Emmanuel Macron ha sido elegido presidente de Francia, derrotando ampliamente a Marine Le Pen, en segunda vuelta. Pero ¿qué importancia puede tener Francia, más allá de un interés general? Interesa porque de allí importamos la forma de elegir al presidente de la República y se pueden extraer enseñanzas importantes en la reforma política.
Lo que busca el diseño francés es acotar el número de partidos significativos en la Asamblea Nacional, para sostener la gobernabilidad y fortalecer la figura del presidente de la República. Este tiene dos componentes claves. Uno es el balotaje o segunda vuelta tanto para la Presidencia de la República como para el Parlamento y, que estas votaciones sean consecutivas, siendo las elecciones presidenciales previas a las parlamentarias, tal como se realizaron en mayo último, mediando tan solo dos semanas entre las dos vueltas electorales.
Seguidamente, se realiza la elección parlamentaria, conociéndose ya quién ocupa la presidencia, lo que obra en la decisión del votante. Es por eso que Macron, Le Pen y los otros candidatos harán campaña por sus listas parlamentarias, lo que desarrollará una dinámica de concentración de las preferencias, en los grandes partidos.
De esta manera, el 11 de junio los franceses elegirán a sus 577 asambleístas, a través del balotaje, en circunscripciones uninominales. Si nadie logra la mayoría absoluta en alguna circunscripción, los candidatos que superen el 12,5% pasan a competir, una semana después, el 18 de junio, en una segunda vuelta. Es así que el presidente francés tiene la posibilidad de obtener una mayoría en la Asamblea Nacional, sea propia o en coalición. Cierto es que, con el declive de la centroderecha, Los Republicanos, y de la centroizquierda, Partido Socialista, todo puede pasar, lo que no deja de ser un diseño coherente.
En nuestro país, se importó el balotaje en la Constitución de 1979, pero no se entendió la singularidad del sistema francés antes explicado, aplicándose solo en la elección presidencial y no en la parlamentaria. Así, el modelo se redujo en intentar dotar a la presidencia de un respaldo mayoritario, pero sin frenar el fraccionamiento. Si fue mal entendido y mal aplicado, los resultados han sido negativos.
Hoy el elector peruano se enfrenta a elecciones simultáneas, superponiéndose dos campañas que tienen propósitos distintos. Peor aun, cuando las parlamentarias tienen voto preferencial, el elector tiene al frente cientos de campañas. Ante este mercado persa, en el que se ofrece de todo, el elector vota a ciegas, al desconocer el resultado de la elección presidencial, produciendo una dispersión de votos y atizando el fraccionamiento parlamentario.
La reforma política debe atender este desaguisado. Hace algunos años que propongo que, si se realiza la elección parlamentaria en la fecha de la segunda vuelta presidencial, el elector tendrá mayor información al conocer el resultado de la primera y podrá ejercitar un voto estratégico, incluso en el escenario que algún candidato gane en primera vuelta. Esta dinámica producirá una tendencia a concentrar los votos en las opciones que han logrado las mayores votaciones, alejándonos de la dispersión y el fraccionalismo. Este diseño por cierto exige la eliminación del voto preferencial, sobre todo en un país como el nuestro, con un sistema de partidos débil y fraccionado. Esta modificación no elimina de manera inmediata todos los aspectos nocivos de nuestro diseño, pero desincentiva el fraccionamiento y elimina el voto ciego. Una reforma constitucional se impone, para no quedarnos solamente con una mala importación francesa (El Comercio, jueves 11 de mayo del 2017).