Nuevamente el tema de la excarcelación de Alberto Fujimori cubre la agenda pública. Sin embargo, a diferencia de Alan García y Ollanta Humala, PPK no ha sido presionado directamente por la familia y el fujimorismo para indultarlo. La iniciativa ha salido del propio presidente, que intenta encaminar su gobierno, sin sobresaltos en los siguientes largos años que le esperan de su mandato. Medida riesgosa, pero asumida por PPK, quien no ha dejado de promover una salida en aras de la “reconciliación” y alentado un debate público sobre el tema Fujimori.
El problema tiene dos aristas claramente delimitadas y con efectos no necesariamente controlados. La primera, qué vía se tomará para excarcelar al ex presidente. El tan mentado indulto es inviable, pues Alberto Fujimori no se puede beneficiar de esta gracia presidencial, en vista de haber sido condenado por graves violaciones de los derechos humanos. Ningún presidente se ha jugado hasta ahora por esta vía. La única posibilidad sería si Fujimori sufriera una enfermedad terminal o su encarcelamiento provocara un severo daño a su estado de salud.
La otra salida, aprobar una ley que permita proseguir su condena bajo arresto domiciliario, dada su avanzada edad, tiene el inconveniente de que, por esa puerta, podrían salir también desde Abimael Guzmán hasta el ex grupo Colina y Vladimiro Montesinos. Excluir algunas causales puede terminar por ocasionar una demanda ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Si los caminos legales no son claros, PPK no firmará la ley. Si lo hace, el costo político podría ser mayor que la ganancia. Pero, sobre todo, lo que debe quedar claro es que Fujimori purga condena por delitos, no por la valoración de su década de gobierno. Este no puede sustituir a aquel.
El otro punto es el impacto que este tema produce en el interior del fujimorismo. Keiko Fujimori realizó, en campaña, varios actos que tenían el propósito de distanciarse de su padre, para tener la posibilidad de ganar la elección, intentando disminuir el núcleo duro antifujimorista. Para eso desplazó al sector más ortodoxo y leal a su padre Alberto Fujimori, tanto del aparato del partido como de la bancada parlamentaria. Kenji, por el contrario, se quedó al lado del padre y defendió a los desplazados. Terminada la elección, la bancada de Fuerza Popular no ha canalizado ninguna iniciativa legislativa para liberar a Fujimori, pese a tener los votos suficientes para aprobarla.
Una liberación o arresto domiciliario de Alberto Fujimori dejaría sin una de sus banderas al fujimorismo en su conjunto, pero llevaría a Alberto Fujimori a ser activo políticamente y emprender una lucha por el poder, en donde hasta ahora Keiko había logrado mantener un liderazgo firme. No necesariamente esto puede llevar a una ruptura en el fujimorismo, pero sí a un reordenamiento de fuerzas en su interior. En medio de eso, el gobierno de PPK necesita los votos de Keiko, pero también el apoyo de Kenji, que es el de Alberto. Nunca tan cerca de ellos, pero a su vez tan débil y riesgosa apuesta. Un mal paso en ese tablero frágil puede llevar al gobierno a su peor momento (El Comercio, 27 de abril del 2017).