío. No logró inscribir partido propio y su estrategia de aparecer como cabeza de lista al Senado por Juntos por el Perú ya no es viable. Pensar que Roberto Sánchez, candidato presidencial, pueda absorber un supuesto voto fiel castillista es improbable. Colgarse de su figura parece insuficiente y más probable es que se conduzca a la desaparición partidaria.
En el caso de Vizcarra, existe una duda razonable a su favor. Tiene en Perú Primero su propio partido y, sobre todo, a su hermano Mario, a quien acompañó en campaña. Su sentencia pudo mellar su imagen, pero mantiene seguidores inmunes a esos tropiezos. Además, no es lo mismo ser aliado —como Sánchez lo es de Castillo— que ser hermano, como Mario lo es de Martín. Si por alguna razón ese endose no prospera, ese bolsón electoral buscará otro cauce. Tampoco se trata de porcentajes tan altos. No hay que sobredimensionar su impacto. Pero tampoco ignorarlo: en una lista de candidatos liliputienses, una empinada final podría colocarlo en una segunda vuelta que será otro y aún lejano partido (Perú21, lunes 1 de diciembre del 2025).


