La desaparición de Alan García, como es de esperarse, no solo deja dolor y desolación en su partido, sino una gran interrogante sobre su futuro. Alan García ha cubierto casi cuatro décadas de vida partidaria logrando lo que ni Haya de la Torre pudo alcanzar: llegar al poder en dos oportunidades, así como compartiendo con él el altar de las figuras sagradas del partido de Alfonso Ugarte. Su idea fija de tener una misión trascendental en su vida y su obsesión por pasar a la historia calzaba adecuadamente en un partido añejo lleno de momentos épicos, una alta cuota de mesianismo y sacrificio, que llenó páginas de personajes ilustres como ningún partido político en el Perú.
Esa combinación de una rica tradición histórica con liderazgos carismáticos, entroncados con una organización altamente disciplinada, permitió también cambios bruscos de orientación que lo llevaron a perder una clara identidad aprista, y coaliciones políticas que hacían realmente lejanos los libros aurorales, esto junto con una militancia envuelta en una dinámica tan alejada de la razón y tan cercana a la religiosidad. En eso se encuadra el “Solo Dios salvará mi alma, solo el Apra salvará al Perú” de Haya de la Torre, hasta el “Que Dios, al que voy con dignidad, proteja a los de buen corazón y a los más humildes” de Alan García en su última carta. En esa vida llena de simbolismo y mesianismo, se entiende la fascinación que han causado las palabras y la firma de inscripción partidaria por parte de Federico Danton al pie del ataúd de su padre.
Pero hasta el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Más allá del necesario duelo, en el que el partido estará unido por el dolor y la hermandad, el vacío de un liderazgo fuerte en un partido acostumbrado a vivir atado a él será más visible y lleno de incertidumbre.
Este vacío es solo comparable con el que dejó con su muerte el fundador del partido, Víctor Raúl Haya de la Torre, hace cuatro décadas, en 1979. Alan García logró superarlo exitosamente con su triunfo en 1985. Desde aquella elección hasta la última del 2016, el Apra ha atado su suerte a Alan García, que llevó al partido a los grandes triunfos electorales y a las cifras ínfimas. Del futuro diferente, como versa el título de uno de sus libros, a la escapatoria del presente.
El partido que heredan los apristas está muy debilitado organizativamente y con un grupo parlamentario pequeño, que consumía esforzadamente su tiempo en la defensa de Alan García de los procesos que se le imputaban. La unidad en el dolor y la canalización de la furia contra sus adversarios servirá por algún tiempo. Es posible que, a nivel parlamentario, se encamine a una confrontación contra el gobierno, pero eso tendrá su límite sino se prepara ordenadamente una salida institucional.
El próximo congreso partidario, anunciado para octubre, es ahora una fecha y un evento para enfrentar dicho reto. Pero es difícil pensar que las tendencias, frenadas en sus impulsos por el mismo García, dejen de manifestarse, saldando cuentas pasadas. Pero incluso si esto no ocurriera, de cara al 2021, no parece claro que alguna figura partidaria conocida logre unificar un liderazgo interno y una candidatura altamente competitiva. La presencia de una figura nueva y carismática, como ha sido la costumbre aprista, no se percibe oteando el horizonte. Pero Alan García fue distinto a Haya de la Torre; de la misma manera quien lo suceda deberá hacer lo propio, pues los tiempos modernos así lo exigen. Reinventar a un líder y resucitar una agrupación política no es poca cosa si quiere seguir viviendo (El Comercio, lunes, 22 de abril del 2019).