En el Perú, no solo el COVID-19 deja secuelas terribles, sino también la (mala) política. Lo sucedido con la presentación del Gabinete Cateriano, al negarle el voto de confianza –una suerte de voto de investidura–, no tiene precedentes en nuestra historia. Se han censurado gabinetes, pero por su desempeño, por el ejercicio de su función. Nunca por su conformación o plan presentado. Y esta no es precisamente una representación parlamentaria que destaque por su capacidad de desmenuzar, analizar y proyectar planes gubernamentales. Las razones de esta crisis política, que se suma a la catastrófica económica y sanitaria, creando una onda expansiva con efectos no calculados, son varias, pero el resultado es, a todas luces, negativo.
Los desacuerdos con la propuesta de Pedro Cateriano han sido varios, pero como ha ocurrido siempre, desde que se estableció este mecanismo de un mal andamiaje institucional, se otorgaba el voto de confianza. El Gabinete tenía problemas de inicio con algunos nombramientos cuestionados, como el ministro de Trabajo, pero al revisar los registros anteriores, también estos cuestionamientos existieron en otras ocasiones y hubo, sin embargo, un voto favorable. Es decir, ninguno de los argumentos impidieron antes el voto de investidura, como con este Gabinete que recién tenía 20 días de conformado.
No está demás decir que este es un gobierno débil. Lo fue desde un inicio por carecer de partido y bancada parlamentaria, pero no dista, en ese sentido, del de PPK, que tuvo una pequeña presencia en el Congreso que terminó desmembrada. Un presidente con una oposición mayoritaria nunca puede gobernar. En ninguna parte. No lo hizo PPK y no lo podía hacer Vizcarra. El enfrentamiento con el Congreso era inevitable, más allá de los buenos deseos. Entre otras cosas, porque el poder se usa. Y el poder en el Parlamento son votos y escaños. La cosa se complica porque ese poder está en manos de una representación política fraccionada, por la baja calidad de sus miembros y porque peligrosamente se extiende en la representación de intereses mafiosos.
En esas circunstancias, el presidente Vizcarra ha carecido de la pericia para crear coaliciones sociales y políticas, sobre todo teniendo a la opinión pública a su favor. Por eso pasaron por su Gobierno cientos de personas, que no consolidaron un núcleo político que contrapesara el poder en el Parlamento. Escoger a Pedro Cateriano no parecía un error, pues, en circunstancias parecidas, supo sortear tiempos difíciles en el último año del Gobierno de Humala. Cierto es que cualquier gabinete tiene escasos márgenes de maniobra en medio de la pandemia, con alarmantes cifras de contagios y fallecidos, y una crisis económica pavorosa. Cateriano se confió y enfrentó a un Congreso envalentonado, pues en el último año no se le puede disolver. No supo separar bancadas y congresistas irreductibles de los que no lo son y fue al choque total.
Sin embargo, con independencia de lo que presentara Cateriano, la mafia iba sobre la cabeza del ministro de Educación Martín Benavides, en cuyo paso por la Sunedu se le negó la licenciatura a una cuarentena de universidades, cuna de formación o de relaciones de muchos parlamentarios. Es por eso que, más allá de la defensa de la reforma universitaria, se tenía que hilar fino para ganar algunos parlamentarios y frenar a otros. No lo logró e ingresamos a un túnel oscuro con inestabilidad política, parálisis en el Ejecutivo e incertidumbre en todo el aparato del Estado, con el agravante de que nos aproximamos a una elección en la que se reproducirá, nuevamente, una campaña que dibuja un ‘mercado persa’, donde se ofrece el oro y el moro cuando no baratijas. El populismo en época de pandemia crece por los desastres que deja y el temor que produce.
El presidente Vizcarra debe nombrar –tarea complicada después de estos acontecimientos– un nuevo Gabinete, negociando y protegiendo reformas, aun cuando este último año no tiene armas para balancear el poder de un Parlamento sin control. Solo le queda la opinión pública pero, por la pandemia, no es movilizable. En medio de esta dura hora de nuestra historia, la buena política, la responsable, se debe imponer a la mezquindad e insania de una buena parte de nuestros políticos (El Comercio, jueves, 6 de agosto del 2020).