Uno de los aspectos preocupantes de la crisis política es la poca estabilidad en los puestos, tanto gubernamentales como legislativos. En el caso del Ejecutivo esta alcanza niveles extremos. Nunca un gobierno tuvo tantos gabinetes como ministros. Han pasado cuatro gabinetes, siendo el actual, encabezado por Aníbal Torres, el que más está durando –pese a su renuncia no aceptada–, con siete meses, quien había reemplazado a Héctor Valer, que apenas duró en el cargo cerca de una semana. Pero entre los cuatro tampoco ha habido un proceso de continuidad, no tanto porque tengan distinto norte, sino porque carecen de uno. El presidente Pedro Castillo es incapaz de ofrecerlo. Su preocupación cotidiana es sobrevivir. No gobierna. El Gobierno está al servicio de su defensa y ataque.
De tal manera que, entre incompetencias, malos nombramientos políticos, cuando no visos de corrupción, la rotación en los ministerios ha sido enorme. En 13 meses se ha nombrado a 68 ministros en los 18 ministerios. Salvo Roberto Sánchez, Dina Boluarte y Geiner Alvarado, que se mantienen en el Gabinete, el resto de los ministros han tenido tiempos cortos en sus respectivas carteras, siendo los más afectados la del Interior, con siete titulares, Agricultura, con cinco, y la gran mayoría, con cuatro. En promedio, un ministro permanece un trimestre en un despacho. El tema es que cambian también a los viceministros, los secretarios generales, los altos funcionarios y, si el tiempo les alcanza, se encargan de ocupar cargos medios. ¿Quiénes? Las redes y subredes vinculadas a Pedro Castillo y, cada vez menos, a Perú Libre, que no han sido precisamente funcionarios de calidad y sin prontuarios. No es posible proponer y menos poner en práctica políticas públicas. Y sin estas no se gobierna.
En la acera de enfrente, la cosa no es muy distinta. Ya la práctica, antigua pero no menos nociva, de la rotación anual de la Mesa Directiva es un problema. Una por año impide una gestión y agendas legislativas miradas para un período completo del mandato. De la misma manera ocurre con las comisiones ordinarias, lo que impide la especialización del congresista y su despacho.
Esto empeora en relación a la composición en el Congreso. Al inicio del mandato, diez partidos lograron obtener escaños y nueve, una bancada o grupo parlamentario. Pero desde julio del 2021 se han creado cuatro más y cinco parlamentarios no tienen bancada. Esto es producto de disidencias, renuncias y expulsiones que han ocasionado que 33 congresistas, casi la cuarta parte del Parlamento, hayan cambiado su bancada original. Algunos en más de una ocasión. Los más afectados han sido Perú Libre (que perdió 21 congresistas), APP (6), Renovación Popular (4) y Acción Popular (2). El transfuguismo, que era un fenómeno que se intentó sancionar, ha dejado de ser una excepción para convertirse en una práctica frecuente. De esta manera, rotaciones en los cargos, acompañados de rotaciones en las bancadas, pocas cosas buenas pueden producir. Es más difícil ponerse de acuerdo –desde la vacancia hasta una agenda parlamentaria–, con mayor razón, si en dichas bancadas un importante porcentaje de congresistas tiene adhesiones débiles con los partidos con los que candidatearon.
Esto no es nuevo, pero ha recrudecido. Con partidos débiles e informales, con falta de cohesión y ahora sin experiencia por la falta de reelección, tenemos políticos en el Ejecutivo y en el Parlamento que transitan por cargos y organizaciones en donde poco se puede esperar para que los poderes del Estado adquieran un mínimo de funcionalidad y, mucho menos, que piensen en el bien común. Más bien, lo común es que piensen en ellos mismos (El Comercio, martes 6 de setiembre del 2022).