El presidente Pedro Pablo Kuczynski ha terminado como un enfermo postrado en una cama con un balón de oxígeno, porque no puede respirar solo. El balón tiene la marca Fujimori; es decir, es un fujidependiente. Los tres años y medio que faltan para el fin de mandato de PPK estarán marcados por esta relación. El indulto a Alberto Fujimori ha traído muchos efectos, pero todo escenario que se configure estará marcado por lo que harán los Fujimori.
El primer efecto del indulto ha sido, para el gobierno, la pérdida de los ya pocos aliados que le quedaban dentro y fuera del gobierno, lo cual se manifiesta en renuncias de ministros, funcionarios, congresistas y líderes partidarios. PPK, ya débil antes del proceso de vacancia, se ha quedado solo y difícilmente podrá construir un punto de apoyo político suficiente como para enfrentar el escenario adverso, sin aliados y con una oposición mayoritaria herida por haber perdido la vacancia. Otro sector de la oposición considera que el indulto es una traición. En esas circunstancias, PPK ha sido incapaz de defender el indulto humanitario y se ha hundido entre su ausencia y falta de capacidad persuasiva. La gente en la calle lo combate, pero (por ahora) difícilmente revertirá la situación. Al frente solo existe el fujimorismo.
Y en ese lado de la acera, el fujimorismo se juega la batalla en el interior de la dinastía. Keiko se ha encargado de labrar una oposición tenaz a PPK. Perdió con la vacancia y con el indulto al padre, y ahora tendrá que negociar un poder antes absolutamente controlado. En cambio, su hermano Kenji encabeza una corriente antes escondida, luego apareció votando contra la vacancia y hoy está envalentonado contra los hasta ahora voceros principales de Fuerza Popular. Si Keiko quiso en un momento ‘desalbertizar’ el partido, hoy eso ya no es posible.
La salida de Alberto Fujimori obliga a un reordenamiento de las cuotas de poder en el fujimorismo y, particularmente, en Fuerza Popular. El resultado de ese cónclave familiar puede llegar a una reconciliación: con una candidatura de Keiko, con una cuota de poder para Kenji y su posición como siguiente candidato presidencial, pero también una limpieza del ‘keikismo’ (que ya empezó con Figari y Vega) y el reingreso del ‘albertismo’. No será fácil, pues en las filas de Keiko sus mayores cuadros han renegado de Alberto Fujimori. Pero algunos podrán pasar bajo las horcas caudinas para sobrevivir. Si esto no resulta, el escenario de la ruptura se acerca, con un partido nuevo con Kenji a la cabeza, apoyado por Alberto Fujimori, peleándose por el electorado fujimorista. Pero en este caso ambas corrientes pierden, sobre todo Keiko.
En el primer escenario, parte de la negociación incluye la relación con el gobierno. Aquí Alberto-Kenji están más cerca de PPK que Keiko. A ella, sin embargo, no le conviene estar asociada al gobierno al que desea reemplazar y cuyos congresistas están más adiestrados al cuchillo que al guante. En el escenario de la ruptura, las relaciones serían parecidas pero más intensas. En cualquier caso, si PPK salvó a Alberto, ahora Alberto puede salvar a PPK. Este es ahora fujidependiente y así vivirá sus próximos años de mandato (El Comercio, jueves 28 de diciembre 2017).
Lamentable como termino el presidente que podía cambiar la historia del Perú desde las bases de la derecha. Ahora es un presidiario de la familia Fujimori. Pero se lo merece por no saber asumir que Keiko desde el primer dia que perdió las elecciones quiso sacarlo del poder.