No es nuevo Gabinete, porque no se cambia a la Presidencia del Consejo de Ministros. En el extremo, se pudo cambiar a todos los miembros del Gabinete y no ser considerado uno nuevo, que solo en ese caso debería solicitar el voto de confianza al Congreso de la República. Esto por sí solo indica el grado de importancia que tiene el cargo que sigue ostentando Mercedes Aráoz, pese a que no está jerárquicamente por encima de los ministros.
Si esto es así, el primer mensaje de este Gabinete es mantener su estructura básica. Personas cercanas al presidente, tecnocrático y menos político. Contra lo que se pensaba respecto a la mayor amplitud del Gabinete, los círculos se han cerrado aun más alrededor del presidente. De los ocho nuevos ministros, cinco de ellos han tenido algún cargo en el Ejecutivo (Arista, Schol, Grossheim, Salinas y Neyra), uno es cercano a Mercedes Aráoz (Barreda), otro a PPK (Kisic) y uno es congresista miembro del partido de gobierno (Meléndez). Y, de los que han quedado, Cayetana Aljovín rota a un tercer ministerio, en año y medio.
Un segundo mensaje (indirecto) es la muestra de debilidad y limitaciones del presidente, que se manifiesta en las dos semanas que se ha tomado para reestructurar el Gabinete, en el que la lista de los que se excusaron de participar crecía. PPK sufre así parte del efecto del indulto y el deterioro de su imagen por el desempeño de su cargo. Si bien la mayoría de los ministros son destacados profesionales, con experiencia en gestión pública y pueden tener buen desempeño en sus respectivos sectores, el problema es que el gobierno no se puede sostener por sí solo. Y es que la debilidad y la baja legitimidad del presidente producen una carga alta para todo su gobierno. No solo no ha podido llegar a ciertos acuerdos mínimos con la oposición más tenaz como Fuerza Popular (donde Keiko está inclinando la balanza a su favor) y el Apra, sino que Nuevo Perú y Frente Amplio están buscando volver a exigir la renuncia cuando no la vacancia presidencial, a lo que ahora no se opondrían Acción Popular y Alianza para el Progreso.
De esta manera, es difícil pensar que este Gabinete sirva de apoyo al gobierno y, sobre todo, compense la deteriorada figura presidencial. Su margen de maniobra es escaso y su tiempo de duración en un horizonte de tres años y medio parece ser más corto que lo requerido. En consecuencia, aquella idea que circulaba de un presidente jefe de Estado y un primer ministro jefe de Gobierno no solo dista del diseño institucional, sino que es más una quimera que una realidad alcanzable. Lo de ‘reconciliación’ fue así un innecesario término que provocó un resbalón presidencial por ofrecer aquello que no puede cumplir. La segunda fase del Gabinete Aráoz tiene menos espacio y menos oxígeno y más escepticismo que los anteriores gabinetes. Solo queda desearle suerte, pues de ella depende también la nuestra (El Comercio, jueves 11 de enero del 2018).