Con Keiko Fujimori estamos delante de una cuarta derrota electoral, producto del desgaste y del peso del antikeikismo, como señalan sus adversarios, o del triunfo de la persistencia y la experiencia, como sostienen sus seguidores. Son pocos los casos de candidaturas con tal nivel de perseverancia: Marco Enríquez-Ominami en Chile o Álvaro Noboa en Ecuador lo intentaron cinco veces sin éxito. Distinto fue el caso de Prabowo Subianto en Indonesia, Kim Dae-jung en Corea del Sur o Abdoulaye Wade en Senegal, quienes triunfaron en su cuarto intento. La diferencia es que Keiko, en sus tres campañas, siempre quedó segunda.
Fuerza Popular es una organización dinástica. Los Fujimori, Alberto y Keiko, han logrado una atracción electoral que ningún otro candidato fujimorista ha podido replicar en comicios de ningún tipo. No existe capacidad de endose a un postulante que no lleve el apellido Fujimori. Esa puede ser una de las razones por las que Keiko se arriesga a un cuarto intento.
El ancla de Keiko Fujimori sigue siendo la figura del padre y, en particular, el recuerdo del gobierno de Alberto Fujimori. Su capital político proviene de esa asociación, aunque ella ha construido un partido, algo que su padre nunca hizo ni quiso depender de uno. El fujimorismo ha sido la fuerza política más influyente del siglo XXI, con representación en los seis congresos elegidos. Gracias a ello, desde 2017 hasta el fin del actual periodo (2026), Fuerza Popular habrá recibido más de 24 millones de soles del financiamiento público, además de aportes privados. Con ello ha levantado una maquinaria partidaria superior al resto. Keiko posee identidad histórica y familiar, una marca reconocible, amplios recursos y la mayor experiencia electoral.
Pero la candidata de Fuerza Popular carga también los aspectos negativos del padre, aún presentes en la memoria de varias generaciones, y un peso propio: su imagen de perdedora recurrente, la dificultad para reconocer derrotas y la responsabilidad sobre la inestabilidad política de la última década. Su desgaste es evidente: en primera vuelta obtuvo 23% en 2011, 40% en 2016 y solo 13% en 2021. Pese a su maquinaria, en 2022 no ganó ningún gobierno regional ni alcaldía provincial. A ello se suma su rol como sostén del desprestigiado gobierno de Dina Boluarte y su condición de principal partido de un Congreso tan rechazado como poderoso.
En un escenario de alto fraccionamiento, con decenas de organizaciones en competencia, Keiko podría alcanzar otra vez la segunda vuelta. Pero su vulnerabilidad es alta, si bien sigue siendo el partido más cohesionado, con miras a dominar el futuro Congreso, sobre todo el Senado, donde residirá el poder político. No por gusto en sus listas figuran casi todos los congresistas actuales y otros que retornan. Puede, por lo tanto, volver a perder, pero seguir ganando. Solo el electorado puede cambiar ese escenario (Perú21, lunes 3 de noviembre 2025).


