Se lo han aconsejado y es claro que, contra su costumbre, desde hace algunos días el presidente Pedro Pablo Kuczynski está haciendo política, como no ocurría antes. Lo requiere, pues pende sobre su cabeza la espada de Damocles por sus vínculos con Odebrecht y por el indulto a Alberto Fujimori.
Para eso PPK ha trazado una estrategia que tiene como propósito evitar dejar el poder. Por eso, al lado de estar más activo, desplazándose por distintos puntos del país para visitar zonas deprimidas, inaugura obras y toma la iniciativa en política externa (Caso Venezuela). Sabe, sin embargo, que no tiene muchos aliados en quién confiar. Para empezar, si bien Mercedes Aráoz ha manifestado su lealtad con el presidente, a Martín Vizcarra parece no incomodarle la idea de suceder a PPK, en el hipotético caso de que este deba dejar la presidencia. Contaría con la simpatía de varios congresistas, y Fuerza Popular ya ha manifestado su complacencia.
Si bien el presidente requiere consolidar su frente interno, es en las otras bancadas que busca, sino los votos, por lo menos neutralizarlos. Por eso ha jugado a la antigua propaganda de azuzar el fantasma del comunismo, que tiene la fácil ventaja de asociar los eslabones entre la izquierda con las protestas violentas y con Nicolás Maduro y su régimen autoritario y corrupto. Así, aislar esos 20 votos que, si bien no lo vacarían por sí solos, sin ellos tampoco lo podría hacer el keikismo. El Apra ya manifestó su negativa a la vacancia, y APP como AP son la duda permanente.
PPK requiere, por cierto, el apoyo de los disidentes encabezados por Kenji Fujimori, como en diciembre. Pero ahora la tarea es corroer más a la bancada de Fuerza Popular, lo que parece estar logrando. Si renuncian más congresistas, sería un duro golpe para el keikismo, que con la expulsión del menor de los Fujimori creyó que había resuelto su problema interno. Eso colocaría, además, a Kenji en mejores condiciones de negociar con el gobierno la defensa cerrada del indulto a Alberto Fujimori.
En el caso de Fuerza Popular, pasar de 73 a 60 congresistas, pudiendo descender aún más, no solo deja de lado la estela de organización cohesionada, sino que aviva las exigencias internas por demandas puntuales de sus congresistas, sobre todo de provincias, que ven a los disidentes acompañando al presidente en diversos eventos. La dirección se debilita delante de las bases, y en medio está una lideresa, Keiko Fujimori, con un perfil público bajo, pero que no deja de mantener la primera intención de voto. Por ahora.
En pocas palabras, el presidente aún puede salir airoso de la amenaza de la vacancia, dada también la debilidad de la oposición. Pero eso no lo ancla con firmeza en un piso de estabilidad, que puede estallar tanto por las declaraciones de Barata como por el descontento social que puede crecer en cualquier parte, al que suelen auparse los partidos, sobre todo ahora que se corre la carrera de las elecciones regionales y municipales del 7 de octubre. Estrategia sí, pero solo de sobrevivencia (El Comercio, jueves 22 de febrero del 2018).