“La noche del jueves 31 de enero de 1963, un barco encalló frente a la playa La Herradura, en Chorrillos. Era el ‘Caplina’, pero no era cualquier buque. Traía en sus entrañas una cantidad considerable de petróleo. Se trataba de un barco petrolero peruano y quedó estático exactamente a 120 metros de distancia de la playa chorrillana. El accidente no causó víctimas mortales y, según las autoridades, se debió “a la cerrada neblina que ayer reinó en las costas de nuestro litoral”.
El ‘Caplina’ se ladeó y se hundió hasta la popa, y pese a ello su capitán, José Herrera Navarro, de 56 años, y la tripulación de 17 miembros no quisieron abandonarlo. Ellos permanecieron hasta el día siguiente en dos botes, casi pegados a la embarcación petrolera.
Lo de la neblina como causante del accidente no era un invento o exageración de la tripulación o de la policía. La noticia del día, ese 31 de enero, fue justamente la “niebla que perjudicó a bañistas y hasta a los aviones” (El Comercio, 1/2/1963). Fueron doce horas de niebla inusual durante ese jueves 31; los bañistas se retiraron temprano, y en el Aeropuerto Internacional Lima-Callao (aún no se llamaba Jorge Chávez) los vuelos de partida y llegada se retrasaron unas horas más.
Según los datos de la policía, debido a la neblina casi no había bañistas en La Herradura a las cinco de la tarde, hora en que encalló el barco. Los pocos que estaban en la playa chorrillana, la mayoría solitarios que pasaban el tiempo allí, fueron testigos del hecho y quedaron estupefactos ante el accidente marítimo”.
“El barco petrolero peruano se dirigía del Callao al sur del país, en una ruta que solía hacer regularmente. El ‘Caplina’ estaba asegurado, aunque se desconocía por cuánto dinero. La policía, esas primeras horas, optó por vigilar la zona del accidente. Al día siguiente, el viernes 1 de febrero, la tripulación de la nave trató de reflotarla, pero sin resultados.
El capitán de la nave, José Herrera declaró ese mismo viernes a El Comercio. Fue muy preciso con sus datos, como lo fue con la policía. Su barco había partido el miércoles 30 de enero, a las 8 y 30 de la mañana, del Callao con rumbo al puerto de San Juan, en Nazca, Ica. Añadió que cuando partieron todo estaba en regla. No tuvieron ningún problema. Ya había una niebla cerrada, pero eso no los amilanó.
“Seguimos rumbo hasta llegar a la cuadra de San Lorenzo, donde a cinco millas de distancia se trazó rumbo directo a la isla de San Gallán, en Pisco. A las 1 y 45 de la tarde, o sea, a las cinco horas y cuarto de navegación, súbitamente paró la máquina, cuando se encontraba el buque a la altura de Conchán”, contó el capitán Herrera.
El barco estaba equipado adecuadamente: tenía radar, girocompás, radio y otros instrumentos de navegación. Pero, ¿cuál fue la causa de la falla? Herrera dijo que su primer ingeniero, Alfonso Alfaro, le reportó que había habido un “desperfecto en la bomba de aceite” y que debía repararse inmediatamente.
Se dedicaron a reparar esa bomba hasta las 6 de la mañana del 31 de enero, cuando le comunicaron a Herrera que la máquina funcionaba solo por 10 minutos y que luego se apagaba. Se llegó a la conclusión de que el motor solo podía ser reparado en un muelle, no en alta mar. Navarro llamó por radiotelefonía para avisar a los armadores que no podían continuar el viaje a Pisco, y que regresarían con rumbo a Chorrillos. Les dijo que avanzarían hasta donde les diera la máquina. El ‘Caplina’ seguía a ratos y a ratos se detenía. En tanto, la neblina ya impedía cualquier intento de ver algo.
Al llegar a la altura de La Herradura, la máquina se detuvo. Eran, como dijimos, las 5 de la tarde, aproximadamente. El viento fuerte del norte y la marejada sacudieron un par de veces el barco hacia estribor. Entonces, el capitán Herrera ordenó “echar el ancla” hasta que el motor arrancara de nuevo. Ya no podía hacerse nada más.
“Tan pronto se levantó el ancla, el buque dio vuelta con la popa hacia tierra y se sintió un fuerte golpe en el cuarto de máquinas, que está a popa”, narró Herrera. El ‘Caplina’ estaba haciendo agua con súbita rapidez. Se había roto un tapón en la bomba de aceite de la máquina. Eso paralizó el motor definitivamente.
Bajaron los botes salvavidas para la tripulación, pero entonces el capitán se negó a abandonar su barco. A las 8 de la noche, de ese jueves 31 de enero, contó Herrera, el Capitán del Puerto de Chorrillos, Luis Giustiniani, mandó una lancha para traer a todos los ocupantes, pero ninguno quiso dejar a su jefe que seguía intentando salvar la nave petrolera.
Para las 11 de la mañana del viernes 1 de febrero, Herrera desistió de salvar el barco y compareció ante el comisario de Chorrillos para dar las explicaciones que luego contaría a El Comercio. El capitán Herrera señaló que el barco era propiedad de la Compañía Interamericana de Navegación S.A., con sede en Lima. Sus oficinas quedaban entonces en el edificio Cosmana, en la esquina de 28 de Julio y Petit Thouars.
Herrera conocía muy bien ese barco, pues había sido su capitán desde 1960. Tres años navegó con él y sabía que tenía una capacidad para transportar entre 1.280 y 1.300 toneladas de petróleo. El armador de la nave añadió a la policía y a la prensa que, tres días antes de zarpar, el ‘Caplina’ había pasado por una revisión en el dique del Arsenal Naval y la bomba había sido reparada en un taller del Callao. Pero, lo más importante era que había pasado varias pruebas de calibrado en el Arsenal y allí permaneció por nueve horas siendo revisado al milímetro, supuestamente”.
“El sábado 2 de febrero de 1963, a 48 horas del desastre en La Herradura, un verdadero peligro empezó a preocupar a las autoridades y a la propia gente que veía cómo ese barco petrolero se hundía centímetro a centímetro cada hora que pasaba.
El barco tenía petróleo, y el fuerte oleaje de esas horas terminó por afectar las tuberías del crudo. Entonces, ocurrió lo peor: el combustible cayó al mar e hizo una extensa mancha negra. El peligro de incendio invadió la mente de los chorrillanos que miraban incrédulos lo que el ‘Caplina’ provocaba en sus aguas”.
“Autoridades como el doctor Carlos Quiroz Salinas, director de Salud Pública, del entonces Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social, aseguraron que “especialistas sanitarios” habían comprobado in situ que no había peligro para los bañistas. En consecuencia, en base a esa observación, la Guardia Civil apostada en la playa no tomó ninguna medida de restricción al público para su ingreso al mar. El barco encallado se convirtió en todo un atractivo del lugar.
Si bien había veraneantes, pocos se aventuraban a meterse al mar. Y es que era evidente que la zona estaba afectada por un derrame de petróleo, el cual la empresa y la gente del propio ‘Caplina’ trataron de minimizar. Ellos mantuvieron el argumento de que todo el cargamento de petróleo estaba asegurado, algo que la prensa no podía confirmar hasta ese momento.
Curiosamente, en la Capitanía del Callao no se había recibido aún –tres días después del accidente– ninguna denuncia oficial de los propietarios del barco, y tampoco el informe del capitán, como estaba estipulado para estos casos”.
“Siendo así las cosas, el desmantelamiento parcial del buque era lo que se veía venir, y luego reflotar lo que quedara de este. Con la ayuda de hombres-rana del SIMA y técnicos de la empresa, esa misma tarde se decidió extraer el motor y algunas piezas esenciales. El ‘Caplina’ colapsaba frente al “Salto del Fraile”. Párrafos tomados de El Comercio, 13 de febrero del 2022.
El Instituto Chorrillano de Medios de Comunicación y Archivo (ICHMA) recuerda “Al día siguiente, el 1° de febrero, se supo por los diarios que “El Caplina” fue construido en 1943 en los astilleros norteamericanos de Bethelhem Steel Company y tomó parte activa durante la II Guerra Mundial, como abastecedor de combustible a las grandes naves aliadas. En esa época se le denominaba “PY-2”.
Según una nota del diario “La Crónica”, después de la guerra, el buque fue adquirido en los Estados Unidos por la Compañía Interamericana de Negocios y Navegación, la que lo trajo al Callao con el nombre de “Urania” y así estuvo operando en la costa peruana hasta que lo traspasaron a Transportes Unidos de Petróleo S.A. (TUPSA), donde cambia de nombre. Altos oficiales de la Marina dijeron que junto con el “Urania” llegaron al Perú otros barcos menores que habían participado en la guerra, los que fueron adquiridos por empresas particulares, a mediados del siglo XX.
Fue el final del buque petrolero, aunque no se llevaron todos los restos de la nave y para los veraneantes chorrillanos quedó un lugar más de aventura. Muchos nadaban hasta lo poco que quedaba del buque, se subían a fierros y maderos, para de allí lanzarse en mil piruetas a las aguas del mar. Luego, otros comenzaron a llevarse esos fierros y madera y, al pasar los años, desapareció por completo.
Este suceso no ha vuelto a repetirse en las costas de Lima. Muchos somos la generación chorrillana del “Caplina” y lo seguiremos siendo mientras tengamos memoria y el mar siga guardando tan arraigados recuerdos”. Tomado de ICHMA.