Hay muchas razones para sostener que un Parlamento bicameral sería mejor que el que tenemos. Sin embargo, el propio Congreso parece empeñado en demostrar lo contrario. El próximo Parlamento no solo concentrará poder, sino que tendrá nuevas funciones, más recursos y todos los incentivos que atraen a los casi diez mil candidatos que pugnarán por un escaño.
El diseño aprobado en este periodo está muy lejos del tan invocado —y tan poco respetado— equilibrio de poderes. El Congreso cuenta con todas las facultades para limitar, obstaculizar e incluso deshacerse de un presidente y su gobierno. En sentido inverso, no sucede igual. La disolución parlamentaria solo opera respecto a la Cámara de Diputados, y no al Senado, además de estar sujeta a requisitos que resultan fáciles de eludir. Y durante el último año de gestión, como el actual, el Congreso puede interpelar y censurar ministros o gabinetes cuantas veces quiera, mientras que el Ejecutivo únicamente debe acatar.
A ello se suma otra distorsión: el propio Congreso, altamente descalificado por la opinión pública, ha desequilibrado las atribuciones de las cámaras. El Senado se erige ahora como un órgano poderoso. Para acceder a él se exige tener 45 años, lo que excluye a la mayoría de ciudadanos, pues es un requisito mayor al que se pide para ser presidente (35). Sin embargo, en un hecho insólito, se benefició a los actuales congresistas, que sí podrán postular a la Cámara Alta aunque no cumplan con la edad mínima. En consecuencia, un tercio del Parlamento —36 legisladores— podrá tentar el Senado sin haber llegado a los 45 años.
Ese Senado, compuesto por 60 miembros como hasta 1992, tendrá además de sus atribuciones históricas —elegir a las más altas autoridades del Estado, como los magistrados del Tribunal Constitucional, el defensor del pueblo, el contralor general y los directores del BCR—, la facultad de aprobar, modificar o rechazar lo aprobado por la Cámara de Diputados. En pocas palabras, no será solo una cámara revisora, sino la decisiva en el destino de las leyes. He ahí la razón de tanta apetencia por formar parte de ella.
Una democracia cuyos representantes la han debilitado y desprestigiado hasta el extremo, difícilmente puede producir un diseño institucional que canalice de manera adecuada las demandas de la ciudadanía. Lo que vemos es lo contrario: un sistema armado para beneficios inmediatos de quienes legislan y de quienes financian sus propósitos. Si el senador romano fue considerado un hombre de sabiduría y prudencia, los futuros senadores peruanos parecen estar listos para desmentirlo (Perú21, lunes 15 de setiembre del 2025).


